Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 11 de marzo de 2016

El experimento de Ypsilanti

Muchas de las personas que se horrorizan leyendo acerca del calvario y la crucifixión de Jesús el Cristo hace un par de miles de años (o quizá menos de lo que oficialmente creemos) hubieran hecho lo mismo que sus verdugos sin demasiadas contemplaciones, o al menos lo habrían aplaudido como algo justo, aunque les guste pensar lo contrario. No hay nada que moleste más a un homo sapiens que despertar del blando y engañoso estado de ensoñación en el que transcurre la mayor parte de su vida y enfrentarse a la realidad, motivo por el cual no suele perdonar a quien se atreva a actuar como despertador para sacarle de la cama. Como dijo alguien que sabía algunas cosas sobre la mente humana, los complejos, los prejuicios, los topes y otras barreras que nos autoimponemos a nosotros mismos en el cerebro son en realidad simples amortiguadores ante la crudeza de la vida, que un asombroso número de personas son incapaces de aceptar tal cual ésta es. Estas gentes prefieren vivir en su falsa niebla de falsas certezas y diarias rutinas porque se sienten a salvo sin ver más allá de sus narices, de la misma forma que el niño pequeño que se esconde debajo de una sábana piensa que ahí está fuera del alcance de los monstruos que rondan por su dormitorio.

De ahí ese viejo refrán hermético que advierte desde antiguo a los buscadores de la Sabiduría de que "La leche es para los niños y la carne es para los hombres". No pocos aspirantes a masticar un buen T-bone steak se han dejado en el intento no ya su dentadura, sino su cordura e incluso su vida, porque no sabían, o no querían saber, que apenas estaban capacitados para digerir biberones.

La mayoría de la gente intuye algo de esto, aun inconscientemente. Y teme enfrentarse a ello. Es por eso por lo que niega y descalifica cualquier posibilidad de que el mundo no sea en absoluto como imagina. Personalmente, estoy aburrido de debatir con personas que afirman con vehemencia su condición de seres libres, dialogantes y de mente clara -y además dicen poseer multitud de cualidades tradicionalmente atribuidas al ser humano-, cuando en realidad se trata de galeotes robotizados que responden de manera automática a los estímulos adecuados y no entienden su condición de esclavos en una existencia que no les pertenece. O, como diría el Viejo Fritz, "sordos que no escuchan la música y por ello creen que quienes bailan con ella están locos"...

Una de las verdades más terribles que uno puede revelarle a un homo sapiens es que él mismo no es quien cree ser, que lleva toda su vida viviendo una falsa identidad. La comprensión profunda de esta idea sirve para dinamitar todas las estructuras mentales y puede actuar como el elemento definitivo de regeneración y salvación interna o como un ancla atada al tobillo de un náufrago que se hunde irremisiblemente y para siempre. La historia de la Ciencia Ficción nos ha dejado obras memorables a partir de esta premisa, aunque con el irónico resultado de que la mayoría de quienes leyeron esos relatos o vieron esas películas no se dieron en absoluto por aludidos -lo cual en el fondo fue bueno para mantener su estabilidad mental-. No obstante, para un puñado de personas medianamente preparadas, el mensaje fue tan reconfortante como útil. Y seguro que más de una logró iniciarse en el Camino del Héroe o del Guerrero cuando entendió, aún en una pequeña parte, aquellas palabras de Gurdjieff en las que urgía al ser humano a "escapar" por ser ésta la "única tarea imprescindible" en esta vida.

Muchos científicos homo sapiens han estudiado este problema de la identidad porque, como seres más instruidos que sus congéneres, no tardaron en toparse con las contradicciones, las incoherencias y las falsedades del Gran Decorado. Pero su error fue limitarse a estudiar dentro de su propio paradigma, como si pudieran o supieran extraerse a sí mismos de él. Actuaron como peces de acuario tratando de comprender a otros peces del mismo, sin darse cuenta de que para entender de verdad su entorno deberían abandonarlo y lo primero necesario para ello habría sido su propia mutación, un proceso que ni siquiera serían capaces de imaginar. Es una metáfora, por supuesto: los peces de acuario no pueden salir de él pero..., ciertos humanos sí. En este momento hay que recordar la pista principal para acercarse a la resolución del enigma y es que la salida de la mazmorra siempre está dentro de ella y no fuera, como han creído tantos incautos que fracasaron en sus propósitos.

