Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Versos Áureos

El de los seguros sí que es un negocio que no entiendo demasiado, porque no sé cómo lo hacen las empresas del sector teniendo en cuenta que cada año que pasa hay que pagar más y más a los asegurados ante la creciente cantidad (y calidad) de catástrofes en las que nos metemos los humanos..., a no ser que las primas sean realmente muy altas o que se mueva el dinero de alguna otra forma. El caso es que las cifras que se manejan son mareantes. Hace unos días la reaseguradora helvética Swiss Re calculaba que los desastres naturales y los humanos, todos juntos, habían costado durante 2010 unos 36.000 millones de dólares (más de 27.000 millones de euros) a las aseguradoras del mundo. Sin embargo, la pérdida económica real provocada por esas catástrofes la estimaba Swiss Re en 222.000 millones de dólares (casi 170.000 millones de euros), o lo que es lo mismo: ¡más del triple que el año pasado!

La verdad es que 2010 es uno de esos años que se puede despedir tranquilamente sin que nadie le llore demasiado..., por muchos motivos. Uno de ellos es que deja tras de sí la mayor pérdida de vidas por grandes catástrofes desde 1976. Se calcula que en torno a 260.000 personas han sido sacrificadas por la Naturaleza en este tipo de tragedias a lo largo de los últimos doce meses, frente a las aproximadamente 15.000 del año anterior. Por supuesto, la peor de todas fue el terremoto de Haití, donde fallecieron más de 220.000 personas (paradójicamente, las empresas aseguradoras casi no perdieron dinero allí, pues al tratarse del país más pobre de América los asegurados eran pocos y por una cantidad escasa de dinero). Las inundaciones en China y Pakistán o la ola de calor en Rusia sumaron otras 22.000 muertes. En cuanto al coste económico, el suceso más "caro" para las empresas del sector fue el terremoto de Chile en febrero, donde tuvieron que pagar unos 8.000 millones de dólares (más de 6.000 millones de euros).


Todo esto no hace sino recordarnos que vivimos en una época oscura, con los nazgul volando sobre nuestras cabezas y la sombra de Sauron haciéndose cada vez más poderosa allí en el horizonte, dispuesta a desatar la Guerra del Anillo en cualquier momento. En estos tiempos del kali yuga en el que todo invita a la depresión y la desesperación es, no obstante, cuando más hay que conservar la calma y forjar las armas propias para sobrevivir, pensando que somos afortunados porque seguramente tendremos la oportunidad de llegar a convertirnos no sólo en dioses sino, tal vez, en héroes (los dioses aman a los héroes, como los ángeles a los hombres, porque aquéllos son omnipoderosos y ningún reto es suficientemente duro para probar su valor y su voluntad). Como dicen los marinos, "es en las tormentas donde se aprecia el maderamen del barco"

En todo caso, el mundo necesita luces. Y aunque parezca complicado encontrar una lámpara en estos días, nuestros predecesores (acaso nosotros mismos en tiempos pretéritos, dejando mensajes para la posteridad que no es sino la viva imagen de uno mismo, del que siempre ha sido, es y será) encendieron antorchas, fanales y hachones en los siglos pasados a fin de conservar la luz suficiente con la cual distinguir al menos dónde colocar nuestros pies para seguir adelante sin precipitarnos al abismo que ruge de hambre, exigiendo víctimas, junto al sendero.

Sarcásticamente, estas luces parecen estar sólo a disposición de los alumnos de la Universidad de Dios, pues los hombres comunes no las emplean, pese a ser quienes más las necesitan. Será porque están tan acostumbrados a la luz eléctrica, los dispositivos informáticos, los GPS y el Google Maps, por lo que son hoy incapaces de orientarse mirando a las estrellas: a las que brillan en lo alto y sobre todo a las que más lucen en el interior de ellos mismos. Así que desdeñan la tea de llama frágil y danzarina por considerarla "desfasada", "insegura" y "primitiva" mientras rebuscan en sus bolsillos, en medio de la oscuridad, unas pilas adecuadas para que su aparato tecnológico de nueva generación se encienda de una vez. Ignoran que semejantes cacharros de nada sirven dentro de la caverna platónica.

En una ocasión anterior ya me referí al viejo Pitágoras, gran maestro en su época, una antorcha viviente él mismo, que prendió generosamente con su propio fuego las almas desbordadas y fascinadas de tantos grandes hombres de su tiempo que trabajaron en silencio siguiendo sus instrucciones. No dejó mucho escrito, pero sus discípulos recopilaron unos Versos Áureos a él atribuidos que son paradigma de belleza y conocimiento: luz para su tiempo..., y también para el nuestro. Los hombres ignorantes le califican de supersticioso y embaucador desde el punto de vista religioso porque consideran que sólo sus aportaciones matemáticas son loables, pero si supieran lo que significan de verdad sus palabras, lo que encierra cada símbolo y cada metáfora, se estremecerían en sus púlpitos de piedra y en piedra misma ellos mismos se metamorfosearían por haber despreciado el néctar sagrado que destilan:


Honra y venera, en primer lugar, a los dioses inmortales,
a cada uno de acuerdo con su rango.
Respeta luego el juramento y reverencia a los héroes ilustres y también a los genios subterráneos: cumple así lo que las leyes mandan.

Honra luego a tus padres y a tus parientes de sangre.
Y, de los demás, hazte amigo de aquél que destaque en virtud.

Cede a las palabras gentiles y no te opongas a los actos de quien se aprovecha.
No guardes rencor al amigo por una falta leve.
Estas cosas hazlas en la medida de tus propias fuerzas,
puesto que lo posible siempre está junto a lo necesario.

Concéntrate en cumplir estos preceptos pero sobre todo aprende a dominar las necesidades de tu estómago y de tu sueño, tus apetitos y tu ira.
Jamás cometas una acción de la que avergonzarte, ni en compañía de alguien ni tú solo.
Por encima de todo, has de respetarte a ti mismo.
Después, ejercer la justicia, tanto en palabras como en obras.
Aprende a no conducirte sin razón en todos los casos.

Y como sabes que la muerte es una ley fatal para todos, considera las riquezas con placer cuando las ganes y con placer cuando las pierdas.
De aquellos sufrimientos que los dioses designen a los mortales por padecer, soporta la parte que te corresponda sin indignarte, aunque es legítimo que busques remediarlo en la medida de tus propias fuerzas ya que después de todo no son tantas las desgracias que caen sobre los hombres buenos.

Muchas voces, nobles o indignas, intentarán herirte el oído:
no te turbes por ellas, ni vuelvas la cabeza para escucharlas.
Cuando escuches una mentira sobre ti, sopórtala con calma.
Y lo que te digo ahora, es necesario que lo cumplas siempre:
que nadie, por sus palabras o por sus actos, sea capaz jamás de conmoverte para que hagas o digas algo que no sea lo mejor para ti.
Reflexiona antes de obrar para no cometer tonterías, pues obrar y hablar a lo loco es propio de pobres gentes.
Tú haz siempre aquello que no pueda dañarte.

Nunca te metas en asuntos sobre los que no sepas, pero aprende cuanto sea necesario: ésa es la norma de una vida agradable.
Tampoco descuides tu salud, modera tu conducta al comer o beber y al ejercitar tu cuerpo. Entiendo por moderación lo que no te haga daño. Acostúmbrate a vivir de manera sana, sin vagancia, y cúidate de aquello que pueda atraer la envidia hacia ti.
No despilfarres como hacen los que ignoran lo que es la honradez, pero no por ello dejes de ser generoso: no hay nada mejor que la mesura en todas las cosas.
Así que haz lo que no te dañe y reflexiona antes de hacerlo.

Y no dejes que el sueño dulce se apodere de tus ojos lánguidos sin haber antes repasado cuanto hiciste en el día: "¿En qué fallé? ¿Qué hice? ¿Qué deber dejé de cumplir?" Comienza desde el principio y repásalo todo, repróchate los errores y felicítate por los aciertos.

Esto es lo que hay que hacer. Estas cosas son las que hay que empeñarse en practicar. Estas cosas son las que hay que amar. Por ellas podrás avanzar en la divina senda dela perfección.

¡Por aquél que transmitió a nuestro entendimiento la Tetratkis (los pitagóricos llamaban así al número sagrado de su escuela: el Cuaternario, que suma 1 + 2 + 3 + 4 = 10,  y posteriormente 1 + 0 = 1, el retorno al Uno; es un símbolo de varios conceptos matemáticos filosóficos), la fuente perenne de la Naturaleza, adelante pues! Ponte a trabajar, no sin antes rogar a los dioses que lo conduzcan hacia la perfección.

Si cumples con todas estas cosas conocerás el orden que reina entre los dioses inmortales y los hombres mortales, en qué se diferencian y en qué se parecen. Y conocerás, como es justo, que la Naturaleza es una y la misma en todas partes, de forma que no esperes lo que hay que esperar, y que nada quede oculto a tus ojos. Conocerás a los hombres, y verás cómo son víctimas de los males que ellos mismos se imponen, y cómo permanecen ciegos a los bienes a su alcance, que no oyen ni ven: pocos son los que saben eludir la desgracia.
Tal es el destino que obstaculiza el espíritu de los mortales, como las cuentas infantiles ruedan de un lado a otro, oprimidos por innumerables penas: porque sin advertirlo son castigados por la diosa Discordia, su compañera natural y triste, a la que no se debe provocar sino cederle el paso y huir de ella.

¡Oh, padre Zeus: de cuántos males librarías a los hombres si tan sólo les permitieras ver una vez el demonio al que obedecen!

Pero, tú, ten confianza porque los seres humanos nacen de una raza divina y además la sagrada Naturaleza les muestra y descubre todas las cosas. Si tomas lo que te pertenece y observas mis preceptos, que serán tu remedio, tu alma se librará de los males.

Absténte de aquellos alimentos como dijimos, para las purificaciones, para la liberación del alma. Y juzga y reflexiona todas las cosas y cada una de ellas,  elevando tu mente: tu mejor guía. Si dejas que tu cuerpo vuele hasta los orbes libres en el éter, serás un dios inmortal, incorruptible, no sujeto ya a la muerte.
 
 

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