Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 3 de junio de 2016

El primer día de junio

Cuenta Bernat Desclot que el rey Pedro III de Aragón, más conocido como El Grande, derrotó al francés Carlos de Anjou, rey de Nápoles y Sicilia, en una batalla naval en la misma bahía napolitana en 1282, lo cual enfureció tanto a éste último que envió un par de emisarios a la corte del español para acusarle de haber penetrado en tierra siciliana no como "hombre leal y bueno" sino de forma "malvada e indebida". En aquella época, la palabra honor todavía significaba algo, así que ante semejante bofetada verbal, Pedro el Grande no pudo contestar más que de una sola forma: acusando de "falso y desleal" a Carlos y retándole a un combate cuerpo a cuerpo, dándole "la ventaja de armas que quiera". El de Anjou aceptó el reto y envió un nuevo mensajero en el que planteaba los términos de la batalla: de los cuarenta mejores caballeros de cada reino, cada monarca escogería a los seis mejores y éstos se enfrentarían entre sí en combate en territorio neutral. El escenario elegido era Burdeos, Francia, en ese momento bajo control del rey de Inglaterra. La cita se marcó para el primer día de junio y fijado quedó que aquél que faltara a ella, sería tenido a partir de entonces por el verdaderamente falso y desleal, además de verse obligado a renunciar a ser rey a partir de entonces y también a perder otros privilegios de su rango, como portar enseña y cabalgar acompañado.

Así que tras dejar cerrados algunos detalles de su despliegue militar, Pedro el Grande se embarcó rumbo a Burdeos. Pero el Mediterráneo se disfrazó de Atlántico y las naves se vieron impedidas de avanzar más allá de la isla de Cerdeña por culpa de las tormentas y el viento en contra. Temiendo no llegar a tiempo a su cita, el rey ordenó que enviaran dos galeras para continuar adelante a pura fuerza de remo. Embarcó en una de ellas y así alcanzó Menorca primero y, finalmente, Cullera en la costa valenciana. Acompañado de sus fieles caballeros Conrado Lanza, Blasco de Alagón y Bernardo de Peratallada, cambió entonces las velas por los caballos y galopó hacia el norte hasta Tarazona, en las fronteras de su reino de Aragón. Continuar viaje a partir de ese momento con escolta tan magra se hacía peligroso, así que decidieron disfrazarse. El monarca adoptó la identidad de mayordomo del comerciante de caballos aragonés Domingo de Figuera y sus hombres se transformaron en sirvientes. Despojados de sus ropas de nobles y con las armas ocultas, según Desclot la compañía mostraba un aspecto poco amenazador y digno de atención: un puñado de gentes humildes, mal vestidas y descalzas.

De esta guisa alcanzaron finalmente Burdeos y se alojaron en las afueras de la ciudad justo a tiempo para el combate. El "mayordomo" mandó llamar al senescal del torneo con el aviso de que un representante del rey de Aragón quería verle y el hombre acudió en compañía de otros cuatro caballeros y un notario. Pedro el Grande pretendía notificar su presencia y seguramente ganar tiempo hasta que llegaran el resto de sus caballeros o bien renegociar los términos del combate habida cuenta de que su tropa era menor de la esperada, pero se encontró con una sorpresa: el senescal le reconoció que no podía asegurar la neutralidad del terreno porque el rey de Inglaterra había cedido Burdeos al rey Felipe IV de Francia, que disponía en este lugar de tropas considerables. Además, Carlos de Anjou contaba también con nada menos que 8.000 jinetes. Conclusión: si el rey aragonés se dejaba ver por allí para cumplir con los términos del reto y lo hacía sin un ejército equivalente, le prenderían de inmediato o tal vez le matarían sin más. Claro que si no lo hacía, como todo parecía indicar, quedaría como un cobarde de acuerdo con el desafío lanzado semanas atrás.

