Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

martes, 30 de noviembre de 2010

Las dos monedas

En clase de Misticismo y Paradojas he aprendido que muchas historietas que hoy contamos como chistes más o menos graciosos fueron creados por maestros sufíes para transmitir sutiles enseñanzas, de la misma forma que los maestros egipcios escondieron en cierto juego de cartas el Libro de Thoth o que los Minnesänger disfrazaban bajo el manto de canciones y leyendas sus conocimientos prohibidos. ¿Por qué cosas tan imporantes acabaron en apariencia "degradadas" en lugar de permanecer recluidas en templos o fortalezas?

En la Antigüedad, los sabios se enfrentaron a un grave problema al no hallar sucesores adecuados: ¿cómo salvar el tesoro y transmitirlo en el futuro a aquéllos lo bastante preparados para recuperarlo? La fórmula que emplearía el
hombre corriente se basa en enterrarlo en algún lugar oculto, muy escondido de los siervos del Enemigo, de forma que éstos no lo encontraran jamás. Después, bastaría con elaborar un mapa basado en claves sólo accesibles a los guerreros. Pero este método no es muy fiable porque está sometido a, al menos, dos grandes riesgos. El primero, que los esclavos de la Bestia descifren el mapa, encuentren el tesoro y lo roben. El segundo, que esté tan oculto que ni siquiera los legítimos herederos lleguen a encontrarlo jamás y por tanto se pierda definitivamente. ¿Cuál de las dos es peor consecuencia?
Cavilando qué hacer, los sabios llegaron al convencimiento de que debían actuar exactamente como hace el Enemigo: multiplicando la falsa oferta, escondiendo las cosas a la vista..., mostrando la aguja, dentro del pajar. Esta táctica fue, después de todo, la utilizada precisamente por él para tratar de destruir las Escuelas de Misterios. Y estuvo cerca de conseguirlo con ella.

Y es que, en tiempos remotos, un guerrero debía arriesgarlo todo (su familia, sus posesiones, su futuro y, por supuesto, su vida) para encontrar uno de estos sagrados lugares y superar las pruebas que le permitieran ser aceptado en ellas. No era nada fácil conseguir el éxito en esta misión y la mayoría de los que comenzaban la búsqueda la terminaban esclavos o muertos. Pero si la fortaleza espiritual del guerrero era la adecuada, el premio merecía la pena. Una vez que uno encontraba una Escuela de Misterios y lograba ser aceptado, sabía que estaba donde debía estar. Con el tiempo, la afluencia de estudiantes llegó a ser preocupante para la Bestia, que trató de destruir sin éxito estos centros de poder. Entonces ideó el truco: inventó sus propias "Escuelas" que utilizaban la misma terminología, idénticos signos, pruebas similares..., pero carecían del significado profundo de las verdaderas. Y le salió muy bien: numerosos aspirantes al Camino Real se despistaron e ingresaron en estas copias sin sentido..., perdieron su vida en balde, dedicándose sin saberlo a trabajar justo en contra de Aquello hacia lo que sus altos ideales originales habíanles movilizado en un comienzo.

La situación sigue siendo la misma hoy..., incluso ha empeorado. Es como en esos tebeos de El hombre de hierro de Marvel, donde el superhéroe bajo el que se esconde la identidad secreta de Tony Stark utiliza un pequeño aparatito multiplicador de imágenes para despistar a los supervillanos más poderosos. De pronto surgen varias decenas de "hombres de hierro" de los que sólo uno es el verdadero y, mientras el malvado trata de adivinar cuál es, el verdadero se recupera y se prepara a asestar su golpe definitivo.
Así que se cuentan por cientos, tal vez miles, los falsos maestros, los gurúes de la nada, los iluminados que carecen de luz propia, los parásitos de la Espiritualidad Real que, ignorándolo o no, conducen a sus "discípulos", ingenuos corderitos de buen corazón, hacia el Abismo. La clonación es de tal calibre que la principal prueba del guerrero hoy consiste precisamente en encontrar una Escuela de Misterios de verdad en lugar de acabar llamando a la puerta equivocada.

Los sabios, pues, decidieron copiar esta táctica del Enemigo y, en lugar de esconder el tesoro, lo que hicieron fue exponerlo públicamente..., bajo un disfraz adecuado. Como suele decir mi tutor en la Universidad de Dios, la mejor forma de hacer desaparecer algo es cambiarle el nombre: si queremos hacer desaparecer un conejo, por ejemplo, basta con empezar a llamarle elefante enano. Tan simple como eso, y tan eficaz.

Y así volvemos al punto de partida, y nos damos cuenta de por qué tantos cuentos, símbolos, canciones, chistes, juegos..., son tan importantes para el guerrero, siempre que conserven la impronta original, la de la Tradición con T mayúscula, que permita analizarlos, exprimirlos y descubrir el tesoro oculto... Por qué determinado santo aparece siempre con ciertos atributos y no con otros. Por qué la música que nos pone en una onda "especial" tiene unos ritmos concretos y no otros. Por qué el héroe de la leyenda emplea ciertas armas y ciertos aliados y no otros, y además se enfrenta a unas pruebas muy concretas y no otras... Y, por supuesto, por qué el llamado "arte" contemporáneo que, en su estúpida vanidad se enorgullece de haber roto con todo lo anterior, resulta a los ojos del que sabe ver una mera amalgama de caprichos estúpidos y estériles.

Hablábamos de todo esto esta mañana una vez más con mi profesor Nasrudin, que contaba aquella vieja historia:

En cierto pueblo de cierta provincia, varios habitantes se divertían con el tonto del lugar: un infeliz con un bajo nivel intelectual, que se ganaba la vida recibiendo limosnas y, de vez en cuando, haciendo algunos recados sencillos. Cuando se aburrían de beber té y fumar con el narguile, estos habitantes llamaban al tonto al bar y se divertían ofreciéndole que escogiera entre dos monedas: una grande de mediano valor y una pequeña que valía el doble. Entonces se cruzaban apuestas sobre cuál escogería. El tonto siempre tomaba la moneda más grande y menos valiosa ante el regocijo y las burlas de todos, mientras los apostantes hacían cábalas sobre cuándo se daría cuenta de que le resultaría más rentable coger la moneda pequeña y apoyaban tal o cual fecha.

Un viajero que pasó por el pueblo y observó lo ocurrido, se indignó por el trato dado al tonto y, cuando abandonó el bar se fue tras él y le llevó a un aparte en el callejón. Allí le preguntó si todavía no se había deado cuenta de que le convenía coger la moneda más pequeña, que valía más de la grande que él siempre se llevaba. Y él le respondió:

- Claro que lo sé. La moneda que cojo vale la mitad que la otra, pero el día que escoja la moneda pequeña y más valiosa se terminará el juego. Mientras no tome la pequeña, tendré una moneda de menos valor, nueva cada día.

Nasrudin sonrió y nosotros con él. Yo sobre todo, porque mi profesor de Misticismo y Paradojas sabe perfectamente cuál es el lema de mi escudo de armas: 
Las cosas nunca suelen ser lo que parecen.
 

 

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