Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 27 de octubre de 2017

Narcisos

Hace unas semanas leí una noticia muy reveladora de por dónde andamos a estas alturas de la película. Hablaba sobre una mujer llamada Laura Mesi, residente en la zona de Monza, en el norte de Italia. Esta buena señora había invitado a cerca de un centenar de amigos y familiares para celebrar con ella el día de su boda. Y digo bien: para celebrar con ella. Sólo con ella, porque se casó..., consigo misma. Tenía vestido blanco, tenía velo de tul, tenía brillantes Swarovski, tenía marcha nupcial de Mendelssohn, tenía padrino que era su hermano, tenía anillo de oro, tenía ramo de flores para tirar a sus amigas solteras, tenía banquete nupcial... Hasta tenía una tarta de tres pisos. Pero no un novio con el que casarse. Y no es que éste la dejara plantada en el altar. No lo tenía porque no quería tenerlo, por decisión propia de la mujer.

Obviamente, fue todo una performance. Una simulación (nunca olvido que, para los antiguos -y verdaderos- gnósticos, el poder máximo del Demiurgo es precisamente ése: la simulación, el hacer que las cosas parezcan ser de una manera que en realidad no son; por ello detesto la deshonestidad como concepto) de ésas tan de moda ahora, como la soberana incongruencia de celebrar una primera comunión civil. Eso sí, Mesi se gastó unos 10.000 euros en este teatrillo, que incluía un viaje de bodas a Egipto. Más tarde, explicó que había sufrido mucho con sus relaciones de pareja y que, como había cumplido ya los 40 años sin encontrar su "alma gemela", ni siquiera a un "príncipe azul" (madre mía, cuánto daño puede hacerle a una persona no saber interpretar los códigos secretos escondidos debajo de los 'cuentos para niños'...) que llevarse al catre, había decidido casarse consigo misma y prometido amarse para toda la vida y "acoger a todos los hijos que la Naturaleza quiera donarme". Ignoro a lo que se refería en este último caso: si pensaba tener "donaciones" vía fecundación in vitro, decantarse por las adopciones o incluso intentar la partenogénesis.

Lo único sensato que le leí, aunque no sé si ella misma comprendía bien lo que estaba diciendo, es cuando comentó que "si en el futuro encuentro un hombre con el que proyectar una vida en común, estaré contenta, pero mi felicidad no dependerá de él". Y es que cualquiera con dos dedos de frente y un poco de experiencia en la vida debería saber que nunca, jamás, bajo ningún concepto, ¡en ningún caso!, nadie debería buscar su felicidad en su relación con otra persona. Ser feliz es un estado sumamente escurridizo y sólo existe una forma de abrazarlo de modo, digamos, regular: a través del trabajo interior, en un camino que bien podemos calificar de espiritual y cuya meta no es otra que conocerse a sí mismo, como bien advertían en el viejo Templo de Delfos. Si alguien no es capaz de ser feliz solo, con la única compañía de su propio ser, jamás podrá serlo en compañía de otro, por más que la ilusión de los sentidos pueda darle esa impresión..., en la primera etapa de su relación. 

Lo he visto muchas veces. Recuerdo, todavía muy vívidamente aunque hace de esto más de 30 años, a una pareja de colegas periodistas con los que no había manera de irse de fiesta a ningún lado porque, fuera donde fuera nuestra pandilla de aquella época, ellos siempre terminaban "perdiéndose" para desfogarse sexualmente con unos bríos muy propios de Pan y sus silenos. No les obligábamos a venir: ellos juraban y perjuraban que les interesaban nuestros planes..., pero no lo podían evitar. Rebosaban felicidad, en apariencia. Estaban tan enganchados el uno con la otra que, para relacionarte de una manera más o menos normal con ellos tenías que hacerlo por separado, aprovechando los momentos en los que estaban alejados entre sí. En cuanto se reunían de nuevo, el efecto era el mismo que el de un imán con un pedazo de metal y se olvidaban del resto del mundo. A no mucho tardar, se fueron a vivir juntos, se casaron..., qué felices parecían.

