Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Plan Diabólico

Ciertas tradiciones ocultistas (me refiero al Ocultismo verdadero, no a los tarotistas televisivos, los astrólogos de revista y otros mercaderes y patanes) afirman que la Tierra está poblada por tres tipos de personas y que la Historia no es en realidad sino la crónica de una guerra tan antigua como la Humanidad, tan eterna como el mismo universo. Según estas fuentes, podemos distinguir (por simplificar mucho) a 1º) los que combaten en el lado del Bien, 2º) los que lo hacen en el lado del Mal y 3º) todos los demás. Los del Bien y los del Mal son muy pocos, pero saben que esa guerra existe, se preparan para ella y participan cada cual según su nivel (unos son infantería, otros caballería, otros exploradores, otros espías...), impulsando periódicamente hacia el poder aparente (reyes, papas, emperadores, presidentes...) a sus propios peones para ganar batallas sucesivas y así tratar de volcar la balanza en su favor. Además, nos advierten de que, cuando estudiamos el efecto de las estrategias de estas dos fuerzas opuestas en el mundo que nos rodea, podemos llevarnos muchas sorpresas porque la versión popular ha contaminado los nombres y las caras, mezclando a héroes con villanos y ofreciendo una imagen distorsionada de la realidad, de manera que es fácil descubrir que el que creíamos militaba en un lado en realidad siempre lo hizo en el otro.


Según esta versión peculiar de los acontecimientos, todas las demás personas, la gran mayoría de la Humanidad, están dormidas. Es decir, ignoran lo que ocurre y por supuesto están convencidas de que no hay ningún hilo conductor de los acontecimientos: las cosas son como son porque sí, fruto del azar, y en su opinión no existen pruebas que demuestren lo contrario. Por ello, se limitan a dejarse llevar y son empujadas de un lado a otro sin entender nada de lo que sucede en la vida. Transitan simplemente tratando de pasarlo lo mejor posible y suelen acabar aplastadas por los acontecimientos y por el paso de los años: su vejez suele ser amarga, sobre todo cuando comprenden que no han logrado cosechar para sí mismos nada útil en su vida, por muy plena de sucesos que se haya desarrollado. Algunas de estas personas, sin embargo, intuyen (de una manera irracional, en el sentido de que no tiene explicación según la razón o la lógica corrientes, y por tanto es un sentimiento personal e intransferible) que las cosas no son como parecen y surge en algún remoto lugar de su mundo interno un deseo ingobernable de saber más, de descubrir qué está pasando.

Así que se ponen a buscar. La mayoría no logra encontrar lo que ansía porque no está preparada para alcanzarlo. Son como los niños pequeños que buscan el tarro de galletas: saben que debe existir en alguna parte de la cocina pero, aunque lograran averigüar que está en el cajón más alto de la alacena, carecen de la estatura suficiente para llegar hasta allí, ni siquiera subiéndose a una silla. De hecho lo normal es que ni siquiera sepan lo que están buscando. La hora de su muerte es para ellos aún más amarga que para los dormidos, porque sienten que perdieron una oportunidad (habrá otras, quizá...).

Por seguir con la metáfora, unos pocos alcanzan a encontrar el tarro, pero éste tiene un pequeño problema y es que se puede abrir por un lado o por el otro. Si se abre por un lado, encontraremos galletas marca Bien, mas si lo abrimos por el otro lado, encontraremos galletas marca Mal. A veces, la persona que lo encuentra tiene los ojos lo bastante abiertos como para reconocer cuál es cada uno y elige conscientemente el lado que prefiere. Más a menudo, la persona llega medio dormida todavía, por lo que no es extraño que elija galletas marca Mal pensando que son las de la marca Bien...  Y cuando lo descubre es demasiado tarde.


