Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

martes, 15 de junio de 2010

El cuento de las cuatro esposas

Una de las pesadillas del correo electrónico es la cantidad de mensajes y presentaciones de Power Point no solicitadas pero que se descargan día a día. Algunas, enviadas con buena intención para hacernos pasar un rato entretenido; otras, remitidas por miedo a cortar una cadena (que resulta más nociva incluso que las cadenas de papel, ya que recoge por el camino un montón de información de los distintos ordenadores donde se va instalando) y, la mayoría, rebotadas por pura inercia. Sin embargo, de vez en cuando se cuelan algunas que merecen la pena: normalmente adaptaciones de antiguas historias de conocimiento que han encontrado en esta vía la forma de adaptarse a los tiempos que corren y sobrevivir pese a todo.

Una de ellas es la que recibí esta mañana de manos de un amigo, y es en efecto la adaptación de un antiguo cuento oriental: el del rey con cuatro esposas.

Había una vez un monarca que estaba casado con cuatro mujeres. Él amaba, más que a ninguna de las otras, a la más joven de todas ellas: la cuarta, que era también la más hermosa y efervescente. Para ella reservaba siempre sus mejores regalos cuando volvía de guerras de conquista o de simples viajes a los países vecinos, así como sus palabras más amables y sus piropos más encendidos. Le daba lo mejor. También amaba mucho (aunque un poco menos que a la cuarta) a su tercera esposa: muy guapa y ardiente, y a la que gustaba lucir ante sus invitados en palacio o si decidía viajar a algún reino vecino con su corte. Sin embargo, tenía miedo de que ella pudiera engañarle a sus espaldas o incluso irse con otro. En tercera línea de sus afectos figuraba su segunda esposa. Ésta era una mujer muy buena: le escuchaba siempre con paciencia y consideración a pesar de que él no le hacía todo el caso que ella deseaba y, aunque tenía que compartir al rey con las otras tres mujeres, se mostraba bondadosa con él y siempre le aconsejaba cuando le preguntaba por cualquier problema o dilema que le preocupara. Finalmente, la primera de sus esposas era la última para la consideración del rey..., aunque era la mujer que llevaba más tiempo con él, y la que más había hecho con diferencia para ayudarle en el gobierno y la prosperidad del reino; aunque ella le había mostrado su lealtad en mil y una ocasiones, sin fallarle jamás; aunque le amaba locamente y estaba dispuesta a perdonarle su indiferencia y sus maneras esquivas. A pesar de todo eso, el rey la ignoraba habitualmente.

Como el hombre común, sea rey o villano, nunca se da cuenta de lo que es verdaderamente importante en la vida hasta que la Dama Blanca empieza a golpear con su mano fantasmal la puerta de su hogar (y para entonces ya es tarde), nuestro monarca vivió sus años de lujo, esplendor y dominio sin preocuparse de nada más que su placer y contento, hasta que un día cayó gravemente enfermo y sus médicos reconocieron que poco podían hacer para salvarle y que su vida estaba muy próxima a agotarse.

Entonces, el rey hizo llamar a su queridísima cuarta esposa y, tras recordarle que le había amado más que a ninguna otra y que le había dado todo lo mejor que tenía en su reino, le pidió que se preparara para morir también como habían hecho durante generaciones las mujeres de sus ancestros que, en el momento del fallecimiento del monarca, se inmolaban junto a él voluntariamente para acompañarles en el más allá. Pero ésta le contestó:

- ¿Tú estás loco o qué te pasa? Vivimos tiempos modernos, soy joven y hermosa, y no me puedes obligar a morirme contigo -y sin más comentarios se dio la vuelta y se marchó con total frialdad.

Conmocionado por el poco agradecimiento, el rey llamó a su tercera esposa y le planteó el mismo argumento. Y ella contestó:

- No moriré contigo. La vida es buena y divertida para aquéllos que pueden gozar de ella. ¿Por qué iba a privarme de hacerlo yo, si estoy en disposición de seguir viviendo? Además, en cuanto te mueras me casaré con otro -y se fue, tan tranquila.

En este momento, el monarca sintió que la muerte estaba más cerca que nunca de su persona. Desesperado, llamó a su segunda esposa y le confió con tristeza su estado de ánimo para a continuación pedirle que al menos ella le acompañara al otro mundo. Y ella dijo:

- Siempre te he ayudado cuando me lo has solicitado y así volveré a hacerlo de nuevo..., pero no enterrándome contigo. No te preocupes: yo me encargaré de que tengas unos funerales adecuados y una tumba como corresponde a tu dignidad -y se marchó con calma.

El rey no pudo aguantar más y empezó a llorar amargamente, sintiendo cómo se desgarraba su corazón. Tanto tiempo les había dedicado, tantos presentes les había regalado, tantas cosas buenas les había destinado..., y ninguna de ellas le quería lo suficiente como para no dejarle solo en aquel penoso trance (bueno, hay que decir que este rey era un ignorante porque, por supuesto, todos estamos solos en el momento de la muerte..., pero no nos desviemos del tema). Sentía que moriría allí mismo, pero no por culpa de su enfermedad, sino del dolor. En ese instante, escuchó una voz trémula y débil junto a él:

- Yo estoy dispuesta a morir contigo, a acompañarte donde haga falta. Nunca me separaré de ti.

Era, por supuesto, su primera esposa: la única que en realidad siempre le había amado de corazón sin esperar nada a cambio. Allí estaba, junto a su lecho de muerte, fiel hasta el último minuto y valiente como ninguna otra. Muy emocionado, el rey sintió el peso de la culpa y de la injusticia cometida durante tantos años y susurró:

- Debí haberte atendido la primera de todas cuando pude hacerlo.

Pero ya era tarde, y murió.

La moraleja de este cuento es que el rey es la persona corriente y las cuatro mujeres representan cuatro cosas muy concretas. La cuarta esposa, la joven y pizpireta, representa nuestro cuerpo físico y es bien cierto que da igual la cantidad de tiempo, mimo y lujos que le dediquemos durante nuestra existencia: el día de nuestra muerte, nos abandonará sin decir ni pío. La tercera esposa simboliza nuestras posesiones y riquezas materiales: tampoco nos acompañará cuando fallezcamos sino que, al contrario, en cuanto hagamos mutis por el foro se irá con el primero que se encuentre. La segunda esposa es una metáfora de nuestra familia y amigos: podrán habernos arropado y aconsejado de corazón pero poco más que acompañarnos a la tumba podrán hacer cuando nos toque el momento de dejar este mundo. Finalmente, la primera esposa no es otra que nuestra alma, a la que ignoramos alegremente y dejamos morir de hambre espiritual mientras dedicamos nuestros años a la búsqueda de fama, placer y fortuna, cuando es la única que nos acompañará en el tránsito final.

Es lo bueno de pensar en la muerte: que de repente te pone en tu sitio y te hace recordar lo que de verdad merece la pena.

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