Pero Pedro era hijo del gran Jaime I el Conquistador y, por si ello y su propio honor no pesaran lo suyo en la balanza de sus decisiones, había una cuestión doméstica que ya de por sí le habría impedido volverse sin más a casa. Su esposa Constanza era hija del rey Manfredo, de la casa de Hohenstaufen, que había sido derrocado y muerto por el propio Carlos de Anjou en la batalla de Benevento. Los excesos de los franceses en la isla italiana, una vez ocupada, provocaron la rebelión local en las conocidas Vísperas Sicilianas, en las que los soldados y funcionarios de Carlos fueron masacrados. Ante la inminente venganza del francés, los habitantes de la isla pidieron la ayuda de Pedro III y le ofrecieron la corona que le correspondía por derecho de matrimonio con la heredera de Manfredo. Acudió de buen grado para
recuperar el control del territorio, que volvería así al control familiar. Fue tras derrotar a los franceses cuando se produjo el sucedido de esta crónica... Ahora bien, tras meditar sobre la situación, el monarca aragonés, aún en su papel de mayordomo, le preguntó al senescal si el escenario del torneo estaba ya preparado. Él le reconoció que no sólo estaba ya todo listo sino que, para mayor humillación del aragonés si se presentaba, el rey Carlos había dispuesto el terreno junto a su campamento militar, lo que le garantizaba no sólo mayor comodidad sino la posibilidad de cerrar la trampa fácilmente. Pedro pidió al senescal que le llevara a ver y recorrer el campo del torneo, cosa que hicieron montados a caballo. Luego regresaron al alojamiento de los aragoneses y allí el rey mostró su verdadera identidad al senescal, quien asombrado le reconoció y alabó su estratagema para pasar inadvertido hasta aquel momento pero le rogó que se marchara de inmediato. El senescal era francés pero también tenía su honor y no estaba dispuesto a que el de Anjou capturara o matara con malas artes al español.

Pedro el Grande le dijo que marcharía de inmediato de regreso a su reino, pero no antes de que el senescal firmara una carta testimonial de que, en efecto, el día convenido él había estado allí en Burdeos, había recorrido el campo del torneo y se había marchado tras ser informado oficialmente de que no se podía garantizar la neutralidad del mismo, lo que invalidaba el enfrentamiento o, en el mejor de los casos, lo postergaba indefinidamente. El notario que acompañaba al senescal fue el encargado de redactar la documentación necesaria. Luego, tras despedirse de los aragoneses, que volvieron al galope por donde habían venido,  el mismo senescal fue a comunicar lo ocurrido al rey Felipe de Francia y al de Anjou. Ambos montaron en cólera y quisieron ordenar la persecución, pero Pedro III y sus caballeros se hallaban ya demasiado lejos para hacerles frente y pudieron regresar a España, con su honor completamente a salvo.

Los dos principales protagonistas de la disputa no llegarían a enfrentarse jamás en duelo. Ambos fallecieron poco después, en 1285: Carlos a primeros y Pedro a finales de año. Sus herederos continuaron su  conflicto, pero ésa es ya otra historia. Lo que nos interesa de este episodio histórico es la importancia que las sociedades antiguas daban al honor, como una de las características más estimadas en un hombre de bien y, especialmente, en un noble o en un rey. Pedro III llegó a poner en peligro su propia condición de monarca, según Desclot, para salvar su buen nombre. Una actitud que para el mundo de hoy, basado en el materialismo y la real politik, parece incomprensible: ¿alguien se imagina a Obama yendo a enfrentarse en un ring de boxeo con un puñado de marines contra Putin y un grupo de soldados especiales rusos, sólo para que nadie pueda decir de él que no es falso y desleal? Aún más, ¿se lo imagina disfrazándose de ejecutivo de segunda fila para entrar anónimamente en, digamos, Crimea, pensando que es un terreno neutral, sólo para encontrarse con que está copado por los rusos que han organizado una trampa para capturarle? ¿O a un funcionario tan honrado que aún siendo francés ayudara a Obama a huir de allí tras redactar un documento oficial, quizá con fotografías incluidas, para dar testimonio de su presencia..., en lugar de intentar sacar alguna rentabilidad económica a semejante información? Háblale de honor a un occidental contemporáneo. Lo más agradable que te dirá es que estás trasnochado o que eres un ingenuo y no tienes idea de qué va la vida.


