Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 20 de abril de 2018

Decadencia de la Ciencia Ficción

Una de las razones que explican cierto declive contemporáneo de la Ciencia Ficción como género, según un creciente número de críticos literarios, es el hecho de que muchos de sus postulados ya no son tan lejanos como hace unos pocos decenios sino que han sido alcanzados, a veces hasta superados, por la ciencia y la tecnología modernas. Esto ha afectado al famoso sentido de la maravilla que, no es que haya desaparecido definitivamente, pero sí ha visto reducido su atractivo ya que muchas de las antiguas ideas de vanguardia que se reflejaban en estas obras han dejado de serlo. Por ello, tampoco es casualidad que los temas que mejor funcionen entre los lectores habituales ahora mismo sean aquéllos que, a pesar de todo, la realidad nunca podrá alcanzar haga lo que haga. Es el caso de las distopías a largo plazo (donde se plantean futuros que llegarán o no y cuyo ingrediente principal ya no es tanto el tecnológico como el social), las ucronías (que exploran versiones diferentes de la Historia a partir de la pregunta qué hubiera pasado si...) o el steampunk (una variante de la ucronía después de todo, aunque adaptada a la época de la Inglaterra victoriana).

Otros temas más clásicos del género pero aún lejanos en el tiempo ya no son tan llamativos como lo fueron en su momento, un poco por saturación -es cada día más difícil escribir algo nuevo con el mismo telón de fondo- y un poco más porque también los vemos -en este caso, falsamente- cercanos. Así sucede por ejemplo con los space opera, que arrasaron entre el público lector sobre todo durante los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, pero que hoy se nos antojan "demasiado vistos", pese a que el curriculum espacial del ser humano es, por decirlo de una manera poco hiriente, muy limitado. Dejando aparte la épica de los viajes a la Luna, la verdad es que el complicado mantenimiento de la Estación Espacial Internacional y el despliegue de un puñado de sondas no tripuladas por las zonas más próximas del universo no parecen méritos suficientes como para que nos podamos sentir aburridos de las historias de imperios galácticos y grandes naves viajeras capaces de surcar el cosmos..., pero así es.

(Entre paréntesis, luego hay quien se queja de las teorías de los conspiranoicos pero... ¿De verdad que a nadie le resulta extraño lo que ha sucedido en los últimos 40/50 años con la Luna? No me refiero al debate sobre si los norteamericanos llegaron allí de verdad o todo fue un gran montaje rodado  por mi admirado Stanley Kubrick, ojo. Estoy hablando del hecho, asaz extravagante, de que un solo país -por mucha potencia internacional que haya sido o siga siendo EE.UU.- pudiera organizar y mantener sin ayuda de nadie el esfuerzo técnico y económico necesario para impulsar el programa Apolo con varias misiones de ida y vuelta a nuestro satélite entre 1969 y 1975..., mientras que, a día de hoy, con la fabulosa tecnología disponible -muy superior y más barata que la existente en aquella época- y la colaboración internacional de las grandes agencias -además de la NASA y de la agencia rusa, están la europea y la japonesa e incluso, últimamente, la china-, nadie se haya planteado en serio volver allí y colonizarla, aunque sólo fuera por fines de poder personal, que es la principal excusa por la que el mono sapiens hace el 95 % de lo que hace.

Pongámonos en el caso de la antigua URSS en los años 60/70: yo, Leonid Brezhnev en el poder en Moscú, ¿hubiera renunciado de verdad a alcanzar también nuestro satélite natural, aunque los yankees hubieran llegado primero? ¿Por qué? De hecho, ¿qué más me hubiera dado que llegaran un poco antes, si pudiera podido de todas formas asegurar una buena posición allí? ¿Acaso en la Tierra no había áreas de influencia capitalista y otras de influencia comunista? ¿Por qué habría renunciado a mi propia área de influencia lunar? ¿Hubiera dado carpetazo al millonario esfuerzo económico y tecnológico soviético después de tanto tiempo de trabajo? Son preguntas que vienen a la mente cuando uno se para a pensar un poco, máxime cuando sabemos que la URSS siempre estuvo por delante de los EE.UU. en la carrera espacial..., hasta que de pronto y sin que nadie sepa muy bien cómo los yankees consiguieron dar la vuelta a la tortilla de una manera francamente inesperada. En todo caso y ahora sólo teniendo en cuenta el punto de vista científico,  ¿no es la Luna un lugar mejor, más seguro y a la larga más rentable que la EEI para las investigaciones espaciales? Entonces, ¿por qué no regresar e instalar una base permanente?  Sólo se me ocurren tres hipótesis y las tres son de índole conspiranoica. Si alguien tiene alguna otra idea, que aproveche para aportarla.

