Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 1 de octubre de 2010

Una anécdota veraniega

Cuando uno comienza la carrera en la Universidad de Dios, lo primero que te dicen los alumnos veteranos es: "¿Te has aburrido alguna vez? Pues recuerda el momento, porque a partir de ahora jamás volverás a tener un rato tranquilo para volver a aburrirte. De hecho, se te va a olvidar lo que significa esa palabra..." La verdad: yo pensaba que exageraban un poco pero no en vano dicen que la Vida misma es la mejor maestra y una de las cosas que a mí me ha enseñado con más claridad es que aquellos compañeros de viaje hacia las estrellas tenían tooooda la razón. Supongo que es lógico, después de todo: en contra de la estúpida creencia popular de que ser una divinidad consiste en darte la paliza durante unos pocos días y luego echarte a dormir (o a disfrutar de tu creación) durante el resto de la eternidad, lo cierto es que este oficio requiere una atención, un esfuerzo y un trabajo constantes..., motivo por el cual tampoco es raro que tantos aspirantes a dios hayan acabado tirando la toalla y cambiando de carrera sobre la marcha para dedicarse a los mucho más cómodos estudios de demonología.


Digo esto porque Mac Namara me ha saludado hace un rato con el siguiente párrafo: "¿Ya estás aquí? Te parecerá bonito, todo lo que has tardado. Seguro que te has pasado unas vacaciones geniales tocándote la barriga y mirando las nubes pasar, con el mojito en una mano y el pay pay en la otra, tumbado al sol caribeño y con un par de mulatonas haciéndote compañía. ¡Deberías haber regresado antes, en lugar de dejar que otros hicieran tu trabajo y sin cobrar por ello!" A partir de aquí, ha desgranado el resto de su filípica metiéndose con mi, a su juicio, excesivo tiempo vacacional sin dejarme abrir la boca para explicarle, entre otras cosas, que ni he estado en el Caribe ni he empleado mis tres meses de ausencia simplemente en descansar (¡ojalá: así hubiera recordado lo que era aburrirse!). Muy indignado, ha terminado el discurso sentenciando: "A ver qué haces para compensar mi esfuerzo por suplirte" y, con un bufido felino característico, se ha dado media vuelta y se ha marchado por la ventana no sé a dónde.

Confuso, al principio llegué a dudar si tenía razón en reprochar mi ausencia de esa manera aunque bien sabe dios (o sea, quiero decir que bien sé yo) que mis vacaciones podrían calificarse de muchas maneras menos precisamente de ser unas vacaciones estándar, como todo el mundo las conoce. Pero luego entendí la razón de sus palabras al echar un vistazo a la labor desarrollada por Mac Namara en el blog: absolutamente lamentable, con apenas una entrada por mes de ausencia. Si lo sé me busco otro colaborador. Claro..., la mejor defensa es un buen ataque.

De hecho, he tenido algunas experiencias interesantes durante las últimas semanas a propósito de esa forma cínica de actuar que tienen tantas personas (y tantos gatos, visto lo visto) y que a la larga acaba pasándoles factura aunque, con el tiempo transcurrido entre las causas que han puesto en marcha y los efectos que reciben a cambio (teniendo en cuenta que la Naturaleza tiene su tempo, tan distinto al humano), suelen ser ciegas a la hora de comprender lo que les ha ocurrido.

Como ejemplo simple, contaré la siguiente anécdota que me ocurrió en la piscina de una urbanización en algún lugar de la costa andaluza... Aguardaba yo mi turno para ducharme antes de meterme en el agua mientras una niña hacía lo propio, cuando apareció un niño más pequeño con los clásicos pala, rastrillo y cubo llenos de arena y, colándose entre mis piernas, introdujo sus instrumentos sucios bajo el chorro encima de la pierna de la niña. Inmediatamente llamé la atención al niño y le dije de forma educada pero seria que esperara su turno en lugar de colarse. El niño se me quedó mirando, sorprendido ante la reprimenda (algo desgraciadamente lógico teniendo en cuenta la "dictadura de los niños" que vivimos en la entontecida sociedad contemporánea en la que tantos padres y presuntos responsables de su educación gustan de abdicar de esa labor porque la consideran muy cansada) y se fue corriendo. Entonces escuché la siguiente conversación a mis espaldas:

- (VOZ DE ADULTO) ¿Todavía no has limpiado el cubo y lo demás?