Mac Namara sabe mucho más de todo esto que yo. Lo cierto es que le soporto porque él me cuenta regularmente los detalles de esta guerra sorda (creo que está involucrado personalmente en ella, pero no tengo todavía muy claro en cuál de los dos bandos) y podría escribir una enciclopedia al respecto. Yo sólo he traído el asunto a colación para centrar la recomendación cinematográfica de hoy: Seconds (Plan diabólico), una extraña película casi inencontrable que jamás veremos en televisión, que acaba de ser editada en DVD en el mercado español probablemente por tiempo (muy) limitado y que nos ofrece un espléndido ejemplo de lo que ocurre cuando una persona escoge las galletas marca Mal pensando que son las de marca Bien.

Fue, cómo no, nuestro conocido y erudito lector Sua Ilustrissima Eminenza il Condotiero della Comedia del Arte quien me alertó de la reciente aparición de este largometraje de 1966 que, a pesar de su argumento de fondo, fue candidato a la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes del mismo año (por supuesto, no ganó) y hasta tuvo la osadía de optar al año siguiente al Oscar... ¡a la mejor fotografía en blanco y negro! Basada en una novela del inquietante David Ely, un detalle que ya sugiere el interés que puede tener esta película "de intriga policíaca" es el hecho de que está dirigida por John Frankenheimer, autor de la absolutamente imprescindible primera versión cinematográfica de The manchurian candidate (El mensajero del miedo).

Plan diabólico nos presenta a un banquero llamado Arthur Hamilton que no se puede quejar de lo bien que le trata la vida (de hecho, cuando arranca la acción están a punto de nombrarle director del banco), con una hermosa casa en una urbanización de las afueras, una complaciente y madura esposa y una hija felizmente casada con todo un señor médico. Sin embargo, y aunque no quiere reconocérselo a sí mismo, el tipo está hastiado de su existencia aburrida, previsible y en el fondo sin sentido. Una noche recibe la llamada de un amigo íntimo que él pensaba había muerto y que le cita para entrar en contacto con una extraña organización secreta: la Compañía. El grupo se dedica a ofrecer a sus clientes, todos ellos con suficiente dinero (y mucho más que ganarán con varios seguros que les harán antes de simular su muerte) una "segunda oportunidad": después de organizar un fallecimiento ficticio que simulan con un cadáver al que desfiguran para que nadie pueda reconocerle, someten a la persona a una transformación física radical, fundamentalmente a través de la cirugía plástica en diversas partes de su cuerpo. Luego le proveen de una nueva identidad y le sitúan en otra parte del país para que comience desde cero (pero muy bien instalado económicamente) y pueda hacer realidad todas las fantasías imposibles que soñaba con realizar durante su vida anterior.

En el caso de Hamilton (cuyo papel interpreta en un primer momento John Randolph y, tras la intervención plástica, asume el mejor Rock Hudson que he visto jamás en el cine), le transforman en un pintor de éxito que vive en una agradable mansión en California. Allí puede dedicarse a desarrollar su faceta creativa, descubierta tras varios tests psicológicos, y hacer literalmente lo que le dé la gana sin responsabilizarse por su antigua familia, su viejo trabajo, sus antiguos conocidos... Es la segunda oportunidad que tantos anhelan. Sin embargo, Hamilton duda. Él estaba buscando algo que le sacara de su monotonía existencial, pero aquello es demasiado extraño, le desborda y no termina de asumir lo que ha ocurrido. Para ayudarle, la Compañía le asigna uno de sus miembros, John, que oficialmente actuará como su mayordomo pero que también ejercerá de guía y acompañante hasta que pueda vivir definitivamente solo.

