Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

viernes, 29 de abril de 2011

Bajo el fuego

Roger Spottiswoode no es el director de cine más famoso de todos los tiempos, pese a que rodó algunas películas que tuvieron cierto impacto comercial en su momento, como Air America, El sexto día o El mañana nunca muere aparte de escribir otras como guionista que también obtuvieron bastante rentabilidad, como Límite:48 horas. Sin embargo este cineasta canadiense es el autor de una de las mejores películas de periodistas que ha fabricado el cine americano, en su subgénero de corresponsales de guerra: Under fire (Bajo el fuego) estrenada en 1983.


En aquella época el Periodismo todavía tenía mucho glamour tanto entre la opinión pública como entre otros sectores profesionales y es posible que incluso existieran aún algunos periodistas de verdad, orgullosos de su profesión y practicantes de la misma..., y no lo que hoy se entiende con esta definición, que tiende a confudirse con el concepto de publicistas o aún peor de propagandistas. Algunos títulos del momento habían contribuido a ensalzar a los hombres del Cuarto Poder (un poder que en realidad siempre ha sido de papel, y nunca mejor dicho) como en el caso de Todos los hombres del presidente que en 1976 adaptaba la historia de Woodward y Bernstein, los periodistas del The Washington Post que destaparon el caso Watergate (o para hacer honor a la verdad, que fueron utilizados para destapar este caso: en la película se aprecia perfectamente cómo la mayoría de los considerados como buenos periodistas en realidad son simplemente buenos relaciones públicas que no descubren noticias por sí mismos sino que son escogidos por los poderes fácticos reales para "descubrirlas").

Convertida la profesión en un pequeño filón cinematográfico, tuvimos oportunidad de ver películas de muy diverso pelaje y resultados, pero con una línea en general bastante digna (y con unos papeles creíbles, no como los que suelen representar los actores españoles en las teleseries o películas españolas donde interpretan a periodistas y cuyos guionistas demuestran que jamás han pisado un medio de comunicación ni se han documentado sobre cómo trabajan los profesionales de verdad). The killing fields, es decir Los campos de la muerte, aunque en español se tradujo como Los gritos del silencio, por ejemplo, contó muy bien en 1984 el impresionante y devastador genocidio cometido por los fanáticos comunistas jemeres rojos en Camboya. Lo hizo además en una época en la que esta ideología tremenda, el Comunismo, responsable del mayor número de asesinatos y barbaridades de toda índole en la historia reciente de la Humanidad, todavía gozaba entre las clases intelectuales occidentales de un tan increíble como estúpido atractivo "romántico", algo de lo cual se puede apreciar en Red (Rojos), rodada en 1981, y donde Warren Beatty interpretaba al abducido periodista John Reed, fascinado por la Revolución Soviética.

The year of living dangerously (El año que vivimos peligrosamente) de Peter Weir nos condujo en 1983 a la Yakarta de 1965 que vivió la insurreción contra el gobierno de Sukarno, con una inolvidable Linda Hunt maravillosamente caracterizada como el acomplejado fotógrafo y camarógrafo Billy Kwan, ayudante del chuleta e inexperto reportero australiano Guy Hamilton (Mel Gibson) que se enfrentaba a la oportunidad profesional de su vida y también a la atracción irresistible por una mujer, Jill Bryant (Sigourney Weaver), que trabaja en la embajada británica. Uno de los aspectos interesantes de esta película son las complicadas relaciones personales y sentimentales del corresponsal de guerra, aún más difíciles de mantener que las de los periodistas "normales" que trabajan en una redacción. Personalmente, casi todos los
periodistas que conozco cuya pareja sigue funcionando es porque ambos trabajan en esta misma profesión: es muy difícil comprender la dependencia, cercana a menudo a la drogadicción, que provoca este oficio si uno no se dedica también a él. Algunos títulos como The Paper (El periódico, aunque en español se presentó con una extraña fórmula mixta con el título de The Paper, detrás de la noticia) dirigida por Ron Howard en 1994 o Broadcast news (Emisión de noticias, se tituló en español como Al filo de la noticia) de James L. Brooks en 1997 hablan de esto.