Uno de estos científicos fue el psicólogo judeopolaco Mendel Rokicz, nacionalizado norteamericano con el nombre de Milton Rokeach, famoso en su oficio gracias a la publicación en 1964 de su libro Los tres Cristos de Ypsilanti que recoge el experimento que desarrolló durante un par de años con tres enfermos mentales en una clínica de esta pequeña localidad ubicada en el Estado de Michigan, en el norte de Estados Unidos. No sé cómo sería como persona pero en la foto más conocida que existe de él y que vemos aquí al lado parece un auténtico Doktor Fronkonstin, como diría Gene Wilder... Deseando profundizar en el concepto de identidad de las personas así como en su sistema de creencias -es decir, por qué éstas creen ser quienes son-, empleó el viejo argumento de "eh, déjenme utilizar a varios humanos como conejillos de indias porque gracias a mis estudios voy a curarlos". Podemos adelantar que, por supuesto, no lo consiguió. El caso es que la petición fue aceptada y se puso a buscar locos que creyeran ser Jesús. ¿Por qué este personaje y no otros que pensaran ser Julio César o Napoleón, por ejemplo? Es evidente: según la Biblia, Jesús sólo hubo uno y era hijo de Dios. Por lo tanto, las reacciones de alguien que dice ser un ser divino concreto frente a otros que dicen ser el mismo ser divino debían ser mucho más interesantes que el de otros que pensaban ser también personajes famosos, pero sólo humanos.

De la docena de jesuses que rastreó entre 25.000 pacientes de casi media docena de hospitales psiquiátricos en Michigan, escogió a los dos que ya vivían juntos -aunque no en la misma habitación- en el centro de Ypsilanti e hizo trasladar allí a un tercero. En connivencia con las autoridades médicas, se diseñó un plan de actividades conjuntas para que los tres durmieran en camas adyacentes y trabajaran el mayor tiempo posible en común. Lo único que había que hacer era sentarse a observar y tomar apuntes.

Los pacientes eran dos norteamericanos y un canadiense. Los primeros eran Clyde Benson, natural de Michigan -que sufrió la muerte de la mayor parte de su familia en un accidente de tráfico, cayó en el alcoholismo y acabó en la cárcel, donde se trastornó- y Leon Gabor de Detroit -de familia ultra religiosa, tras servir en el ejército volvió a vivir con su madre y empezó a oír voces que le convencieron de que era el mesías-. El oriundo de Canadá era Joseph Cassell -cuya vida familiar se truncó por la paranoia de que iba a ser envenenado y, una vez ingresado en el centro psiquiátrico, su trastorno evolucionó hacia su asunción del papel divino-.

El experimento comenzó el 1 de julio de 1959 y debió ser realmente sugestivo contemplar cómo se reunieron la primera vez los tres en la misma sala que Rokeach y cómo, cuando éste les pidió que se presentaran, todos dijeron ser el mismo Jesús. Ante lo chocante de la situación, cada uno de ellos trató de explicarla en un principio desarrollando su propio argumento. Cassell decía que ninguno de los norteamericanos podía ser Jesús, porque ambos eran pacientes de una institución psiquiátrica -aunque era incapaz de reconocer que el argumento le afectaba a él también-. Gabor decía que el único Jesús real era él y que los otros dos sólo decían serlo porque buscaban reconocimiento y prestigio del resto de los internados. La explicación más interesante a mi juicio era la de Benson, quien dijo convencido de ello que ni Gabor ni Cassell estaban vivos de verdad, sino que se trataba de una especie de muñecos animados por sendas máquinas, por lo que sugirió a Rokeach que extrajera las "máquinas" del interior de ambos para ver cómo sus competidores, simplemente, dejarían de hablar.

