Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Cantidad y calidad


La carrera surrealista emprendida la semana pasada por varios países para saber en cuál de ellos había nacido el habitante número 7.000 millones del planeta Tierra podría haber sido divertida si no fuera por las tremendas implicaciones que trae consigo tanto el número de gente que se apiña ya en esta roca perdida del espacio como el ansia desmedida por lograr la designación honorífica, para algunos equivalente a conseguir una medalla de oro en los Juegos Olímpicos a tenor de lo que hemos visto. 



Según los datos de la Organización de las Naciones Unidas, los 6.000 millones de personas se alcanzaron en 1999. En aquella ocasión la organización internacional eligió a un niño llamado Adnan Nevic (aquí a la derecha, a sus doce años cumplidos, con su señora madre), nacido con tres kilos y medio de peso en el Centro Clínico Universitario de Sarajevo, como encarnación física del número correspondiente. Aparte de para salir en la tele, no tengo noticias de que semejante elección haya significado gran cosa para la vida del niño que vio la luz en la hoy capital de Bosnia Herzegovina, ni para el propio país, aunque estoy seguro de que si se escogió a éste fue por “compensar” a la región en general y a la ciudad en particular de las sangrientas guerras que se organizaron para justificar el brutal desmembramiento del artificial estado yugoslavo... Una de esas ceremonias simbólicas que tanto gustan a los poetastros del mundo global: “la zona del mundo que tanto sufrió recupera la esperanza con esta nueva vida que es símbolo de tolerancia y comprensión mutuas y etc.”

Para esta ocasión, y como hay tantas zonas del mundo sufriendo (también las había en 1999 pero, claro, Bosnia está en Europa y hacía mucho tiempo que los europeos no vivían directamente una guerra en su suelo) la ONU como tal optó por no designar ningún país como lugar de nacimiento en especial, así que varios países se lanzaron de inmediato en pos del extravagante galardón que reivindica la llegada de su bebé como el “auténtico” 7.000 millones (o billones, como dicen equivocadamente los yankees, que confunden sin rubor el concepto de billón o millón de millones con el de mil millones). Y así tenemos las distintas opciones, para que cada cual escoja la que más le guste.

La mayoría de los medios de comunicación han optado por conceder la “distinción” a Danica May Camacho (momento autopublicitario: mmmh…, ¿le habrán puesto lo de May en mi honor?), que nació en el José Fabella Memorial Hospital de Manila, la capital de Filipinas. Para celebrar que este país fue el elegido por la diosa Fortuna, el gobierno filipino anunció que Danica, que pesó dos kilos y medio al nacer, recibiría una beca de estudios y sus padres, una cantidad de dinero indeterminada con la que poder abrir su propia tienda. Eso que se llevan al menos ellos, pero…, ¿fue realmente Danica la número 7.000 millones?

Según las informaciones que llegaban de Manila, representantes de la ONU llevaron una tarta al hospital para felicitar a la familia… Sin embargo, una de las agencias de la organización, el Fondo de Naciones Unidas para la Población, anunció al menos un par de horas antes que en realidad el número 7.000 millones era un niño que se llamaba Piotr (segundo momento autopublicitario: mmmh…, ¿le habrán puesto lo de Piotr –Pedro, en ruso- en mi honor?) que nació en el Centro Perinatal de Kaliningrado, la antigua Königsberg, a orillas del mar Báltico, y pesó tres kilos y treinta gramos. El Fondo le entregó el certificado de habitante número 7.000 millones a la familia de Piotr.

Así que ya tenemos dos aspirantes al título. ¡Pero es que hay más! En la ciudad de Petropavlosk en la península siberiana de Kamchatka, el extremo oriente de Rusia, tan lejos que todos los nombres que podemos leer allí suenan a exotismo puro y duro, encontramos al tercero: Alexander, cuyos padres recibieron además del correspondiente certificado de las autoridades regionales (“Nuestro país, Rusia, comienza precisamente en Kamchatka, por eso consideramos que nuestro bebé es el primero nacido en Rusia en el día de los siete mil millones”, decía el gobernador local, Vladimir Iliujin) un apartamento como regalo (tercer momento autopublicitario: mmmh, eso de que haya nacido en Petropavlovsk –en ruso Pedro y Pablo- es definitivamente en mi honor?). 

Seguramente conscientes del momento publicitario, la ONG británica Plan Internacional también decidió sumarse a la postulación de candidatos a la Copa-Mundial-de-sea-usted-el-primer-nacido y propuso como habitante 7.000 millones a una niña llamada Nargis, que nació en el superpoblado estado indio de Uttar Pradesh. Así que ya tenemos empate: dos niños y dos niñas. 

Pero, no, también en Venezuela el mismísimo Hugo Chávez proclamaba que el honor correspondía a otra niña, Emili Victoria, mientras en Sri Lanka otra funcionaria de la ONU asegurab que era un niño llamado Muthumali y en...

Por supuesto, lo más probable es que el verdadero 7.000 millones no sea ninguno de estos cuatro candidatos sino uno de los infortunados bebés de familia pobre, hambrienta y en peligro en algún territorio imposible de analizar con exactitud: en un castigado campamento de refugiados de Darfur, una inhóspita llanura de Mongolia o alguna jungla de Nueva Guinea. O ¿quién sabe? Tal vez ha nacido en el mundo “rico”…, aunque en ese caso jamás lo sabremos pues no sería políticamente correcto. Después de todo, es en Asia donde viven los dos tercios de la población mundial (con los chinos en cabeza, con unos 1350 millones de ciudadanos seguidos por los indios con 1.240 millones). La verdad es que resulta absolutamente imposible saber no sólo dónde nació, teniendo en cuenta que se calcula que cada minuto llegan a la Tierra 138 niños, sino en realidad cuánta gente somos en el mundo en este momento. Esa cifra de 7.000 millones es por completo orientativa (podríamos ser muchos más, o muchos menos), aunque en su intento por tranquilizar a la población las organizaciones internacionales proyecten constantemente esa imagen de “todo está bajo control…, hasta lo que no sabemos”. 

No obstante, lo esencial en ese asunto, como de costumbre, ha pasado inadvertido en el debate público. Hablo de ese pequeño detalle al que nadie parece darle importancia, aunque la tiene (y mucha): en realidad, ¿a quién le interesa si somos 7.000, 5.000 ó 10.000 cuando lo esencial no es la cantidad de homo sapiens en el mundo sino su calidad? Sí, la calidad humana, aunque ese concepto suene tan "mal" en este mundo demente nuestro en el que las masas sólo se sienten (falsamente) seguras entre las masas y les gusta creer la mentira aquella de que todos somos iguales. Pues no lo somos. No hay que ser muy lince para darse cuenta de que la lucha por los recursos de todo tipo, de volumen decreciente en el planeta, aumenta de forma progresiva el índice de actos execrables cometidos por todas partes, cada vez en mayor número. Asesinatos, violaciones, robos, estafas y demás crímenes de un amplio catálogo se reproducen por todas partes dejando el pabellón del homo sapiens a la altura del betún, mostrando que nuestra calidad como seres humanos, más allá del superficial barniz con que nos gusta adornarnos, no es en absoluto mayor que la de los hombres del siglo XVIII, los medievales, los grecolatinos o aún los anteriores en el tiempo. 
 
Por no hablar de las conductas consideradas normales hoy, como el hecho de que la "civilización" y el "progreso" se midan en cifras como la cantidad de basura generada -a mayor cantidad de basura, mayor índice de progreso (!!!)-. En el ejemplo de España, cada ciudadano generó en 2009, último año con datos contrastados, casi 444 kilos de residuos urbanos. Deberíamos fotografiarnos en un vertedero al lado de 444 kilos de basura (y en cada país hacer lo propio al lado de su cantidad correspondiente) para tener constancia gráfica de lo que eso significa y empezar a tomarle el peso a la situación... Y eso sin entrar a debatir otras noticias asombrosas que demuestran dónde estamos realmente, como esa medida tomada por un colegio británico de Secundaria en la región de las Midlands, en el Reino Unido, que se dedica a contratar, por 70 libras esterlinas al día, a gorilas de discoteca y ex infantes de marina..., ¡como supervisores para cubrir los puestos de profesores enfermos o de baja por maternidad! No es el argumento de una película de Schwarzenegger o Vin Diesel: es una información real, de hace pocos días. Y lo más increíble es que varios profesores británicos están de acuerdo con la medida, siempre que se destine sólo "a controlar a los estudiantes" pero no a dar clase, ¡no vaya a ser que pierdan sus puestos de trabajo!

Calidad es la clave y la falta de calidad (no la cantidad) sigue siendo el gran problema de la humanidad. Utilicemos un ejemplo simple para entender esto del todo. Esa Danica May, ahora inocente y vulnerable bebita filipina, ¿que será de mayor? ¿Una sangrienta guerrillera de Abu Sayyaf responsable de una larga lista de asesinatos y actos terroristas, una simple y anodina ama de casa como tantas otras o una infatigable trabajadora de la investigación científica que acabará descubriendo el remedio definitivo contra el cáncer? ¿Acaso no hay diferencia de calidad humana entre esos tres futuros o cualesquiera otros que se nos pueda ocurrir? Y dependiendo del futuro que sea capaz de ofrecer a la humanidad, además de a sí misma, sabremos el valor real de la vida de esta pequeña.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario