Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 20 de mayo de 2016

La cortina de humo

La principal función del cine occidental consiste en adoctrinar a las masas, inyectándoles la creencia en los eslóganes y en las interpretaciones específicas de la vida que los Amos han señalado previamente como de estricto cumplimiento, sin importar que la realidad sea muy distinta. Lo hacen por supuesto de manera inconsciente, de forma que el público cree cuando asiste a una proyección, ya sea de cine, televisión o más recientemente de internet vía vídeo o streaming, que está ante un simple entretenimiento. No es así: se trata de adoctrinamiento, y muy hábil  justo porque no lo parece. Además, atañe a todas las materias susceptibles de interés, no sólo a las engañifas políticas o históricas que pueden detectarse con mayor facilidad y en las que nos muestran como verídicos hechos que jamás sucedieron mientras nos ocultan otros que sí ocurrieron o lo hicieron de modo muy diferente a lo que vemos en la pantalla. De hecho, esto se aprecia con facilidad (siempre que uno sea capaz de abrir los ojos y desprenderse de los prejuicios) cuando se analiza el triunfo de ciertas ideas y corrientes hoy predominantes o al menos aceptadas como normales por la mayoría de la población cuando hasta hace poco tiempo (en ocasiones, realmente muy poco, porque algunas fueron lanzadas a nivel popular en los años 80' e incluso en los 90' del siglo XX) su impacto social era poco menos que residual.


Por ejemplo, la idea del amor y de las relaciones hombre-mujer que tienen la mayor parte de los europeos y los norteamericanos de comienzos del siglo XXI es significativamente diferente de la que tenían nuestros antepasados y, en mi opinión, bastante errónea. No hace falta comparar con la época del amor cortés en la Edad Media para comprobar esto. Hoy, muchas parejas jóvenes consideran normal que su relación, digamos, seria esté basada en una alternancia amor-odio que promocionan 9 de cada 10 películas y que en la realidad es completamente absurda. Sí, de acuerdo en que cualquier relación atraviesa altibajos y en que se puede pasar de un estado a otro con cierta facilidad (por ahí está escrito que es preferible tratar con un malo que con un tibio, porque después de todo el primero podría ser reconvertidos en un bueno, mientras que el tibio es lo peor de lo peor porque está tan alejado de un extremo como del otro y ahí permanece para siempre) pero ése es un puente que uno pasa una sola vez. Nadie en su sano juicio puede mantener una relación hoy amorosa y mañana odiosa y mañana otra vez amorosa y así, en un bucle permanente e interminable.


Sin embargo, el cine nos enseña que esto "es lo normal en nuestros días" y por tanto lo que "debemos imitar", tal y como reflejan cientos de obras de ficción temporada tras temporada. Por citar una película española de gran éxito taquillero estos últimos años, véase el caso de la famosa Ocho apellidos vascos y de su secuela Ocho apellidos catalanes. Los protagonistas nunca son felices porque se quieren pero no se quieren y pasan de estar abrazados y contentos a gritarse e insultarse una y otra vez. Además, estos vaivenes emocionales no pasan factura (lo que sí sucede en la realidad): ni sus momentos amorosos consiguen suavizar sus momentos amargos ni los amargos dejan huella en los amorosos porque cuando vuelve a cambiar el ciclo parece que todo lo anterior se olvida como por encanto. En una relación normal, este tipo de carrusel emocional destruye una pareja en un corto espacio de tiempo por lo que al final las personas que siguen fiel (e inconscientemente, aunque no siempre) este modelo de comportamiento que la pantalla nos presenta como el corriente fracasan una y otra vez sin tener nunca muy claro por qué...  


Algunas producciones van un paso más allá y ni siquiera permiten la alternancia entre amor y odio sino que se limitan a transmitir la impotencia y la desesperación como sucede, por seguir con las citas españolas, con una serie televisiva también de éxito popular: La que se avecina. Todas las tramas de este producto están orientadas hacia el mismo mensaje: es imposible mantener una relación medianamente feliz con nadie, da igual la edad, la formación, la cultura, la raza e incluso la orientación sexual de la persona. Esta serie es particularmente destructiva en todo lo relacionado con la familia, potenciando el enfrentamiento y el desprecio no ya entre los miembros de la pareja sino entre éstos y sus respectivos hijos y padres...  Y, como en el caso anterior, por cierto, reducen el sexo a una actividad meramente animal, consumida como quien se mete una hamburguesa entre pecho y espalda. Al menos, esto es coherente: la telebasura promociona el amor basura y el sexo basura.