Bien, pues entre todos estos ejemplos destaco Under fire, el trabajo de Spottiswoode, una película que aunque hoy algunos críticos se empeñen en calificarla de convencional e incluso sensiblera, en el momento de su estreno en 1983 se convirtió en uno de los largometrajes más y mejor políticamente incorrectos del panorama cinematográfico hasta aquel año... Además de retratar admirablemente la labor de ese tipo de individuo excéntrico que es el corresponsal de guerra: un ser morboso, insatisfecho, narcisista y a menudo irresponsable consigo mismo y con los demás, que no tiene ningún objetivo vital más allá de vagabundear de guerra en guerra por el mundo para contar a su público las miserias y los espantos de los conflictos armados.

La película está ambientada en la última etapa del gobierno del dictador Somoza enfrentado a la revolución sandinista en la Nicaragua de 1979 y reinterpreta de forma magnífica algunos hechos reales que ocurrieron en ese "patio trasero" de la Casa Blanca durante uno de los conflictos más sangrientos de Centroamérica durante el siglo XX. El principal protagonista es Russell Price (Nick Nolte), un fotoperiodista especializado en conflictos bélicos que responde a la perfección a la definición de corresponsal de guerra facilitada en el párrafo anterior y que llega a Managua después de triunfar periodísticamente (con portada del Time incluida) con las imágenes que ha tomado en la guerra del Chad, en África. En Nicaragua se reencuentra con dos viejos amigos, un matrimonio de periodistas que hace aguas: Alex Grazier (perfecto Gene Hackman, como casi siempre, uno de mis actores favoritos de todos los tiempos) y su mujer Claire (Joanna Cassidy, que no lo hace mal, pero es con diferencia la peor intérprete del trío). A medida que avanza el metraje, Russell y Claire acaban emparejándose, pero su historia es una subtrama del argumento general que sirve para caracterizar las impersonales y fugaces relaciones que suelen darse entre este tipo de profesionales.

Otros dos actores merecen ser destacados en este título, por sus papeles secundarios, breves pero enjundiosos. El primero es Ed Harris (en uno de sus primeros trabajos cinematográficos), que asume el rol de un mercenario, un soldado de fortuna que se encuentra con Russell en todos los conflictos del mundo y al que le da igual dónde y a quién pegar tiros, mientras le paguen por ello. Impagable, esa secuencia del comienzo en la que ambos se encuentran en Chad a bordo de un camión de soldados y el periodista le revela al mercenario que el transporte en el que viajan es de los rebeldes y no del ejército regular, para el cual se supone que le han contratado. Más tarde se lo volverá a encontrar en Nicaragua y, al final de la película, se cita con él en el que será su siguiente "trabajo": Tailandia. El segundo papel interesante es el del actor francés Jean-Louis
Trintignant, que hace de espía y hombre bien situado a la sombra de Somoza desplegando una seducción y una simpatía naturales que contrastan con sus labores, digamos..., poco humanitarias. Aún así, es uno de los pocos personajes que parece entender realmente lo que está ocurriendo en Nicaragua, así como el marco general internacional en el que se desarrolla el conflicto.
"Bajo el fuego" plantea varios asuntos curiosos para el debate periodístico como por ejemplo la implicación o no del reportero en un conflicto bélico del que debe ser sólo testigo, no parte. ¿Debe serlo? ¿Puede serlo? Russell y Claire, que hasta ahora han conseguido mantenerse fríos y alejados de esa identificación con alguno de los bandos en el resto de guerras que han presenciado, no pueden en esta ocasión dejar de sentir una creciente simpatía por la causa sandinista que, a la postre, les hará intervenir decisivamente en el curso de la revolución cuando aceptan ponerse al servicio de la propaganda rebelde. Russell acepta el encargo de fotografiar a Rafael, uno de los principales líderes sandinistas muy bien oculto en las selvas centroamericanas, que ha fallecido en un tiroteo contra tropas somocistas. Se trata de obtener una imagen de él como si siguiera vivo, para difundirla y animar a la revolución, y de esa manera evitar que la Casa Blanca envíe un importante contingente de armas a Somoza y de paso que se convenza de que los rebeldes triunfarán de todas formas. Rafael es, en la cinta, un trasunto del Ché Guevara y es inevitable acordarse de las imágenes del guerrillero muerto cuando los sandinistas muestran el cadáver de su líder al fotógrafo norteamericano que finalmente sacrifica su objetividad y obtiene una foto que produce el impacto deseado por los revolucionarios.