Hamilton no termina de "despegar"..., hasta que conoce a una mujer llamada Nora con la que inicia un romance que empieza a darle sentido a su nueva existencia. Sin embargo, durante una fiesta en su mansión de pintor se emborracha y habla más de la cuenta. Varios de los invitados que, aunque él no lo sabe, también son clientes y no desean que revele públicamente la existencia de la Compañía, se lo llevan en volandas. El exbanquero descubre que incluso Nora está relacionada con la organización secreta y que se la mandaron para ayudarle a asumir su nueva existencia. Desesperado, regresa a su antigua casa donde se presenta ante su "viuda" como un amigo de su anterior identidad y donde, tras comprender que la vida anterior ya no existe y encajar al fin las piezas de su situación en el mundo, decide que ha llegado el momento de emprender de verdad y definitivamente una nueva vida.

Pero ya es tarde... La Compañía le descubre mezclando lo viejo con lo nuevo y le "retira" de la calle. Hamilton trata de convencerles de que ya ha madurado, que sabe lo que tiene que hacer, y que se someterá sin problemas a otro cambio radical para, con una tercera identidad, aprovechar la oportunidad ahora sí. Sin embargo, la organización no concede más oportunidades: para seguir funcionando debe ser inexistente por completo al mundo exterior y si una persona es incapaz de superar a la primera la tremenda prueba de la transformación, no se fiarán de que pueda superarla a la segunda. El final es lógico y predecible.

Toda la película es una gran metáfora de lo que sucede cuando alguien escoge erróneamente en el tarro antes citado. Arthur Hamilton había descubierto que la vida normal no era la respuesta pero tenía demasiado miedo para buscarle un sentido por sí mismo, así que se ve empujado por un amigo suyo a tomar una galleta del Mal pensando que es la del Bien. Es decir, se somete a una especie de ritual iniciático (la daliniana escena de la violación falsa sobre ese suelo..., ajedrezado), muere y resucita (al cambiar de identidad) y tras convertirse en una persona diferente a las demás y superior a ellas (porque sabe y porque es libre de actuar como quiera, con recursos a su disposición) adquiere incluso el derecho a participar en ceremonias para escogidos (esa fascinante e insana secuencia de la orgía en honor a Baco, por momentos rodada como si fuera un documental, más que una obra de ficción). 

Sin embargo, el poder se le escapa de las manos porque le viene demasiado grande: ha accedido a él antes de tiempo o es que no ha accedido al tipo de poder que en el fondo estaba buscando. Cuando descubre este pequeño detalle su sueño se transforma en pesadilla, como suele decirse. Pero es que tampoco hay más oportunidades. Como suele recordar Mac Namara hablando de esto, las mismas tradiciones ocultistas a las que nos referimos al comienzo advierten claramente de que el hombre común nace una vez y el hombre que sabe puede nacer dos veces pero no tres: nadie nace más de dos veces porque se supone que en el momento del segundo nacimiento uno (el hijo del hombre, el que se pare a sí mismo) sabe dónde está y por qué está haciendo lo que hace. Uno ha escogido previamente..., o debería haberlo hecho. El drama de Hamilton es que no escoge: deja que los demás lo hagan por él. Vende su alma al primer diablo que pasa y le ofrece el oro y la fama en lugar de guardársela para sí mismo, ahora que sabe que la tiene, y encontrar lo que de verdad quiere buscar. Es un fracasado en el camino espiritual. 

Es una terrible advertencia, una gran película.
  

1 comentario:

  1. No tenía ni idea de la existencia de esta película aunque sí conocía cosas de Frankenheimer, como la que citas (The Manchurian Candidate). Lo más chocante es que la protagonice ¡Rock Hudson! al que nunca imaginé en estos trances existenciales. Una magnífica recomendación.
    Sólo apuntar que siempre he pensado que una parte significativa del tercer grupo (el de todos los demás) sí que intuye e incluso sabe lo que está pasando, aunque prefiere mirar hacia otro lado, probablemente por comodidad, miedo, o cualquier razón parecida en ese sentido. Son como aquel personaje del primer Matrix (que acaba siendo traidor) que se pregunta por qué no eligió la otra pastilla cuando tubo la oportunidad.

    Un saludo.

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