Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Lecturas y antisistemas

Para nadie que me conozca resulta un secreto que uno de mis mayores placeres personales es el de leer. Me paso el día leyendo, en papel (lo prefiero) o en la pantalla. Siempre tengo seis o siete libros empezados, de distintos temas y extensiones, que degusto al mismo tiempo según el momento del día. Hay uno para los escasos ratos de tranquilidad, otro para los viajes cortos en transporte público, otro para los viajes largos de trabajo o de placer, otro para antes de dormir, otro para... Pero ¿no te haces un lío con tantos textos empezados a la vez?, suelen preguntarme y yo contesto que no, porque puedo compartimentar el cerebro para retomar cada libro en el punto exacto donde lo dejé, sin demasiados problemas. Es una ventaja de disponer de superpoderes, en calidad de alumno de la Universidad de Dios... 

Con el tiempo descubrí que es este vicio por la lectura el que me hizo escritor puesto que es un hecho que me dedico a escribir para ser el primero en leer acerca de algunos asuntos que me gustaría conocer y que no encuentro publicados por ninguna parte. También comprobé (una vez más) que como suele decir mi tutor en la susodicha universidad, no hay nada nuevo bajo el Sol. Todo está inventado hace mucho y lo único que hacemos es recordar cosas que nuestros más lejanos ancestros ya sabían pero nuestros antepasados más cercanos olvidaron.

Por ejemplo, cuando uno examina con detalle la evolución del homo autodenominado sapiens, es más que evidente que la única gran diferencia respecto a los que nos precedieron en el tiempo es el tipo de energía que utilizamos para desarrollar nuestra civilización. Donde hoy usamos luz eléctrica, antes había antorchas y donde hoy empleamos un automóvil o un tren para viajar, antes usábamos una mula o una caravana. El interés máximo de nuestros bisabuelos, y de los bisabuelos de sus bisabuelos, era el de disfrutar lo más posible de la vida y sufrir en ella lo menos posible, gozar de mejor comida, salud y parejas sexuales, poseer más cosas, tener hijos de los que enorgullecerse y que perpetuaran su nombre y su recuerdo, brillar socialmente y ser reconocido, evitar trabajos pesados o aburridos, viajar y conocer mundo... No hay mucha diferencia entre el hombre que levantaba una casa de adobe en Uruk y el que trabaja hoy como oficinista en Londres, más allá del creciente agobio de éste último por la presión de las nuevas tecnologías. Pero tan orgulloso era aquél como lo es éste, tanto miedo tenía a la muerte el que ya murió como el que está ahora camino de ello, tan capaz (o no) de sacrificarse por los suyos, tan fanático, tan amable, tan rencoroso, tan valiente o tan cobarde fue el que vivió hace milenios como el que se sienta a nuestro lado en la actualidad.

Así que, en el fondo, todo es siempre lo mismo. Pareciera que los mismos dioses hubieran inspirado a Lampedusa cuando escribió su frase más afortunada. Aquélla de que "es necesario que todo cambie si queremos que siga como está". Veamos un ejemplo con estas tres reflexiones:

1) "Los jóvenes de hoy aman el lujo, tienen manías y desprecian la autoridad. Desprecian a sus padres, cruzan las piernas maleducadamente y tiranizan a sus maestros. De hecho, los jóvenes hoy día son unos tiranos, contradiciendo a sus padres, consumiendo su comida y faltando el respeto a sus maestros."

2) "¿Qué le pasa a nuestra juventud? No respeta a sus mayores, desobedece a sus padres, ignora la ley... Los jóvenes provocan disturbios incendiando las calles con pensamientos salvajes y su moral decae. ¿Qué será de ellos?"

3) "No veo esperanzas para el futuro de nuestra sociedad si depende de la frívola juventud contemporánea, porque nuestros jóvenes son salvajes, más allá de lo que puede describirse con palabras. Cuando yo era joven, nos enseñaban la discreción y el respeto a los mayores, pero los jóvenes de hoy son excesivamente ofensivos e impacientes."

Parecen descripciones bastante adecuadas para la juventud actual, sobre todo si quien lee estas citas tiene ya una cierta edad. Sin embargo, las tres se refieren a jóvenes muertos hace ya mucho tiempo. La frase 1) es de Sócrates, la 2) es de Platón y la 3) es de Hesíodo. Griegos todos ellos, que vivieron varios siglos antes de Cristo. Así que, si algo nos enseña esta cata del pasado, que parece tan del presente, es justamente eso: creemos haber inventado algo cuando lo que hacemos, lo que decimos, lo que pensamos..., tiene poco de original. Vivimos incrustados en un ouroboros, un samsara, una rueda de la fortuna, un ciclo sin fin..., sometidos a la ley del Eterno Retorno que una y otra vez nos arrastra a esta vorágine de acontecimientos, a este parque de atracciones que llamamos vida-en-la-Tierra, en donde los dioses nos reciclan permanentemente para sus propios propósitos, mientras a nuestros "sabios" se les llena la boca con la buena nueva del progreso y la supuesta marcha hacia una edad de oro cada vez más cercana..., que nunca terminará de llegar.