Creo que no duraron juntos ni dos años. Ése fue el tiempo que tardaron en quemar el poderoso magnetismo que intercambiaban durante sus relaciones y la verdadera causa de su mutua atracción, lo que no tenía absolutamente nada que ver con el amor y la consecuente felicidad que creían experimentar. Porque todo se redujo a una gran borrachera de magnetismo aunque, por supuesto, ellos jamás aceptarían esta explicación. En su opinión, simplemente "se acabó el amor entre nosotros" como si el amor de verdad, perdón, el Amor de verdad, pudiera terminarse alguna vez. Como si no fuera la Fuerza más poderosa -y tal vez más incomprendida por el homo sapiens- en el Universo. En el fondo, estaban echando mano de una excusa clásica, que vemos todos los días en las portadas de las revistas del corazón, donde los famosos de diverso pelaje justifican sus cambios de pareja confundiendo constantemente el sexo (y su magnetismo invisible al ojo humano) con el amor. Otra excusa muy manida es la de "es que empezamos a vivir juntos y mi pareja cambió, ya no era como antes", cuando la realidad es más bien que "es que empezamos a vivir juntos, mi pareja no pudo mantener más tiempo la máscara (o no pude hacerlo yo) y le vi como realmente es, no como se me mostraba antes (o me vio como soy yo) (o nos vimos mutuamente)".

Sería interesante saber qué hubiera pasado si los protagonistas de Romeo y Julieta (la famosa tragedia de Shakespeare parece estar inspirada en hechos reales: algunos autores afirman que las familias Montesco y Capuleto no sólo existieron sino que mantuvieron una rivalidad política y comercial real, en el marco del conflicto entre güelfos y gibelinos) hubieran podido casarse o al menos satisfacer sus urgencias sexuales.  Lo más probable es que nunca hubieran pasado a la historia como uno de los paradigmas del más sublime amor, como César y Cleopatra, Orfeo y Eurídice 
o John Lennon y Yoko Ono (aunque una investigación exhaustiva de la "felicidad" cosechada en estos "sublimes" amores suele arrojar resultados decepcionantes). Por cierto que según una recientísma encuesta de un portal digital de bodas, la tontería de la sociedad contemporánea es ya de tal calibre que los ejemplos de pareja no se buscan en el mundo real, histórico o  siquiera mitológico, sino..., en los videojuegos. Mario y Peach, de la saga Super Mario de Nintendo, es el ejemplo más popular.

A pesar de su extravagancia, Laura Mesi no es un caso único de personas casadas, aun sin validez jurídica, consigo mismas. En el Reino Unido, Sophie Tanner hizo lo mismo a los 38 años en Brighton, por ejemplo. Y, de regreso a Italia, se conoce el caso de un hombre, también de 40 años y en este caso natural de la zona de Nápoles, en el sur de Italia, que también actuó igual. Nello Ruggiero, el susodicho, usó varias justificaciones formales para defender su decisión. Desde que lo había hecho por sus ancianos padres, cuyo sueño era verle casado, hasta su interés por evitar la marginación que decía sufrir por seguir soltero a esa edad. En cierto momento se le escapó la verdadera razón: "estoy convencido de que no podré amar a nadie como me amo a mí mismo". Le honraba esa sinceridad, si bien utilizó mal la referencia del objeto de sus amores. Porque Ruggiero, como Tanner, como Mesi y como tantas otras personas que dicen amarse a sí, en realidad lo que aman es a la imagen de sí. Estamos ante casos de manual de narcisismo puro y duro.

Supongo que todos los presentes en la sala conocen la historia de Narciso, pero por si acaso la resumo con rapidez. El gran Ovidio fue quien popularizó esta historia que ya conocían los griegos antes que los romanos y en la que una ninfa llamada Eco se enamoró perdidamente del bellísimo Narciso, hijo de un dios del río y de otra ninfa. Con semejante pedigrí, Narciso se comportaba con extremada suficiencia, mirando por encima del hombro a los demás. En cierta ocasión en la que se encontraba de caza, Eco le siguió por el bosque, henchida de amor y deseosa de dirigirle la palabra pero muy tímida y consciente de la maldición que soportaba y que la impedía hablar primero en un diálogo: sólo podía repetir la última palabra de su interlocutor (de ahí, su nombre). Pronto, Narciso se percató de que le seguían y, volviéndose sobre sí mismo preguntó: "¿Quién está ahí?" Eco, sobresaltada, permanecía escondida entre los árboles, pero contestó: "Ahí". Extrañado y creyendo ser objeto de alguna broma, él intentó emprender una conversación pero cada vez que hacía una pregunta o afirmaba algo, se encontraba con respuestas desconcertantes, que incluían la última palabra que previamente había pronunciado.

