Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

lunes, 28 de febrero de 2011

El tesoro del Códice de Dresde

El que dijo que nuestro planeta había perdido el sabor de la aventura y el romanticismo de los antiguos exploradores porque ya está cartografiado de arriba a abajo demostró ser tan ignorante como ese otro según el cual la Historia terminó el día en que se desmoronó la Unión Soviética. Todo lo contrario: vivimos en un mundo lleno de misterios y evasivas, con multitud de habitaciones en penumbra que esconden grandes secretos, inimaginables para los que son incapaces de ver más allá de su propia nariz, de tocar más allá de las yemas de sus propios dedos. 

Secretos que en el fondo no lo son tanto, ya que un observador minucioso y constante (virtudes ambas que escasean en nuestra entontecida época contemporánea) no sólo no se sorprenderá de cuanto sucede en este colegio-para-seres-humanos donde nos hemos automatriculado sino que incluso podrá anticipar lo que va a ocurrir después. No es una cuestión de videncia, sino de prospectiva (y también de perspectiva), porque para saber lo que va a ocurrir no necesitamos adivinar el futuro: sólo proyectar el presente. Como proponía hace poco en cierta red social un amigo y colega de la Universidad de Dios: “Déjame que adivine tu futuro utilizando la arcana técnica de estudiar tu presente”…

Vivimos un momento complicado, pero muy interesante, de los que merecen la pena ser vividos, si uno sabe sacarle el jugo. Se abren y cierran puertas constantemente y todo se revela frágil, caduco y fugaz. Los antiguos conceptos fijos e inmutables, los vínculos imperecederos, los proyectos colosales e interminables…, todo eso que nunca fue tal (que sólo poseía la apariencia de serlo) se desmorona y se desvanece. Hasta las pirámides de Egipto, ésas a las que el tiempo temía según la leyenda, se descascarillan y se convierten poco a poco en un montón de gravilla sin sentido. Es como en esas secuencias de las películas de terror donde el vampiro, tras recibir la estaca en el corazón, sufre en pocos segundos el paso acelerado de los siglos que habían sido temporalmente detenidos por el poder de la oscuridad que le animaba..., y, así, de cuerpo amenazante pasa a ser cadáver corrupto primero, esqueleto después, y polvo que se lleva el viento al final.

De repente, se ha abierto ante nosotros una ventana hacia la eternidad y al contemplar el abismo hemos empezado a comprender que lo que parecía importante en realidad nunca lo fue. No es extraño que el miedo reine en el mundo, sombra oscura que impera en los corazones amedrentados. Ahora vamos estando en disposición de comprender que sólo aquéllos lo suficientemente valientes como para sacrificarse a sí mismos colgándose de Yggdrasill como hiciera nuestro viejo compadre el Gran Dios Gris pueden sobrevivir incólumes y contemplar inmutables la acción tremebunda de la piedra de molino que todo lo aplasta. Pueden sonreír incluso, ante la intimidante incertidumbre.

Así que se multiplican los buscadores de significado, los arúspices de las entrañas de las viejas culturas, los investigadores de la fórmula mágica que resuelva el enigma..., pero todos ellos están condenados al fracaso porque siguen mirando donde no deben. Igual que el Nasrudin del cuento que, aquella noche, buscaba en su casa la moneda que había perdido en la plaza, y la buscaba en su casa porque allí tenía luz y en la plaza estaba tan oscuro que no se veía nada. 

Uno de los cuentos favoritos de estos investigadores errados es el del fin del mundo en 2012 según las presuntas profecías mayas, de las que ya hemos hablado en alguna otra ocasión en este blog… Es todo tan idiota como que está científicamente bastante claro que ni siquiera vivimos en el año 2011, ya que se han producido numerosos errores en la datación histórica empezando por la fecha facilitada para el año cero por el monje Dionisio el Exiguo y continuando por el hecho de que la cuenta de los años tal cual la empleamos hoy día se remonta a sólo unos pocos siglos más atrás. Las fechas que empleamos para los distintos acontecimientos del mundo antiguo y medieval son, en realidad, tan ambiguas como orientativas. Expertos hay, en otro lugar de esta bitácora se ha contado, que consideran que en realidad llevamos unos 300 ó 400 años menos vividos de los que oficialmente figuran en los libros de Historia.

Pero, aún admitiendo la falacia de que realmente el próximo 21 de diciembre de 2012 coincidiera exactamente con la fecha que en su día calcularon los eruditos mayas, lo único que indica ese calendario no es la destrucción del planeta ni de la humanidad ni de nada semejante, sino el final del tiempo llamado por esta cultura el Cuarto Sol y el comienzo del Quinto Sol. ¿Y eso qué significa? Pues lo que cada uno quiera creerse: desde el desembarco de las grandes fuerzas cósmicas que iluminarán hacia una nueva era a nuestro planeta gracias a la conjunción estelar de blablaba hasta la aparición del reino del Anticristo que someterá al dolor y la esclavitud a todos los humanos menos a los elegidos que luego blablabla, pasando por el momento en el que los klingon definitivamente destruyen la nave Enterprise y comienzan su conquista de la Tierra y blablabla. En el mercado de las fes y las creencias,el muestrario es infinito.

Una muestra de cómo entender mal las cosas. Un matemático alemán llamado Joachim Rittsteig, que afirma llevar casi 40 años estudiando el Códice Maya de Dresde, acaba de anunciar que ha descubierto en uno de sus capítulos las pistas para encontrar un gran tesoro de oro, ocho toneladas de oro puro para ser exactos, en las aguas del lago de Izabal de Guatemala. Rittsteig afirma que, tal y como se explica en el códice (mmmh..., pero ¿de veras existe algún contemporáneo nuestro que comprenda ese lenguaje de un mundo perdido, casi extraterrestre?) el 30 de octubre del año 666 (!) antes de Cristo un terremoto destruyó Atlan, la capital maya (Aztlan, entre los aztecas). La ciudad se hundió en este lago ubicado al este del territorio guatemalteco y él afirma haber localizado sus restos gracias a imágenes de radar tomadas en la zona. Hasta señala la existencia de un sarcófago de piedra entre las ruinas de una fortaleza que podría contener el oro...

Por cierto, tanto metal áureo no pertenecía al Banco Central Maya sino que era el material, el soporte físico, sobre el que se inscribieron las leyes mayas, según Rittsteig. En total, 2156 tablillas de oro. Pero eso le interesa menos que el valor económico de semejante tesoro, que estima en unos 211 millones de euros, unos 290 millones de dólares. Con este señuelo, el matemático está buscando patrocinadores para organizar una expedición a Guatemala que le permita recuperar tan codiciado premio y de paso hacerse rico y famoso.

Y ahí tenemos un nuevo ejemplo de cómo funcionan las cosas. En lugar de pensar en el valor de los textos que podrían encontrarse en estas tablas (si es que realmente existen y pueden ser localizadas y recuperadas), en lugar de tasar el valor de toda una ciudad sumergida (más, si se supone que fue una capital maya), en lugar del tasar el valor de lo que supone recuperar un importantísimo fragmento de la historia humana..., lo que nos interesa es el valor del oro.

El tiempo dirá si Rittsteig conseguirá su objetivo o se convertirá en una versión moderna de Juan Moricz y su Cueva de los Tayos.

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