Veamos..., la primera posible razón: después de todo es cierto que no hemos ido nunca allí, todo ha sido un inmenso montaje porque nuestra tecnología puede ser suficiente para lanzar un cacharro al espacio pero no para que los humanos sobrevivan en aquel ambiente hostil. La segunda: no sólo llegamos allí sino que nunca hemos dejado de ir de manera regular a la Luna e incluso hemos construido bases permanentes, pero se mantiene en secreto por alguna razón que lógicamente deben conocen también los rusos y otros expertos internacionales en temas espaciales pero no el público en general. La tercera: sí, fuimos, estuvimos allí en realidad pero..., resulta que nos encontramos con que nuestro satélite ya estaba bajo el control de alguien -terrestre o extraterrestre- que nos obligó a darnos la vuelta deprisa y corriendo, advirtiéndonos de que más nos valía no volver a abandonar nuestro pequeño planeta si no queríamos recibir un correctivo cósmico y eso desactivó el regreso no sólo de los estadounidenses sino de los soviéticos. Particularmente, la última es la que me parece más fascinante.

Recomiendo a los interesados buscar en Internet algunas de las peculiares imágenes de la superficie lunar -hay muchas falsas, pero también las hay verdaderas..., y muy sorprendentes- tomadas la mayoría de ellas por la NASA y que parecen demostrar que alguien pasó por allí antes de que llegaran los astronautas estadounidenses, aunque no se hable públicamente de ello porque resulta incómodo, según parece.)

Otros dos subgéneros de Ciencia Ficción que en su momento fueron muy populares y ya no sorprenden demasiado, a pesar de su extraordinaria importancia para la reflexión por las peligrosas consecuencias que podría tener su materialización en la vida real, son el de la convivencia con robots humanoides y el de los efectos del desarrollo de la inteligencia artificial. Son dos puntos diferentes pero van cada vez más unidos.

Sobre los robots ya hemos tratado en esta bitácora varias veces. Particularmente, los avances de los últimos años en este tipo de tecnología me inquietan bastante. En dos sentidos. Por un lado, ya hace unos cuantos años que convivimos con ellos: están muy extendidos en la industria e incluso en nuestra vida diaria, aunque hasta ahora no nos hayan llamado excesivamente la atención porque no tienen cara humana ni hablan. Sin embargo, el nivel de dependencia que estamos adquiriendo de estas máquinas empieza a ser bastante preocupante y será mayor a medida que pase el tiempo. Por otro lado, los androides o robots de aspecto humano nos demuestran que estamos cada vez más cerca del mundo de Blade Runner. El caso más popular es el de Aiko Chihara, un humanoide con el aspecto de una mujer de unos treinta años y 1,65 de altura vestida con un kimono tradicional para trabajar como recepcionista de Mitsuhoshi, los grandes almacenes de Tokyo. Hace ya tres años que pudimos verle interactuar con clientes humanos, indicándoles dónde estaban los productos que buscaban y ofreciendo otras informaciones, como los estrenos de cine en la cartelera de la capital nipona.

Pero en febrero de este año pudimos ver en acción algo más terrorífico: el último prototipo de la firma Boston Dynamics. Se trata del SpotMini, una especie de perro robot de metal apodado Buddy, que pesa unos 30 kilos, tiene unos 90 minutos de autonomía, se desplaza sobre cuatro patas y, aunque carece de cabeza, dispone de un brazo articulado con el que puede abrir puertas. Se supone que fue diseñado para ayudar al ser humano en las tareas domésticas y de hecho cuenta con cámaras y sensores en sus extremidades además de un giroscopio para poder funcionar con cierta independencia. El video distribuido por la compañía a través de Internet en el que se observa cómo dos de estos perrobots abren sin dificultad la puerta de una sala para escapar de ella no es muy tranquilizador, francamente.

Esta semana, uno de los sitios web favoritos de los otakus, los obsesivos frikis japoneses de manga, anime y electrónica -hay otros tipos de otaku, pero éstos son los más habituales- presentaba la candidatura de un robot a la alcaldía de Tama City: uno de los distritos de Tokyo, habitado por unos 150.000 ciudadanos. Los impulsores de esta candidatura defienden la "pureza" de la máquina a la hora de luchar contra la corrupción y la injusticia. Dicen que la inteligencia artificial permitirá desarrollar "políticas imparciales y equilibradas" de manera rápida, adquiriendo información y la mejor manera de aplicarla con una presteza y eficiencia nunca vistas. Por cierto que en Japón -y en cualquier otro país del mundo- un robot no puede presentarse a alcalde, así que en realidad la candidatura es de un convencido del poder robótico: Michihito Matsuda que, a lo que parece, no ha analizado a fondo ninguno de los grandes clásicos del género, ni siquiera los cinematográficos del estilo de Terminator o Robocop"Dejemos que la inteligencia artificial determine nuestras políticas mediante la recopilación de datos para que podamos crear políticas claramente definidas", dice Matsuda sin despeinarse. Podría parecer una broma si no fuera porque este individuo cuenta con el apoyo de gente tan importante como el anterior representante de Google en Japón o el vicepresidente de la empresa de telecomunicaciones SoftBank.

