Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

miércoles, 30 de mayo de 2012

La Hipótesis Gaia

Hace cinco años el diario El País publicó una entrevista con el científico británico James Lovelock en la que éste expresaba sus dudas de que "nos queden más de diez años para encontrar respuestas que nos ayuden a salvar nuestro planeta". Ha pasado la mitad de ese tiempo y no parece que nos hayamos dado por enterados, habida cuenta de que los problemas medioambientales que existían entonces siguen muy presentes hoy. Es más, pareciera que se han agravado, dando así pábulo a los siniestros pronósticos a los que se apuntaba el propio Lovelock en aquellas declaraciones, en las que también auguraba que para finales del siglo XXI la mayor parte del mundo sería un desierto y la población superviviente se apiñaría en la región del Ártico y zonas montañosas como los Alpes y costeras en general, además de algunas islas como las británicas, Japón o Nueva Zelanda (y lo decía tan sonriente, como podemos ver en la foto).

Lovelock se hizo muy famoso al plantear en 1969 una versión moderna de una tesis muy antigua, tan antigua que nuestros contemporáneos ya se habían olvidado de ella y por eso la encontraron original e inédita: la posibilidad de que la Tierra no fuera un simple pedazo de roca lanzado a través del espacio sino un ser vivo, sintiente y hasta pensante, aunque de un tamaño gigantesco y provisto de una forma no humanoide. Estudiando las condiciones de vida en Marte y por comparación con nuestro planeta, el químico británico certificó un conjunto de modelos científicos para especular con la idea de que la atmósfera y, al menos, la parte superficial del planeta, se comportan como un todo coherente y sensible en el que la vida se encarga de regularse a sí misma para mantener el equilibrio a través de sus condiciones esenciales incluyendo la temperatura general y la salinidad de los océanos. Lovelock buscó un nombre para este "nuevo" ser vivo y su colega el escritor William Golding le propuso que la llamase Gaia, en referencia al nombre que ya los antiguos griegos le habían adjudicado en su día: Gaia o Gea. Publicada formalmente diez años más tarde, la desde entonces conocida como Hipótesis Gaia fue abrazada por la bióloga Lynn Margulis (por cierto fallecida hace seis meses), que se encargó de pasearla y difundirla de forma muy activa.          

Sin embargo, para la inmensa mayoría de los científicos la Hipótesis Gaia no ha pasado hasta ahora de ser más que eso: una mera hipótesis. Acostumbrados a medir el universo de acuerdo con su peculiar interpretación de la famosa sentencia de Protágoras (El hombre es la medida de todas las cosas) a muchos de ellos se les hace muy cuesta arriba plantearse siquiera la posibilidad de que, después de todo, quizá no encontramos vida en el espacio porque somos unos minúsculos insectos con un alcance demasiado limitado e incapaces de
comprender cómo funcionan las cosas, de la misma manera que las hormigas de un nido dentro de una casa unifamiliar no pueden entender el concepto de ciudad en el que se ubica esa casa, por ser demasiado vasto para ellas... Aunque la situación podría cambiar en breve, después del anuncio que acaban de soltar a los cuatro vientos hace apenas unos días varios científicos estadounidenses: Harry Oduro, de la Universidad de Maryland, y el geoquímico James Farquhar en compañía de la bióloga marina Kathryn Van Alstyne, de la Universidad Western Washington.

Estos investigadores han diseñado un novedoso sistema que permite rastrear y medir los movimientos del azufre por tierra, mar y aire. La importancia de su trabajo radica en el hecho de que si la Hipótesis Gaia es cierta, debe existir un compuesto de azufre (elemento básico para la vida: de hecho, el décimo elemento más abundante del cosmos, por lo que sabemos) fabricado por los organismos marinos que sea capaz de resistir a los procesos de oxidación del agua para salir de ella y, viajando por vía aérea, depositarse también en tierra firme. Semejante compuesto sería la clave que permitiría la unión y la interacción entre los diversos organismos de nuestro planeta así como de sus ecosistemas. Los especialistas tienen incluso un buen candidato para adjudicarle este papel: el DMS o dimetilsulfuro, y también su precursor, el dimetilsulfoniopropionato. Estos compuestos son elaborados por algas y fitoplancton, confirmando una vez más el importantísimo valor del océano para regular toda la vida en la Tierra. Así que el sistema Oduro-Farquhar-Van Alstyne podría confirmar más pronto que tarde la teoría de Lovelock.

Todo esto resulta ciertamente curioso teniendo en cuenta que el azufre no tiene buena prensa en nuestra cultura. De hecho, suele asociársele con la muerte. No en vano se emplea este característico producto de color amarillo en la fabricación de pólvora, insecticida, ácido sulfúrico para baterías o cerillas..., entre otros productos. Por su olor peculiar y por ciertas erráticas referencias bíblicas (el dios judío destruyó las ciudades de Sodoma y Gomorra con "una lluvia de fuego y azufre" y según el Apocalipsis al final de los tiempos el Diablo será arrojado a un lago compuesto por los mismos elementos, aunque se supone que ya reside en un infierno subterráneo de las mismas características), a lo largo de la Edad Media fue relacionado con el mismísimo Satanás...  Sin embargo, resulta que si no fuera por el azufre difícilmente podría sobrevivir ninguno de los organismos biológicos que conocemos, empezando por el propio homo sapiens. Buena prueba de su valor es que se emplea como suplemento nutritivo para las plantas, por ejemplo. Y para aquéllos que busquen correspondencias ocultas, basta recordar que según el gran Paracelso los tres elementos alquímicos básicos son el azufre (equivalente al espíritu, nada menos), el mercurio (sinónimo del alma) y la sal (el cuerpo físico).

 A la espera de que estas investigaciones confirmen o no las teorías de Lovelock valdría la pena hacerse otra reflexión: si la Tierra es de verdad un ser vivo, deberíamos amarlo y cuidarlo bastante más de lo que lo hacemos porque dispondrá de cierto control sobre sí mismo, junto con una obvia capacidad de reacción ante las circunstancias externas para tratar de regularlas en su favor. Si sumamos a ello el hecho de que es de suponer que todo lo que existe en el mundo tiene una utilidad práctica (si no, hubiera sido destruido ya por la Naturaleza), podremos llegar a otra rápida conclusión: el homo sapiens existe porque de alguna manera es útil para este planeta, aunque desconozcamos exactamente para qué. Item más, si esta especie deja de ser útil y pasa a convertirse en perjudicial, el planeta actuará contra ella, de alguna forma. Imaginemos una persona con mucha caspa. No le importa demasiado porque así queda protegida de los piojos que, hoy se sabe, prefieren el cabello limpio y bien cuidado. Pero también puede que la caspa llegue a picarle tanto que en un momento dado no aguante más y decida aplicarse un poderoso champú para reducirla o directamente eliminarla. ¿Es eso lo que está haciendo Gaia? ¿Lo que llamamos "cambio climático" es una reacción de defensa más o menos consciente de nuestro mundo contra la urticaria que le provoca nuestra invasiva existencia? ¿Se trata de reducir sensiblemente el número de humanos aplicando un "champú" elaborado con el poderoso ingrediente de las catástrofes naturales, en realidad inducidas por la mente pensante planetaria?

La verdad es que no consuela mucho identificar a la Humanidad con la caspa, pero aterra más imaginar quiénes pueden ser los piojos.















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