(Entre paréntesis, no deja de llamarme la atención la cantidad de experimentos psicológicos, algunos moralmente más que cuestionables, que se desarrollaron en los Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX; el lector habitual de esta bitácora sabe que hemos tratado varios de ellos con cierto detalle)

Después del primer encuentro, Rokeach se dedicó a estudiar la relación entre los tres, estableciendo periódicos debates sobre todo tipo de temas: desde su infancia hasta sus familias y, naturalmente, sus identidades. Tres semanas después de comenzar el experimento, Benson atacó a Gabor porque éste insistía en que el Adán del Génesis no podía ser como aparecía en los cuadros religiosos sino que a la fuerza tenía que ser de color negro. La agresión no fue grave, aunque se produjeron varios enfrentamientos más hasta que la tensión entre los tres fue normalizándose y finalmente fueron capaces de debatir entre ellos sin recurrir a la violencia. Los debates continuaron pero, dos meses después del comienzo del experimento, los tres evitaban el tema de su identidad. Podían hablar de cualquier otra cosa pero preferían no enfrentarse entre sí, aunque cada cual seguía convencido de ser el verdadero Jesús. De hecho, Gabor se presentó en cierta ocasión con una tarjeta de visita escrita a mano donde incluía su nombre y sus títulos:  Dr. Domino dominorum et Rex rexarum, Simplis Christianus Puer Mentalis Doctor, reencarnación de Jesús de Nazaret. Más adelante, cambió su nombre y dejó de ser "señor de señores y rey de reyes" para convertirse en Dr. Righteous Idealed Dung Sir Simplis Christianus Puer Mentalis Doctor o, simplemente, Doctor Dung (Doctor Estiércol).

Pero el otro momento quizá más llamativo de la experiencia, según el libro de Rokeach, fue cuando éste les leyó un artículo aparecido en un periódico local que hablaba sobre el experimento en el que estaban participando y les preguntó si sabían a quiénes se refería la noticia. De nuevo fue Benson quien dio la respuesta más interesante: "¿Por qué nadie perdería el tiempo tratando de ser otra persona cuando ni siquiera es ella misma? ¿Por qué no puede ser ella misma?"  Estas palabras resultan muy reveladoras, porque el razonamiento es exactamente el mismo que emplea la gente "cuerda" tal cual explicábamos al comienzo de este artículo. Benson no sólo pensaba ser Jesús sino que creía que eso era lo normal, que era él quien tenía la razón, aunque estuviera rodeado de otras personas más o menos desorientadas. Es lo mismo que opinan de sí mismas la mayoría de las personas que conozco, que se consideran perfectamente normales e integradas en el mundo.

El experimento duró hasta el 15 de agosto de 1961, poco más de dos años después de su primera entrevista, cuando los tres jesuses se reunieron por última vez porque Rokeach había satisfecho su curiosidad y de paso había comprobado que era incapaz de devolver a la normalidad a ninguno de los pacientes. De hecho, ellos tres habían aprendido hacía ya mucho a convivir tranquilamente y sin enfrentamientos entre sí. Sabían que podían hacerlo, siempre que no discutieran por su identidad, a la que por cierto ninguno de ellos renunció. El libro recogiendo lo ocurrido apareció publicado por vez primera en 1964 y fue criticadísimo por los expertos ante la obvia manipulación y nula honradez de Rokeach a la hora de tratar a sus cobayas humanas. Con el tiempo, el propio psicólogo se arrepintió públicamente de lo que había hecho para frenar los ataques contra su persona, aunque tengo mis dudas sobre hasta qué punto lo hizo porque la verdad es que siguió reeditando el libro una y otra vez hasta el final de sus días.

"Una simple historia de locos, que a mí particularmente no me afecta porque estoy perfectamente cuerdo" podría bufar algún lector pero ¿lo está de verdad? ¿O cree estarlo, como los tres de Ypsilanti?




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