Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 12 de febrero de 2016

Fugas y evasiones de la Segunda Guerra Mundial

Acabo de publicar mi nuevo libro sobre una de mis épocas favoritas: Fugas y evasiones de la Segunda Guerra Mundial en Redbook Ediciones. Se trata de un ensayo de divulgación con algunas de las historias más interesantes y, en general, poco conocidas por la mayor parte del público acerca de sucesos en prisiones, cárceles y campos de concentración de todos los países implicados en ella. Sí, por supuesto que soy un friki de todo aquello que sucedió entre 1939 y 1945... ¿Puede alguien en su sano juicio dejar de serlo? Estamos hablando del conflicto global más decisivo de la Historia conocida (ojo: de la conocida, no de las guerras de la verdadera Antigüedad, que no están oficialmente registradas..., aunque la Tradición sí habla de ellas en voz baja), que por cierto es el eco más reconocible en nuestro planeta de esa Guerra Eterna que el homo sapiens desconoce a pesar de que el cosmos entero es su campo de batalla. Por muy espectaculares, sangrientas o determinantes que fueran las batallas del imperio romano, de las cruzadas, de la conquista de América o de las guerras por la independencia al otro lado del Atlántico, nunca antes los Amos habían propiciado tanto derramamiento de sangre, tanto sufrimiento, tanto dolor..., en tan poco tiempo y en tantas partes de la Tierra a la vez, para alimentar y fortalecer a su pavoroso Moloch y de paso progresar espectacularmente en su objetivo final de dominio del planeta (objetivo baldío, en todo caso; ellos están convencidos de que ganarán, pero el apelativo de "eterna" posee un significado bastante exacto).

En realidad, y como su nombre indica, la Segunda Guerra Mundial es la segunda parte, la continuación de un conflicto que no terminó como suele decirse en 1918. Antes bien, se recrudeció por diversos métodos. Cuando los cañones callaron al final de la Gran Guerra (como entonces se llamaba a lo que hoy denominamos Primera Guerra Mundial), Alemania no había sido derrotada como se enseña erróneamente en tantos libros de Historia. Al contrario, había salido victoriosa en el frente del este pues, tras el golpe de Estado alimentado especialmente por los comunistas que destruyó el autoritario régimen zarista de Rusia para sustituirlo por la esclavizante 
dictadura de la Unión Soviética, Moscú firmó su rendición. Y, en el frente del oeste, las líneas se hallaban estabilizadas en la exasperante, devastadora e inmovilizadora guerra de trincheras que franceses y británicos esperaban volcar a su favor con la llegada de los refuerzos norteamericanos..., que serían compensados por la llegada de los millones de soldados alemanes que estaban abandonando el este, donde ya eran innecesarios. No llegó a dispararse un tiro en territorio germano y las batallas se sucedieron sobre todo en suelo francés. De hecho, lo que se firmó en el hoy conocido como "claro del armisticio" en el bosque de Compiègne el 11 de noviembre de 1918 no fue la rendición de Alemania sino, como bien claro aparece también en este caso, el armisticio de la guerra. Y para los perezosos que no se toman la molestia de utilizar los diccionarios, habrá que recordar que un armisticio no es sino una tregua, una suspensión de hostilidades que en absoluto equivale a un reconocimiento de una victoria o un tratado de paz o cualquier documento similar. 

En resumen, Alemania no perdió la Primera Guerra Mundial. Tampoco pudo ganarla, pero no sólo por las razones que suelen argüirse, generalmente relacionadas con la presunta gran superioridad militar anglofrancesa, sino también por la ineptitud del liderazgo del Kaiser Guillermo II y por la contaminación en su administración de un elevado número de infiltrados que minaron a la propia Alemania desde dentro hasta que lograron desmoronar sus estructuras internas. Es un tema largo y complejo para explicar aquí pero está al alcance de cualquiera que sepa leer y tenga el tiempo suficiente para examinar las numerosas obras publicadas al respecto y casar las piezas. 

