Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

martes, 23 de febrero de 2010

Fábula de un imbécil

Una de las conversaciones recurrentes en la cafetería de la Universidad de Dios trata sobre la pesadez del pariente, amigo o simplemente conocido de turno que se ha enterado de que alguno de nosotros es un alumno aquí y a partir de entonces se dedica a pedirnos favores de todo tipo: "Oye, tú que eres un dios, ¿no podrías arreglarme la gotera de la cañería, que no consigo que venga el fontanero?" O bien: "Pero ¿qué basura de Universidad es ésa que no os facilitan pócimas amorosas para encandilar a una maciza en condiciones (o a un macizo, depende del sexo del interlocutor)?" Otra muy celebrada es: "¿Sería posible que mi jefe tuviera un pequeño contratiempo? No sabes lo hijo de Satanás que es. Hombre, no quiero que se mate: sólo que tenga un accidente muy jorobado, para que sepa lo que es sufrir." Y por supuesto la siempre inmortal: "¿No aprendéis a predecir los números de la Lotería Primitiva? ¿Ni siquiera os dicen cuál es el número de la ONCE que va a salir esta noche? No necesito hacerme rico: sólo tapar algunos agujeros, ¿sabes?..." Por si alguien no había llegado todavía a esta conclusión por sí mismo, ésta es la verdadera razón de que seamos tan prudentes y discretos al hablar de nuestras actividades aquí (aparte de que, insisto, somos meros alumnos, dioses de momento sólo en potencia).

Es inútil explicar a todos estos mortales corrientes que no existen los milagros (ése es sólo el nombre con el que llaman los ignorantes a los efectos de leyes para ellos ocultas), que la Naturaleza impide las trampas (no se puede cambiar un solo adoquín en el entramado cósmico sin una razón que lo justifique y, además, sin reajustar el resto de la construcción, porque si no toda la creación se desmoronaría sobre sí misma) y que no existe, en ninguna esquina del Universo, absolutamente nada gratis (todo cuesta: incluso la vida, que parece gratis, se paga en "cómodos" plazos entregando el correspondiente impuesto en néctar esencial y destilado, sin saberlo, por cada persona; eso, sin contar una última aportación final que es la del propio cadáver). Por lo mismo, es también inútil explicarles el porqué de que todos ellos no puedan matricularse en la Universidad de Dios. No hay más que ver en cómo utilizarían sus poderes si los tuvieran.

Creo que la mayoría de ellos sería incapaz de iniciar el camino de la correcta sabiduría incluso ni aunque tuvieran la ocasión de ser iniciados por el Gran Jefe Máximo. Sobre eso trataba una historia que nos contó Narag Zak, un alumno de Primero de Dios de origen armenio que llegó hace seis o siete años a la Universidad y enseguida se destacó por su carácter sociable y de fino humorista.

Narag Zak nos contó en la cafet
ería que esta situación le recordaba la de cierto miserable cuya historia se cuenta en su familia: un tipo que no estaba contento con su vida y en lugar de tomarse la molestia de mejorarla por sí mismo se fue a buscar a Dios en persona para echarle en cara su fortuna y exigirle que se la cambiara por una mejor de inmediato. Durante el camino se encontró con tres seres: un lobo, una muchacha y un árbol. Cuando el lobo le vió y se enteró de que el tipo se disponía a hablar con Dios le pidió que le trasladara una pregunta de su parte: "Todo el día y toda la noche busco alimento para no morir de hambre: pregunta a Dios por qué me ha creado si no me facilita comida". El hombre se comprometió con el animal y siguió su camino hasta que entabló conversación con la muchacha, quien al conocer el motivo de su viaje también le rogó que interrogara al ser supremo de su parte: "Soy joven, dulce, guapa, saludable y rica y, sin embargo, me siento muy desgraciada: ¿qué debería hacer para conocer la felicidad?" Dio su palabra de presentar esta nueva pregunta y siguió adelante. Tras mucho caminar, muy cansado se sentó a los pies de un árbol que, aunque en tierra fértil y de gran tamaño, aparecía casi agostado y sin hojas. El árbol también presentó su propia pregunta para Dios: "No sé por qué no me desarrollo como los otros árboles y no doy hojas y frutos como ellos: ¿podrías enterarte, por favor?" Como en los casos anteriores, el quejica asumió esta nueva petición.

Por fin y tras un larguísimo viaje consiguió ser recibido por Dios quien, estando de buen humor, decidió atender al hombre desagradecido y contestar sus inquietudes. Éste le espetó enseguida: "A ver, D
ios mío: ¿me quieres explicar por qué tengo que matarme a trabajar día y noche, siempre con estrecheces económicas y padeciendo una vida desdichada, cuando conozco a mucha otra gente que trabaja bastante menos que yo y disfrutan de una existencia casi regalada? ¿Dónde está la presunta igualdad con la que tratas a tus criaturas humanas? ¿Y tu justicia? Quiero que arregles mi caso ya mismo y no me iré de aquí hasta que no lo hagas."

Dios soltó una carcajada y se limitó a contestarle: "Te ofreceré una sola oportunidad. Si sabes aprovecharla, serás rico y feliz. Vuelve ahora a tu casa."

Contento con la respuesta, el tipo expuso luego los casos del lobo, la muchacha y el árbol y recibió también las contestaciones que de
bía trasladarles. Luego se marchó. En el camino de regreso encontró al árbol al que le reveló que "según me ha dicho Dios, hay un tesoro impresionante escondido entre tus raíces, con monedas de oro y joyas de todo tipo en cantidad suficiente para hacer ricos a medio centenar de hombres. Por eso no puedes desarrollarte. Búscate a alguien que desentierre toda esa riqueza y podrás crecer como los demás árboles." Entusiasmado ante la perspectiva, el árbol le pidió al quejica que él mismo cavara entre las raíces y extrajera el tesoro, y que de paso se lo quedara. Pero su contestación fue tan egoísta como estúpida: "No, búscate tú la vida. Yo no voy a entretenerme aquí porque Dios me ha ofrecido una sola oportunidad y tengo que ir a mi casa y aprovecharla."

Así que se fue y, desandando el camino, se encontró con la hermosa y rica muchacha, tan insatisfecha con la vida. Sin pararse mucho tiempo a hablar con ella le contó que "según Dios, para conocer la felicidad, tienes que encontrar un hombre con quien casarte para compartir con él las alegrías y las penas de tu vida." A la joven empezaron a brillarle las pupilas y le pidió: "¡Cásate tú conmigo! Así podremos ser felices juntos, pues yo te cuidaré como ninguna otra mujer y te cubriré de besos y nunca tendrás que trabajar para vivir la vida que cualquier hombre envidiaría". La respuesta del quejica fue aún más idiota que la anterior: "No tengo tiempo de casarme contigo. Búscate a otro. Dios me ha ofrecido una sola oportunidad y tengo que ir a casa y aprovecharla."

De esta forma, llegó finalmente adonde se encontraba el lobo hambriento, quien le inquirió si había tenido éxito en su misión y tenía ya la respuesta que le había solicitado. El quejica le contó que sí, que ha
bía llegado a donde vivía el creador y que le había hablado de su oportunidad y también le explicó lo que había sucedido con el árbol y la muchacha. Pero el lobo, inquieto, le preguntó si también había solución para su pregunta. Y el tipo le dijo que "según Dios, es el destino del lobo caminar hambriento por el mundo a no ser que encuentre un imbécil para saciar su apetito." Sonriendo con ferocidad, el lobo le dijo entonces: "¿Acaso conoces a otro imbécil mayor que tú?" y, lanzándose sobre el quejica, se lo merendó en un santiamén.







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