Pero antes de que la guerra termine con la huida de Somoza y la entrada triunfal de los sandinistas en Managua, se produce una de las escenas más conmovedoras de la película: en medio del caos de la capital nicaragüense, Russell y Alex se pierden con su coche de prensa en un barrio que no conocen. Alex desciende del vehículo y se acerca a unos soldados que están unos metros más abajo en la calle llena de escombros para preguntar cómo regresar hacia el hotel donde se alojan los periodistas. Los militares, nerviosos y desconfiados, le retienen y uno de ellos le asesina a sangre fría. Russell, que estaba jugueteando con su cámara toma la serie completa de fotos de la detención y asesinato de su amigo y luego tiene que salir huyendo en medio del tiroteo enloquecido de los soldados, que se dan cuenta de lo ocurrido y tratan de atraparle. Al ser informado de lo ocurrido, Somoza ofrece de inmediato una rueda de prensa para contar que el periodista ha sido asesinado por un grupo de sandinistas. Pero al fin Russell con la ayuda de Claire consigue que las fotos lleguen al hotel y se hagan públicas. Estados Unidos rompe definitivamente con Somoza. Es el fin para la dictadura..., y también uno de los momentos cumbre de la película cuando una enfermera nicaragüense, sarcástica pero con semblante serio, le pregunta a una dolorida Claire: "Desde que comenzó la guerra, han muerto 50.000 nicaragüenses y su país no ha hecho nada; ahora que ha muerto un estadounidense parece que por fin se resolverá todo. Dígame: ¿no deberíamos haber matado antes al estadounidense?"
Lo más impactante de esta secuencia es que es una adaptación de un crimen real que tuvo precisamente ese efecto. El 20 de junio de 1979, Bill Stewart (en la foto de la derecha), un reportero de 37 años de edad de la cadena ABC regresaba al hotel Intercontinental junto con su traductor Juan Espinoza, el técnico de sonido Jim Cefalo y el cámara Jack Clark a bordo de un vehículo de prensa. No se detuvieron, sino que una patrulla de la Guardia Nacional les ordenó que pararan para identificarse. Stewart y el traductor se dirigieron hacia el militar que estaba al mando mientras los otros dos periodistas observaban camuflados la escena y empezaron a grabarla. Pese a llevar en la mano una bandera blanca y una acreditación de prensa oficial extendida por el gobierno nicaragüense, y a que insistió en que no hablaba español sino que era periodista norteamericano, el guardia le encañonó, empezó a insultarle y le obligó a ponerse de rodillas primero y a tumbarse después. En el suelo, le dio una patada y luego le asesinó de un tiro en la nuca. Espinoza también fue asesinado por los soldados. Los otros dos periodistas, horrorizados, huyeron del lugar y lograron llegar al hotel donde contaron lo ocurrido. Fue precisamente el corresponsal de la Agencia EFE Filadelfo Martínez el primero en lanzar la noticia al mundo en forma de teletipo urgente. Poco después, Clark y Cefalo transmitían las imágenes de lo ocurrido desde la habitación 307 del Intercontinental. Fueron las más emitidas durante toda la jornada: el triunfo póstumo de un corresponsal de guerra.
 

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