¿Hay una forma de abandonar el carrusel? Por supuesto, pero sólo una. Ése es el motivo por el que hace ya tanto tiempo emprendí el camino para encontrar la Universidad de Dios y opositar luego con objeto de poder ingresar como alumno..., lo que me costó lo mío y, por cierto, tampoco es un estado permanente y garantizado. No es que uno tenga que pasar sus pruebas para ser aceptado como estudiante y, una vez dentro, ya está el tema resuelto y puede quedarse hasta el final de carrera. Qué va. Cada día te ponen un obstáculo nuevo (o más) y, si no lo superas, puedes acabar (a veces, sin darte cuenta) de patitas en la calle, aunque estés muy cerca de terminar la carrera de Dios.

Quizá por eso cada vez me aburre más leer a mis contemporáneos, por bien que escriban algunos de ellos (se me había olvidado comentar que no suelo leer por la belleza de las palabras, el deleite de las metáforas, la música de las aliteraciones y demás lírica del alfabeto, sino en busca del significado encerrado tras las palabras..., pero supongo que esto es obvio), y me interno más a menudo en las obras de autores antiguos, que en general tenían la cabeza más despejada, libre de información basura, y examinaban los problemas con una mirada mucho más limpia. Uno de los últimos clásicos que he leído es Consejos a los políticos para gobernar bien, del amigo Plutarco. La edición, de Siruela, incluye dos textos: A un gobernante falto de instrucción y Consejos políticos. Éste es uno de esos libros que debería ser lectura obligatoria para nuestros políticos actuales, y no los, en general, plúmbeos e insustanciales textos del siglo XX que tanto les gusta citar. A continuación transcribo algunos párrafos de Plutarco:

 "... la razón que vive en el gobernante, que habita siempre con él y lo vigila, no deja nunca su alma sin su liderazgo. El rey de los persas tenía encargado especialmente a uno de sus chambelanes para que por la mañana entrara en su habitación y le dijera: “Levántate mi rey y piensa en los asuntos de los que el gran Oromasdes (un derivado de Ahura-Mazda, divinidad de Zoroastro) ha querido que te ocupes”. Pero la voz que siempre le dice y recomienda esto al gobernante instruido y sabio está dentro de él."

"... pues no es posible disimular los vicios cuando se ejerce el poder. A los epilépticos, si se suben a un lugar elevado y se mueven de su sitio, los domina el vértigo y la turbación y hacen patente su mal. Igualmente, a los faltos de instrucción, la fortuna, tras elevarlos un poco con algunas riquezas, honores y poderes, tan pronto como están en lo más alto nos hace asistir a su caída. Mejor aún: así como entre vasos vacíos no podrías distinguir el que está intacto del que está deteriorado pero, cuando los llenas, se ve cuál gotea, del mismo modo las almas corruptas no pudiendo resistir al poder dejan escapar sus deseos, sus iras, su orgullo y su mal gusto."

"Como base firme y enérgica de la acción política debe haber una elección que tenga como principio juicio y razón y no un impulso nacido de una opinión vacía o una afición por las disputas o la ausencia de otras ocupaciones. Pues, así como aquellos que no tienen nada útil que hacer en su casa pasan la mayor parte de su tiempo en la plaza pública aunque nada hagan allí tampoco, del mismo modo algunos, al no tener nada propio que hacer digno de su atención, se lanzan a los asuntos públicos usando la actividad política como un pasatiempo. Y muchos que se han enganchado por azar en los asuntos públicos y que están cansados de ellos no pueden simplemente abandonarlos. Les sucede lo mismo que a los que, habiéndose subido a bordo de un barco para ser ligeramente balanceados, una vez que son lanzados a alta mar, miran a lo lejos mareados y agitados, pero se ven obligados a permanecer donde están y soportar su destino."

"... no hay que entrar en los asuntos públicos por negocio y por afán de lucro, como los del partido de Estratocles y Dromoclides (políticos atenienses del siglo IV a.C., de vida disipada) que, al asumir cargos en la ciudad, se invitaban unos a otros a ir a la “cosecha de oro” (…) Los espartanos no habrían soportado la insolencia y bufonada de Estratocles quien, tras convencer a los atenienses para hacer un sacrificio con motivo de la buena noticia de que ellos habían obtenido una supuesta victoria (en realidad, la armada ateniense había sido derrotada por la macedonia en Amorgos), cuando éstos recibieron el verdadero mensaje de la derrota y se irritaron por el engaño, preguntó a su pueblo en qué lo había agraviado. Después de todo, dijo, la gente había sido feliz, gracias a él, durante tres días..."