Finalmente, Narciso ordenó a la joven ninfa que se mostrara ante él y Eco abandonó su escondite y apareció radiante, abriendo sus brazos y dispuesta a achuchar a su amado..., que la rechazó cruel y vanidosamente. Tan afectada quedó ella por su desprecio, que fue consumiéndose durante el resto de sus días de manera literal, hasta que sólo quedó de ella su voz. Por eso, a día de hoy nadie puede ver a Eco pero todos podemos todavía oírla cuando decimos algo y ella nos contesta en determinadas circunstancias, por ejemplo, ante uno de los barrancos por donde ella sigue paseando melancólicamente. Los dioses se enfadaron con la actuación de Narciso y decidieron castigarle ejecutando la maldición que pesaba sobre él y de la cual el famoso vidente Tiresias había prevenido a su madre cuando todavía era un niños: le dijo que su hijo viviría muchos años siempre y cuando no llegara a conocerse a sí mismo (en este caso, era anti Delfos). 

Así pues, Némesis, la diosa de la justicia (y de la venganza), engañó a Narciso conduciéndole hasta un río. Allí consiguió lo que quería: que se viera reflejado en su superficie. De inmediato se enamoró de su propia imagen de belleza, fuerza y perfección. Narciso no se dio cuenta de que aquél era su propio aspecto y pensó estar ante un ser distinto a sí mismo, con lo que intentó entablar conversación y tirarle los tejos (o "tirarle fichas", como dicen las nuevas generaciones ahora). Sin embargo, el reflejo no era más que eso y no podía corresponderle, ni siquiera contestarle. Lo intentó durante mucho tiempo, sin resultados, hasta que cayó en la desesperación: 
 en la misma desesperación que él había causado en Eco y, probablemente, en otras aspirantes a ser objeto de su amor en episodios previos. Al final, había alcanzado tal grado de desmoralización, que decidió darse muerte. En algunas versiones sobre su final se cuenta que intentó besar a su imagen y se ahogó al caer al río, si bien la más popular es que se suicidó para no alargar su  tormento..., que para su desgracia continuará en el otro mundo, donde según los grecolatinos continúa condenado a mirar eternamente su imagen si alcanzarla. Ah, por cierto, en el sitio donde murió nació una flor nueva que fue bautizada precisamente con el nombre de narciso (aunque siempre he pensado que esta parte de la historia era simplemente una forma de atenuar la amargura de la misma).

Y así seguimos viviendo a día de hoy, cada vez de forma más obvia: en un mundo habitado por multitud de narcisos enamorados de su respectiva imagen (es importante recalcar esto: el narcisista no está enamorado de sí mismo sino de la imagen que da de sí mismo, que es algo muy diferente..., porque siempre será mucho más hermosa, casi perfecta, que la propia realidad). Narcisos que se ofenden por cualquier cosa (véase cualquier red social en cualquier momento), que exigen recibir constantemente (dando muy poco a cambio, dando nada si es posible), que no están dispuestos a sacrificar su tiempo y mucho menos su vida por su familia, ni por su comunidad, ni por su país (aunque de puertas para afuera presuman de participar en un número indeterminado de "buenas causas" o, como se dice ahora, en causas "solidarias"), que esperan que los demás se pongan permanentemente a su servicio o al menos a su disposición (sin hacer ellos lo propio), que siempre tienen la razón (argumentando sin rubor todo tipo de incoherencias y falsedades) y farfullan desde lo alto de su pedestal de superioridad moral (ahhh, ese viejo y conocido usted-no-sabe-con-quién-está-hablando)... 

Mucho de lo que está ocurriendo en Cataluña ahora mismo (más allá de las verdaderas razones de fondo y de los meandros ocultos por donde transitan y actúan personajes muy diferentes a los muñecos que vemos en la televisión que presumen de ser -y no son- los protagonistas de esta cuestión tan de moda en los últimos días) podría explicarse por este narcisismo enfermizo que posee a los homo sapiens con suma facilidad y que se manifiesta de forma tan obvia en aquéllos que se creen distintos que el resto de los españoles y, por tanto, mejores que ellos. Puesto que, es evidente, nadie quiere separarse de un grupo si no se cree mejor que el resto de los integrantes de ese grupo.

La mitología es un arma muy potente para desentrañar este mundo de ilusiones por el que transitamos. En sus enseñanzas, se lee lo que sucederá mañana porque es lo mismo que sucedió en el pasado. Narciso murió víctima de su propia vanidad. No le mató ninguno de sus enemigos sino que se mató él a sí mismo. Hoy, como ayer, es sólo cuestión de tiempo ver como algunos vanidosos terminan igual.













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