Sin embargo, cuando uno ha vivido muchas existencias antes no puede por menos que sentir una honda tristeza por los tiempos que hemos escogido disfrutar en este principio del siglo XXI, así como una profunda nostalgia por la antigüedad. Por una época en la que las cosas eran más simples y más honestas, cuando el Monstruo que rige el mundo no había triunfado en su estrategia de confusión, cuando el homo sapiens no había degenerado tanto como en la actualidad: este momento en el que cree estar cerca de alcanzar el cielo sólo porque su progreso tecnológico ha llegado a cotas increíbles pero en el que a cambio ha entregado su alma al materialismo más rampante y nihilista, que le carcome por dentro.

En la tradición cultural alemana existe un término precioso, Bildung, que hace referencia al deber personal de uno consigo mismo para formarse de manera continua, para trabajar el propio interior en pro de la maduración del individuo tanto en su intelecto como en sus emociones y en su integración con la comunidad, que debe beneficiarse de ese crecimiento de cada uno de sus miembros. Es un proceso de transformación perpetuo, de índole filosófica. No se trata simplemente de adquirir unos determinados estudios sino de instruirse, y por tanto mejorarse, hasta el final de sus días. Probablemente, el concepto proceda de los Maestros que en su día actuaron en el seno de la civilización germánica, como sus colegas lo hicieran en otros países occidentales a los que viajaron para impedir que se perdiera la Tradición. Pero hoy, como ha sucedido con tantas otras cosas, también ha sido corrompido por la superficial indiferencia de la contemporaneidad y la Bildung ha pasado a ser formalmente un simple sinónimo de educación escolar, sin más.



Sin embargo, el concepto sigue ahí, en el mundo de las ideas como diría Platón, a la espera de volver a iluminar a las mentes que se atrevan a rescatar los valores de los tiempos pasados, hoy despreciados, tergiversados u olvidados en el desván del conocimiento. Para un guerrero espiritual, la Bildung resulta especialmente útil por lo que, si uno es capaz de recuperarla y practicarla con todas sus consecuencias, adquirirá una herramienta formidable para continuar plantando cara a los Amos desde el reducto de la individualidad particular. No es un camino fácil pero a veces ofrece sorpresas agradecidas. Por ejemplo, cuando uno se percata de que las enormes sombras de algunos perros de presa que amenazaban con descuartizarle se corresponden en realidad con los de desagradables pero inocentes chihuahuas que pueden ser apartados con suma facilidad por mucho que ladren a nuestro paso.


Así, buceando en la herencia de nuestros ancestros, podemos encontrar entre otras cosas el Discurso sobre la dignidad humana en el que el fascinante humanista italiano Giovanni Pico della Mirandola expresó los ideales, no ya del Renacimiento, sino del hombre libre: el derecho a pensar diferente, a profesar la fe o la cultura que desee, a crecer y a vivir su vida de acuerdo con su ideal personal y no de la opinión ajena o el poder de "los que mandan", sin estar sometido a cortapisas falsamente igualitarias y falsamente democráticas que en el fondo no buscan otra cosa que el control y la esclavitud del verdadero ser humano. Es imposible, para alguien que tiene algo más que sangre en sus venas, no emocionarse ante palabras como éstas, que nos conectan a través del tiempo y del espacio con este librepensador: "Que embargue nuestra alma una santa ambición de no contentarnos con lo mediocre. Hemos de ansiar lo más alto y tratar de conseguirlo con todas nuestras fuerzas" porque la versatilidad es "propiedad esencial" del ser humano, que puede aspirar a todo aquello que desee, de manera que "florecerá en cada hombre lo que cada hombre cultive en sí mismo". De esta manera, la Libertad con mayúscula se muestra una vez más como uno de los principales privilegios del hombre aristocrático en el mejor sentido del adjetivo. Como no podía ser de otra manera, es un privilegio caro, pero no tanto para quien practica o aspira a practicar las virtudes que conducen a ella, como el Valor, la Voluntad, la Responsabilidad, el Esfuerzo o la Lealtad. Una combinación de factores que además incluyen reconocimientos adicionales como el Honor, "el premio de la virtud" según dejara escrito Cicerón.

Más de 700 años después, tampoco es necesario que nos preguntemos si hubiéramos hecho lo mismo que Pedro el Grande ante el desafío de Carlos de Anjou. La vida misma se encargará de poner en nuestro camino, lo está haciendo ya, la ordalía adecuada para cada uno de nosotros. Sólo hay que tener los ojos abiertos para reconocerla.


Y el corazón fuerte y la sabiduría rápida para superarla.









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