En realidad, todo esto no tiene nada de divertido, porque la inteligencia artificial ya recopila muchos de nuestros datos y, para ese gran porcentaje de personas indecisas e inseguras que alberga nuestra sociedad, se ha convertido en su principal y secreto consejero áulico que le dice, entre otras muchas cosas, a qué restaurante debe ir a cenar, cuál es la mejor hora para salir o por dónde tiene que conducir para llegar allí. Lo hace a través de los dispositivos electrónicos conectados a la red de redes y, especialmente  de nuestros teléfonos "inteligentes", por supuesto. ¿No son grandes decisiones? Seguramente. Pero eso es de momento. La cuestión es empezar por pequeñas cosas y luego, ir aumentando paulatinamente el grado de control, como la gotita de agua que se filtra por un minúsculo poro de la cañería y poco a poco se convierte en una rotura en toda regla por la que termina cayendo una auténtica inundación. Hace pocos días, uno de los principales expertos en temas de inteligencia artificial que conozco me explicaba los detalles de una función específica que se está desarrollando en estos momentos y estará disponible a no mucho tardar: servirá para "quitar trabajo innecesario" a los trabajadores. Es un programa informático para utilizar en el correo electrónico, capaz de aprender cómo escribe su dueño: su estilo, sus expresiones más habituales, el orden en el que expresa sus ideas..., de tal manera que puede llegar a contestar correos como si fuera la misma persona, pero sin intervención directa de ésta. Se supone que así "liberará" al trabajador de la molestia de contestar algunos correos y que, en todo caso, no podrá hacer nada sin permiso de éste. Se supone.

 La mayoría de la población no es consciente de hasta qué punto su vida depende ya, en este mismo instante, de esa pantalla portátil que incluye, entre otras cosas, un teléfono portátil y sin la cual se siente perdida en la vida..., porque se ha convertido en una verdadera adicción. En el mejor de los casos, las personas saben que han sido esclavizadas pero no comprenden lo que eso significa y, por ello, no están dispuestas a renunciar a sus cadenas. Hay ya encuestas y estudios sobre el grado enorme de esa adicción que podrían hacer reflexionar a la sociedad pero muchos de esos trabajos no se publican o lo hacen con sordina: no es cuestión de estropear lo que, aparte de un gran negocio, es la manera perfecta de engrilletar a una población que se cree más libre cuantas más aplicaciones ha descargado o cuantos más datos tiene en la nube. Particularmente, en lo que va de año ya me he olvidado tres veces mi teléfono móvil en casa, lo cual supone un incordio porque más que un teléfono -siempre que puedo, utilizo líneas fijas- es un pequeño ordenador portátil en el que llevo mucha información que necesito para mi trabajo diario. Sin embargo, no me he enfadado en ninguna de las ocasiones: al contrario, me ha parecido una excelente noticia saber que puedo seguir olvidando este aparato de vez en cuando porque eso quiere decir que no estoy tan enganchado a él como tantas personas que conozco que, lo primero que hacen al despertarse por la mañana y lo último que hacen al acostarse es "echar sólo un vistazo" a la pantallita (el primero de una serie de cientos, acaso miles, de vistazos diarios). 

En cuanto a la recopilación de información, resulta patético ver cómo periódicamente los usuarios de redes sociales (y también los de las grandes empresas de Internet como Google) replican en sus murostimelines y demás interfaces alguna advertencia legal dirigida a los dueños de las empresas de los programas que utilizan en el sentido de que no autorizan el uso de los contenidos particulares que vuelcan allí. Un consumidor experimentado de Internet -o de cualquier mercado no virtual- con dos dedos de frente sabe perfectamente que la razón por la que un producto, sobre todo un producto útil o de calidad, resulta "gratuito" es porque uno está pagando con otra cosa que no es su dinero. Pero está pagando. Por ejemplo, con los datos de su vida privada. No es que las redes  sociales (o mejor dicho, quienes las controlan) estén especialmente interesadas en hacer una ficha de cada uno de los habitantes del planeta (o sí, lo que pasa es que todavía no está claro si hay capacidad tecnológica suficiente para gestionar semejante base de datos) sino que los datos de una persona, sumadas a los de muchas más, proveen información muy rentable. Sólo desde el punto de vista económico y según datos publicados hace pocos días, al menos el 61 % del gasto publicitario digital del mundo durante el año pasado se lo embolsaron mano a mano Google (que controla en este momento casi el ¡¡¡92 %!!! de las búsquedas que se realizan en Internet en todo el planeta) y Facebook. De la rentabilidad política y social hablamos en otro momento.

