Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 7 de mayo de 2012

Un bandido con bastón

Nunca hemos tenido más facilidad para acceder a todo tipo de informaciones y análisis y nunca ha sido tan difícil como ahora emplearla con éxito. En la antigüedad, aprender algo, lo que fuera (un oficio, un secreto, una verdad...) era tan complicado y difícil que uno no se dedicaba a ello si es que no iba a rentabilizarlo de alguna manera, y no necesariamente desde el punto de vista material. Y, desde luego, cuando lo adquiría al fin, tenía buen cuidado de guardarlo como el tesoro precioso que era. Pero hoy resulta muy sencillo enterarse de los conocimientos más diversos y por eso no les damos ninguna importancia. En realidad, no llegamos a poseer el conocimiento, sino que se nos escurre entre los dedos sin que hayamos llegado a comprenderlo y hacerlo nuestro. Algún tiempo después, oímos hablar de ello y pensamos: "Ah, sí, eso ya lo sé", pero no es cierto, porque no llegamos a incorporarlo a nuestro ser. Y es como si tuviéramos una llave perdida en un almacén lleno de cosas: tenemos la llave, sí, pero no la tenemos, en absoluto, porque no sabemos dónde está y por tanto no podemos usarla. Mi profesor de Misticismo y Paradojas el mulá Nasrudin lo explicaba de manera genial el otro día en clase.

Hablaba Nasrudin del tipo que emprendió viaje para ir ver a un pariente lejano que vivía en tierras exóticas. Para protegerse en el camino, que sabía lleno de bandidos, compró la lanza más larga y la cimitarra más afilada que pudo encontrar. Cada una de estas armas era terrible en sí misma pero, juntas, convertían a un guerrero en un hombre prácticamente invencible. Así dotado se lanzó a los caminos pero a los dos días, en un paraje solitario, se le apareció un ladrón armado únicamente con un bastón. Le desarmó con facilidad, le apaleó y le robó todas sus pertenencias. Luego se marchó dejándole desnudo y dolorido en medio del camino. Tras recuperarse un poco, el tipo se puso en pie y logró, penosamente, llegar a una aldea que no estaba lejos de allí. Para su fortuna, los habitantes del pueblo eran hospitalarios y generosos, así que le acogieron de inmediato y le ayudaron. Cuando estuvo lo suficientemente recuperado, contó su aventura a las gentes que le habían echado una mano. Uno de ellos, asombrado, resumió el sentir de los demás al preguntarle:

- Pero, si tú estabas armado con una lanza y una cimitarra tan terribles, ¿cómo es posible que no pudieras derrotar y ahuyentar a un solo ladrón equipado apenas con un humilde bastón?

Y el tipo se justificó, tontamente:

- ¡Pues por eso mismo! El problema es que yo tenía las dos manos ocupadas: en una tenía la lanza y en la otra la cimitarra. ¡Era imposible que saliera victorioso del combate!

Y Nasrudín insistía, como conclusión: ¿para qué sirve acumular un conocimiento que no sabemos utilizar? ¿Qué sentido tiene poseer títulos y reconocimientos acerca de cosas que no vamos a emplear en la vida? ¿No hubiera sido más útil para el viajero armarse él también con un simple bastón, pero aprendiendo a utilizarlo, y usarlo en el momento de necesidad? ¿Cuántas cosas inútiles hemos acumulado en los años de nuestra vida que no hacen más que ocupar sitio en nuestro cerebro y en nuestro corazón y entorpecer nuestras acciones? 












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