El hecho es que la guerra continuó de muchas otras formas, empezando por las políticas y diplomáticas con el nefasto Tratado de Versalles (uno de los documentos más perversos jamás concebidos en tiempos modernos, como reconocieron incluso líderes de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial), continuando con las económicas (por ejemplo, es poco conocido, pese a ser un hecho histórico, el bloqueo al que la flota británica sometió a Alemania durante mucho tiempo tras el supuesto final de las hostilidades, que causó una hambruna con terribles cifras de mortalidad en el centro de Europa) y financieras (resulta sumamente revelador cómo las películas contemporáneas ambientadas en la llamada "Alemania de Weimar" o de "entreguerras" nunca reflejan la espantosa hiperinflación y sus consecuencias de elevada miseria y pobreza, con que los banqueros anglofranceses obsequiaron durante años a sus vecinos germanos; una situación en la que los billetes de marcos alemanes valían menos que el papel pintado utilizado para empapelar pisos) y por supuesto las culturales (no sólo con la inmensa producción de documentos, folletos, obras de teatro y todo tipo de expresiones artísticas dedicadas a culpabilizar exclusivamente por lo ocurrido a los alemanes, sino por la financiación y promoción de multitud de actividades de carácter nihilista, pornográfico o simplemente chabacano, que sustituyeron a otro tipo de espectáculos como los de música clásica o las veladas literarias, con objeto de devaluar su moralidad, su espíritu y su visión de la vida como algo que merece la pena de verdad). 

Así que, en cierta forma, la Segunda Guerra Mundial resultó inevitable, aunque las circunstancias que la rodearon y propiciaron, así como algunos factores imprevistos por los manipuladores de títeres, complicaron y alargaron el resultado final. ¿Final? Muchas cosas cambiaron en 1945, no sólo en el plano militar. Y todas ellas fueron posibles por el resultado de la guerra. La crisis de valores y de identidad, mucho más grave que la económica, que padece hoy Occidente es consecuencia lógica de lo ocurrido. Estoy convencido de que, cuando los homo sapiens del futuro estudien el siglo XX -si es que quedan homo sapiens para entonces, que ésa es otra cuestión- fijarán ese año de ese siglo como la fecha clave para cambiar desde la hoy conocida como Edad Contemporánea a la, por ejemplo, Edad Postcontemporánea, igual que se se toma la caída del imperio romano de Occidente como el comienzo de la Edad Media o la caída de Constantinopla como el comienzo de la Edad Moderna.

Pero volviendo a mi libro ("yo he venido aquí a hablar de mi libro" y otros tópicos del momento), se trata del segundo que publico con Redbook Ediciones, antes Robinbook Ediciones, dentro de su colección Historia Bélica, tras Lucharon en batallas decisivas (que apareció en diciembre de 2013) y, quién sabe, tal vez no sea el último (ya puedo ver a millones de lectores gritando: "¡Queremos la trilogía, queremos la trilogía!"...). Como su nombre indica, se trata de repasar, analizar y explicar algunas de las fugas más interesantes de la época, algunas de las cuales son bastante conocidas por sus versiones cinematográficas en películas como El puente sobre el río Kwai o La gran evasión. Sin embargo, el gran valor de este libro -en mi humilde opinión- es que incluye muchas otras historias que el lector no encontrará fácilmente en textos parecidos de divulgación masiva, donde no aparecen porque empañan la imagen duramente trabajada durante tantos decenios por los vencedores de la guerra según la cual los que ganaron fueron, todos ellos, héroes inteligentes, valerosos y humanos mientras que los que perdieron fueron, todos ellos, criminales malvados, cobardes y despiadados. Un repaso desprejuiciado a lo que sucedió (ya va siendo hora, ¿no? han pasado más de 70 años del final oficial, de la rendición -esta vez sí, rendición- de Alemania) que nos pasea por campos de concentración alemanes pero también británicos, japoneses, soviéticos y, sí, también norteamericanos.

Así, en Fugas y evasiones de la Segunda Guerra Mundial, el lector encontrará argumentos vitales asombrosos pero muy reales, como el amor prohibido entre un guardia de las SS de Auschwitz y una presa judía allí encerrada, la explicación de por qué un gánster tan famoso -y peligroso- como Lucky Luciano fue puesto en libertad por el gobierno norteamericano a pesar de su larga condena por su amplísimo historial criminal, la casi interminable caminata de miles de kilómetros para huir de una de las prisiones del Gulag soviético, la huida masiva más sangrienta de toda la guerra que fue protagonizada por prisioneros japoneses, las añagazas de un aventurero sacerdote irlandés para esconder y ayudar a numerosos perseguidos por la Gestapo en Roma o el odio mortal de Eisenhower que propició una matanza solapada de prisioneros alemanes en uno de los episodios más vergonzosos -y escondidos- de la postguerra en Europa.

Faltan historias, siempre faltan historias, porque el espacio es limitado y porque no hay afán enciclopédico, pero en general estoy bastante contento con el resultado del libro. Espero que los lectores también.



1 comentario: