Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Nasrudin busca esposa

Ver los defectos ajenos es mucho más fácil que ver los propios, pero resulta una actividad útil siempre y cuando no nos detengamos en la primera parte y seamos capaces de, tomándola como referencia, ir más allá, hasta la segunda. Es una operación relativamente sencilla cuando aceptamos que todos tenemos en nuestro interior las mismas virtudes y las mismas carencias, aunque en grados diferentes. De hecho, cuando nos molesta alguna actitud ajena suele ser porque nosotros la poseemos también en nuestro interior, pero bien disimulada, oculta a nuestra propia visión, y como no podemos irritarnos contra nosotros mismos lo hacemos contra el primero que pasa a nuestro lado y se comporta de la misma manera.

Mi tutor en la Universidad de Dios siempre dice que el descubrimiento de un defecto en el interior de uno mismo, sobre todo si es un defecto bien gordo, debería ser motivo de gran regocijo en la carrera de un estudiante (y no un momento de pena y aflicción, como suele serlo en la vida de la gente corriente) por dos razones. Primero: porque sólo se puede arreglar un problema si uno es consciente de él. Y segundo: porque, una vez arreglado ese problema, se transforma en una nueva fortaleza para uno. Se dice que el rey Salomón era sabio y poderoso gracias a su dominio sobre los ángeles y también sobre los demonios, aunque no suele aclararse que en ambos casos se refería a los seres que habitaban en su interior, más que a entidades etéreas y volátiles que visitaran su palacio.

Una de las principalísimas insuficiencias internas del homo sapiens reside en esa sobrevaloración de uno mismo que lleva a cada persona a creerse la ilusión de que no sólo ella es lo más grande que ha visto jamás el universo mundo sino que, además, nadie reconoce su verdadera valía ni le premia en la medida en la que verdaderamente lo merecería. "No hay justicia en esta vida", repite mucha gente sin darse cuenta de que, si se le aplicara estrictamente a su propia vida esa justicia por la que clama, seguramente le serían arrebatadas muchas de las cosas de las que está disfrutando sin merecerlas en realidad. Hablando de este asunto esta misma mañana, nuestro profesor de Misticismo y Paradojas, el mulá Nasrudin, nos ha contado una hilarante historia que no puedo resistirme a reproducir.

Nasrudin es soltero, uno de esos "solteros de oro" del mundo espiritual, porque es uno de los tipos más sabios y eruditos que nunca he conocido a pesar de su aparente simpleza. Él acepta este estado con naturalidad y sin agobios, aunque nos contó que tuvo una época en la que le preocupaba no poder fundar una familia en condiciones y decidió buscar una mujer con la que casarse y compartir su vida. Estuvo bastante tiempo intentando hallarla en su residencia habitual, en Bagdad, y también en otras poblaciones cercanas, sin éxito. Entonces, decidió aprovechar unas vacaciones para viajar más lejos, en busca de su "media naranja". Así, se desplazó a Damasco donde por fin encontró a una chica que parecía responder a sus exigencias (como es lógico, Nasrudin no sólo buscaba una mujer hermosa e inteligente, sino también interesada en el camino espiritual). Sin embargo, la candidata resultó ser demasiado lánguida y desinteresada por completo de las actividades materiales, incluyendo el sexo. Así que la saludó fraternalmente y, tras dejarla melancólicamente apoyada en una celosía de su palacete, regresó a casa.

Al año siguiente, volvió a marcharse en vacaciones y, después de mucho buscar, encontró en Isfahan a otra mujer que era inteligente, despierta, buena cocinera y experimentada tanto en el mundo espiritual como en el material pero..., la pobre no había sido agraciada físicamente. Para decirlo en pocas y contundentes palabras: era más bien fea y, además, mayor que Nasrudin. A ella personalmente no le importaba, pues estaba acostumbrada a sí misma y recibió el cortejo inicial de nuestro profesor con el escepticismo de quien sabe que no hay que vender la piel del oso antes de haberlo cazado. Cuando, tras mucho meditar, él decidió que merecía una mujer más bonita y fue a decirle que se volvía a Bagdad, ella le despidió con generosa resignación y le deseó buena suerte en su búsqueda. 

Un año más tarde, en su tercer viaje de búsqueda y temiéndose ya que jamás tendría éxito en su proyecto, Nasrudin visitó El Cairo. Por mediación de un amigo con el que había viajado en la caravana desde su ciudad, fue a cenar a casa de uno de los hombres ricos de la hoy capital egipcia. Allí conoció a su hija: una mujer joven, encantadora, hermosa, lista, de trato agradable y grandes conocimientos..., de hecho, muy sabia a pesar de su edad, ya que estaba desde pequeña muy interesada tanto en su desarrollo personal como en el puramente espiritual. Era su sueño hecho realidad: la novia perfecta que había perseguido durante tanto tiempo.

En este punto, uno de mis compañeros de clase especialmente volcado en el relato interrumpió a Nasrudin y le preguntó:

- Entonces, ¿por qué no te casaste con ella?

Nuestro profesor sonrió con humildad mientras encogía los hombros y contestó:

- Hubiera estado bien..., ¡pero es que ella también estaba buscando el novio perfecto!
 

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