- (VOZ DEL NIÑO) Es que no me deja ese señor, que dice que no me toca.
- (VOZ DE ADULTO) ¿Cómo que no te deja? Trae aquí.

El siguiente cuadro incluye la aparición del clásico padre treintañero pero ya semicalvo y con barriga (uff, luego dicen que la raza mejora, pero hay que ver cuánta gente físicamente arruinada pulula por el mundo ya a tan tierna edad...), con el mismo cubo, la misma pala y el mismo rastrillo, que hace exactamente igual que el niño (bueno, excepto colarse entre mis piernas) e intenta lavar los instrumentos playeros sin importarle ensuciar a la niña que está terminando de ducharse e importándole mucho menos que haya otra persona (su seguro servidor) esperando turno. Como es natural, le paré los pies exactamente de la misma forma que al niño pequeño. Seguramente, él no esperaba que lo hiciera, convencido como estaba de que yo era otro pusilánime capaz de llamar la atención a un niño pero no a un adulto, así que cuando le afeé su conducta argumentó, tartamudeando, que "sólo es un momento". Con el mismo tono serio y educado le pregunté si tenía tanta prisa como para no poder esperar un par de minutos a que llegara su turno y si le parecía lógico no sólo colarse con tanta caradura delante de mí, que también iba a tardar "un momento" en ducharme, sino hacerlo además cuando la ducha estaba ocupada por otra persona que, siendo además una niña, merecía aún más respeto que yo...
El treintañero semicalvo se puso colorado y bajó la voz para susurrar "no, no es lógico" y reconocer que no tenía tanta prisa; finalmente reculó. En ese momento la niña terminó y entré yo en la ducha, pensando que el tipo esperaría a que yo terminara pero en lugar de eso cogió al niño de la mano y se marchó, sin poder soportar la vergüenza de que a su edad le hubieran llamado la atención, ¡y delante de su sorprendido hijo! Con un candor excepcional y una sabiduría interna asombrosa para su edad, la niña me miró moviendo la cabeza y dijo "Si por lo menos hubieran pedido permiso, yo les habría dejado sin problemas..." 

Es una simple anécdota, una tontería, pero que refleja con claridad ese cinismo, esa mala educación, ese egoísmo y, en general, ese estilo de vida de quitate-tú-para-que-me-ponga-yo que nace de la importancia personal que tantas personas se adjudican a sí mismas, cuando su valor real para el mundo suele ser más bien reducido. Es la misma actitud que se refleja en el listillo que arriesga su vida y (peor) la de los demás adelantando cuando no debe en carretera, o la listilla que busca colarse en los cajeros de los supermercados porque "sólo llevo dos cosas", o del que hace de la máxima tonto-el-último su bandera personal y desprecia una y otra vez al prójimo aunque ello derive en grave perjuicio para sus convecinos (y a la larga para él mismo)... Es la actitud, en general, de todas aquellas personas que se pasan el día pensando cómo sacar el máximo beneficio personal a cada circunstancia de su existencia invirtiendo a cambio lo menos posible (o nada, si se puede), porque son tan ingenuas que creen de verdad en la existencia de la palabra gratis.

Sin embargo, no existe nada, absolutamente nada, gratuito en la vida. Todo tiene un precio y, cuanto más importante sea lo que deseamos conseguir, más caro es y más tendremos que pagar por ello. Y no sólo en dinero (ojalá se pudiera pagar sólo en dinero), pues existen muchas monedas de curso legal en el universo y el papel moneda es como dinero de Monopoly para los recaudadores cósmicos de impuestos. Por pagar, pagamos hasta por vivir, y pagamos con nuestra propia vida. El que roba a los demás (sus cosas, su tiempo, su amor, sus oportunidades o cualquier otra cosa) es un necio y un tonto, al que en su día se le pasará la factura con sus correspondientes intereses.

En todo caso, que ya estoy otra vez por aquí, operativo...


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