Sin embargo, tanto en uno como en otro ejemplo nos encontramos con una amplia aceptación social y grandes audiencias. ¿Por qué? Fundamentalmente, porque los mensajes oscuros son edulcorados con abundantes dosis de humor, de manera que el espectador incauto traga el contenido mientras se entretiene con el continente. Es lo que comúnmente se llama un caramelo envenenado. Eso es, de hecho, el azúcar: un veneno para el cuerpo humano que muy poca gente reconoce como tal, entre otras cosas porque la industria lo ha inyectado impunemente en la práctica totalidad de los productos procesados que se pueden encontrar en cualquier supermercado, incluso en el pan integral. Leer con detenimiento las etiquetas de los alimentos se ha convertido en la actualidad en un ejercicio de toma de conciencia.

Si estos argumentos parecen exagerados a algún visitante esporádico de esta bitácora ("no es para tanto, siempre estás viendo fantasmas donde no los hay"..., cuántas veces he escuchado eso y cuántas he oído también, tiempo después, esta otra frase: "al final tenías razón, pero a estas alturas ya no puedo hacer nada"), mi recomendación es la de siempre. Es decir, que no haga mucho caso de esta interpretación sino que proceda a desarrollar la suya propia. Para eso hay que tomarse la molestia de examinar el problema de manera puramente técnica. Analícese los casos particulares propuestos y la situación general con desapasionamiento y espíritu crítico y cada cual que llegue a sus propias conclusiones... Por desgracia, demasiadas personas no tienen ni tiempo ni ganas de comprobar la veracidad de lo que les cuenta el sistema así que se limitan a tragar ideas y mandatos como si fueran pavos, sobre todo cuando se sientan ante una pantalla y se dejan hipnotizar por ella. En general, sólo buscan un rato de entretenimiento (entre paréntesis, ¿no resulta espantoso que la gente busque continuamente que alguien o algo le entretenga, en lugar de utilizar su muy escaso tiempo disponible para encontrar el significado de su vida?).



Sin embargo, dentro de Hollywood y sus mercados adyacentes de producción cinematográfica (incluso el español) también existen infiltrados, francotiradores de la conciencia que, de vez en cuando, logran que éste acepte un guión en apariencia inocente con mensajes de verdadero interés, lo ruede y lo estrene. Porque (nunca lo repetiremos bastante, para dar esperanza a quienes creen combatir solos) en el mundo no sólo hay malos, también hay buenos, aunque su silencioso trabajo sea mucho menos vistoso y en apariencia potente. De hecho, si no fuera por esos buenos, hace mucho tiempo que la partida habría terminado. El caso es que, a veces, esta información está muy bien camuflada en la película y sólo aquéllos que ya tienen oro pueden hacer más oro y recibirla de la manera adecuada, mientras que para el resto del público pasa directamente al inconsciente. Un ejemplo es la versión Disney de La Bella y la Bestia, que contiene un satisfactorio catálogo de doctrina esotérica simbólicamente disimulada, aunque la inmensa mayoría de personas que la han visto y me la han comentado suelen describírmela con palabras tales como "es una bonita película infantil de dibujos animados, con canciones entrañables y cuyo principal mensaje es que la belleza está en el interior". Como si supieran lo que es el interior...

En otras ocasiones, lo que se quiere contar se ve demasiado a las claras por lo que los censores responsables lo que hacen es retirar disimuladamente la obra tras unos pocos pases en las salas de cine (luego, en la distintas cadenas de televisión, nunca la programarán y, si lo hacen, será en horario de madrugada y entre semana, con objeto de reducir el potencial de audiencia lo más posible, mientras otras películas "más adecuadas" son programadas una y otra vez en las parrillas televisivas). Algo así sucedió con cintas como Dark City de Alex Proyas, The thirteenth floor de Josef Rusnak o They live de John Carpenter, por citar algunas de las más conocidas dentro de las no-recomendadas-por-el-sistema. También sucede que, inesperadamente, una de estas películas  tiene un éxito abrumador, que implica grandes ganancias económicas. En ese caso, lo que se hace es ordeñar el mercado y, luego, inventarse cualquier excusa para distorsionar y/o vulgarizar las ideas fuerza transmitidas por la historia. En esta misma bitácora citamos en su día el caso de Matrix firmada por los hermanos Wachowski.

Otra película menos conocida pero completamente descriptiva de la realidad y que rara vez encontrará alguien en una parrilla televisiva es La cortina de humo de Barry Levinson (Wag the dog, en el original). En España se estrenó en 1998, aunque tampoco duró mucho tiempo en la cartelera. Menos de 20 años más tarde, prácticamente nadie que no sea aficionado al cine o a los temas que tratamos habitualmente en Fácil para nosotros se acuerda de ella. En Estados Unidos sí llamó la atención en su momento, por razones obvias: el argumento cuenta la historia de cómo, a pocos días de las elecciones presidenciales, el inquilino de la Casa Blanca es denunciado por acoso sexual por una menor. Para frenar el escándalo, el presidente hace llamar a un misterioso asesor llamado Conrad Brean (semejante nombre para el personaje incita a jugar con las letras para reordenarlas y ver qué obtenemos) que organiza un espectáculo alternativo, nada menos que una guerra, para desviar la atención del público y evitar la catástrofe en las urnas. Las similitudes con el llamado Caso Lewinsky en el que se vieron implicados el entonces presidente Bill Clinton y su joven becaria Mónica Lewinsky no pasaron inadvertidas para el público norteamericano. Pero, como en el cuento del dedo del sabio y la Luna, los comentarios se centraron en el parecido de la situación de partida, no en lo más importante de la obra: la denuncia sobre lo fácil que es engañar no ya a un país, sino a todo el planeta, cuando se deja el manejo de los medios de comunicación en manos de profesionales capaces de actuar por puro resultadismo, sin ningún tipo de consideración moral.


En La cortina de humo, Brean (interpretado por un Robert de Niro fantásticamente cínico) trabaja de hecho con gran profesionalidad. No le interesa los detalles del acoso sexual, ni siquiera si éste ha existido o no, y lo cierto es que al final de la película no queda claro si lo ha habido. Al asesor sólo le preocupa como organizar de la mejor manera posible la reacción adecuada que permita difuminar esa acusación entre los futuros votantes en los comicios presidenciales porque sabe que lo verdaderamente importante no es lo que sucedió (si es que sucedió algo) sino lo que la gente crea que sucedió. Y la opinión de la gente puede ser modelada de la manera adecuada... Para ello plantea crear una guerra ficticia contra Albania, un país que por muy europeo que sea hay que reconocer que es un completo "desconocido", especialmente para los estadounidenses, que no tienen modo de comprobar la veracidad de lo que se les cuenta de manera oficial acerca de este supuesto enfrentamiento. Tras conseguir la ayuda del productor de Hollywood Stanley Motss (un inspirado Dustin Hoffman), monta un verdadero show en el que, entre otras cosas, vemos cómo se rueda un clip destinado a conmover al público, con una joven refugiada superviviente a un bombardeo que en realidad es una actriz trabajando con un croma y un vestuario y maquillaje adecuados. 

Hay un diálogo particularmente revelador entre Brean y Motss, cuando el primero está convenciendo al segundo de que le eche una mano y se refiere a las imágenes bélicas que vemos por televisión. "Todo lo que vemos es un misil entrando por un túnel, una chimenea, y buum", resume Brean, antes de añadir que ese misil podría haber sido lanzado en Texas en lugar de en el escenario de la guerra donde se supone que se ha lanzado o incluso en una maqueta. 



Toda la película nos muestra cómo los dos expertos reparan y desarrollan su plan minuciosamente ante el asombro de la asesora presidencial que hace de enlace con la Casa Blanca, hasta que al fin logran desactivar el escándalo y consiguen que el presidente remonte en la encuestas. El propio Motss se muestra muy orgulloso del trabajo realizado, que considera la mejor producción de su larga carrera, pero ese orgullo será su perdición cuando compruebe que su trabajo va a quedar completamente inédito, oculto, protegido por el mayor de los secretos. "No hay un Óscar para los productores, ¿no le parece una injusticia?", le suelta en pleno ataque de narcisismo a Brean. Éste le insiste en que no debe hacer ruido, sino limitarse a cobrar por su trabajo e irse a su casa con la satisfacción del deber cumplido, pero Motss está desatado, no quiere callar..., así que le hacen callar.

En la vida real, Clinton lanzó una campaña real de bombardeos sobre Iraq en compañía del Reino Unido: la Operación Zorro del Desierto. En aquella época, el antiguo aliado iraquí, el presidente Sadam Husein, ya había pasado a ser el peligroso dictador Sadam Husein...







 

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