A estas alturas, tengo que incluir un dato bastante chocante que me ha aportado mi querido y bien informado Mac Namara, que siempre anda curioseando por mi despacho, acerca de Mark Zuckerberg: ese "creador" de Facebook que diseñó la famosa red social porque estaba "aburrido" en la universidad de Harvard y quería "una herramienta que me permitiera ligar". Me cuenta mi gato conspiranoico que el verdadero nombre de Zuckerberg (un apellido que puede traducirse como Montaña de Azúcar, en alemán: resulta cuando menos sugerente) sería Jacob Greenberg y que su abuelo podría ser ni más ni menos que... David Rockefeller. Cada cual que tire del hilo, a ver qué encuentra al final del mismo. 

La verdad es que su comparecencia de esta semana ante el Congreso de los Estados Unidos para dar explicaciones por el escándalo de la "fuga" de datos de  Facebook (¡datos de 87 millones de personas!) a la compañía Cambridge Analytica ha sido un teatrillo entretenido. No se puede calificar de otro modo su comparecencia ante una cámara donde parece que la mayoría de sus componentes ha recibido una cantidad indeterminada de dinero -y, desde luego, no habrá sido un billete de veinte dólares por senador- en los últimos tiempos en calidad de "donación" por parte de la propia Facebook. Eso sí: los yankees montaron un numerito judicial al estilo de Hollywood, de los que tanto les gusta, para entretener a su público y hacer ver que "algo" se está haciendo. La declaración de Zuckerberg ahí está para quien la quiera analizar. Después de extender todo tipo de sospechas sobre Rusia, con ese estilo de retorno-a-la-guerra-fría que se ha puesto tan de moda últimamente en Washington, quiso solucionarlo todo como un buen millenial: pidiendo perdón con la boca pequeña y dando por sentado que "esto no volverá a ocurrir" y aquí paz y después gloria. Hasta la próxima.

La manipulación de datos personales es moneda corriente en estos tipos de programas. Estos días, por ejemplo, se ha confirmado que -¡oh, sorpresa!- la aplicación más utilizada de mensajería a nivel mundial, WhatsApp (que fue comprada por Facebook en 2014), guarda los chats, fotos y enlaces de sus usuarios en sus servidores mucho más tiempo de lo que se supone que lo hace, durante un mes. Lo ha comprobado un portal especializado, WABetaInfo, que logró recuperar archivos con hasta tres meses de antigüedad. Probablemente WhatsApp guarde esta información de manera indefinida, en los casos más interesantes.  Cómo será la cosa que el cofundador de esta aplicación, Brian Acton, se ha sumado públicamente a #DeleteFacebook, el movimiento de Internet que trata de convencer a los usuarios de la red de Zuckerberg de que se den de baja y borren sus perfiles para evitar el uso ilegal de sus datos personales.

El problema afecta a todo Internet, no a una red social o a otra. El ejemplo más fácil: todavía hay un número increíble de personas que escribe cosas importantes en un correo electrónico pensando que es el equivalente a una carta cerrada y sellada, cuando en realidad se trata de una postal que va a poder leer casi cualquier persona con un mínimo de habilidades informáticas avanzadas. Está próximo el tiempo en el que no hará falta ni contraseñas porque nadie ocultará nada. El exhibicionismo humano es de tal calibre que la gente se ha acostumbrado a describir su vida con pelos y señales, desnudando su alma sin pudor gracias al entrenamiento recibido a través de los programas de telebasura con que los Amos han normalizado en los últimos años entre las generaciones más jóvenes el striptease personal y emocional que permitirá controlarlas cada vez con mayor facilidad. 

En fin, hablábamos de la Ciencia Ficción, cuya decadencia es obvia..., a nivel literario porque, lo que es en el cine y la televisión, vive una verdadera edad de oro gracias a los efectos especiales y la digitalización, que han aportado en los últimos años las secuencias más espectaculares del género en toda la historia del Séptimo Arte. Estos trucos cinematográficos, que nada tienen que ver con un buen guión o unos actores estupendos (factores imprescindibles del cine de verdad) han conseguido el milagro de que hasta la gente a la que no le gusta el género o que difícilmente iría a ver una película de este estilo acaben poniéndose delante de la pantalla. Pero no saben que lo que están consumiendo no es Ciencia Ficción real, ya que ésta siempre se ha construido sobre las ideas.









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