Y aún una más, que me parece especialmente interesante, cuando uno ve el circo surrealista por el que deambulan los actuales políticos españoles:

* "... del mismo modo, también los pueblos en las democracias, a causa de su libertinaje o soberbia o por falta de líderes mejores, aceptan a los que primero encuentran, a pesar de aborrecerlos o despreciarlos..."

Hablando hace unos días sobre la situación política española, cierta persona que hasta hace muy poco se declaraba fiel votante y defensora de Podemos (una de las "nuevas" formaciones políticas arrojadas a la arena de los gladiadores para entretener al personal), reculaba ante la última prueba de que aquéllos que componen esta organización no se diferencian mucho de los que integran el PP, el PSOE, CiU (y su sucesor el Partido Demócrata Europeo Catalán) y el resto del arco parlamentario. Y es que el llamado partido podemita sigue empeñado en autoinvestirse con un aura de superioridad moral, limpio de polvo y paja, azote de corruptos y defensor de la gente (se ve que ya no es de buen tono ser defensor del pueblo, que es lo que se decía antes), 
cuando padece una creciente lista de casos que cualquiera con dos dedos de frente se tomaría como un aviso para recogerse en la humildad y la prudencia. Ninguna de ambas virtudes parece adornar a los Pablo Iglesias y compañía, a pesar de esa noticia del reciente "pelotazo" con una vivienda protegida de uno de sus líderes madrileños, Ramón Espinar, que ha venido a sumarse a otras "deficiencias" acumuladas en muy poco tiempo, como la financiación de actividades del partido por parte de regímenes no precisamente democráticos, la polémica beca en la universidad de Málaga de Íñigo Errejón, los peculiares pagos recibidos por Juan Carlos Monedero como consultor de gobiernos suramericanos de izquierda, la errática y protestada gestión de los Ayuntamientos controlados por este partido, el pago en "negro" de Pablo Echenique a su asistente doméstico, los navajeos internos expuestos públicamente para hacerse con el poder en la estructura del partido..., entre otras cuestiones.

Bien, esta persona de la que hablaba en el párrafo anterior, ya no se reconocía entonces públicamente defensora de Podemos sino... ¡Antisistema! De nuevo la confusión semántica, en la que vive ahogada tanta gente. Resulta cansino repetir que antisistema no es sinónimo de ser una persona de simpatías políticas de izquierdas. Ni siquiera de izquierdas radicales. ¿Cómo se puede uno autodefinir como antisistema cuando vive por, para y del sistema, de una u otra forma? Cobra del sistema (de sus empresas o de su paro), vive en el sistema (usando su sociedad, su transporte, su alimentación), disfruta del sistema (se deja hipnotizar por sus productos audiovisuales, asiste a sus espectáculos musicales y deportivos), mantiene el sistema (vota a sus políticos, consume sus productos, respeta sus fiestas) e incluso muere en el sistema (se entierra en sus cementerios, se entrega a sus ritos funerarios). Antisistema de verdad eran los celtíberos que lucharon contra el sistema del imperio romano o los cátaros que se enfrentaron al sistema del imperio vaticano o los nativos norteamericanos que no se doblegaron al sistema anglosajón impuesto en sus antiguos territorios. Un antisistema vive contra el sistema, no en el sistema, y su compromiso es real porque se juega la vida en ello. Cosa que no hace la inmensa mayoría de los que dicen serlo.

En todo caso, puede que "antisistema" se convierta en la próxima palabra fetiche en un futuro inmediato. Cuando hasta "los tuyos" te decepcionan, cuando te das cuenta de que el mundo difícilmente va a cambiar (por la sencilla razón de que nunca lo ha hecho: está diseñado para funcionar así por razones específicas y el homo sapiens carece de poder para modelarlo), la única forma de afrontar el futuro es cambiar uno mismo (pero de verdad..., lo que no hace casi nadie porque conlleva mucho trabajo) y, si esto no es viable, cambiar la imagen de uno mismo, de lo que uno es realmente, para sustituirla por aquello que le gustaría ser. Los movimientos independentistas vasco y catalán nacieron así. El primero, en el momento de la pérdida definitiva del imperio español a finales del siglo XIX, cuando Sabino Arana y sus colegas de cuadrilla decidieron que ya no serían más españoles (porque asociaban España a derrota y no querían asumir su cuota de responsabilidad e incluso de culpa en el desastre y preferían imaginarse a sí mismos como otra cosa, como gente brillante y fabulosa). El segundo, en el momento de crisis y  desazón financiera, económica y política de estos principios del siglo XXI, cuando los Artur Mas y compañía decidieron que tampoco serían más españoles (por la misma razón: preferían verse como gente emprendedora, maravillosa, incorruptible..., "esclavizados" por otros, sin hacerse cargo tampoco de su parte de la factura).

Lampedusa también nos aportó una irónica reflexión acerca del autoengaño en uno de sus textos: "¿Qué haría el Senado conmigo, con un legislador inexperto que carece de la facultad de engañarse a sí mismo, ese requisito esencial en quien pretende guiar a los demás?"




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