Mis antepasados más remotos fueron paganos; los más recientes, herejes.

martes, 15 de marzo de 2011

El tiempo en sus manos

La guerra de los mundos es una de las novelas de ciencia ficción más populares de todos los tiempos, aunque la mayoría de los que la han disfrutado no la ha leído jamás. La conocen no por el texto literario original, sino por alguna de sus versiones cinematográficas, musicales (incluyendo aquella curiosa ópera rock compuesta por Jeff Wayne), ilustradas en diversos tipos de comic y, especialmente, por sus adaptaciones radiofónicas. La más conocida de ellas, la que de hecho lanzó la obra al “estrellato” definitivo, fue la del travieso Orson Welles que el 30 de octubre de 1938 provocó una alarma general en los Estados Unidos, muchos de cuyos ciudadanos vivieron como si fuera real la transmisión teatralizada de la invasión marciana. Esta versión se hizo tan famosa que, a día de hoy, son numerosas las personas que siguen creyendo que la autoría del texto pertenece a Welles, en lugar de a su casi homónimo Wells. 


Sin embargo, H.G.Wells, Herbert George para los amigos, Bertie para los íntimos, posee otras obras singulares, tanto o más interesantes incluso que esa llamada a la humildad y a la toma de conciencia de que nuestro planeta es una mera mota de polvo en el universo (en el fondo, lo que explica con La guerra de los mundos). Este escritor e historiador británico fue, tal vez, antes que eso, un filósofo (y mucho antes, un ávido lector, gracias a lo cual se cargó de argumentos y conocimientos que después desarrollaría en forma de hipótesis literarias) que se dio cuenta de que ciertas cosas del mundo real sólo se pueden contar a través de argumentos en apariencia ficticios y hasta fantásticos.


Me acuerdo hoy de H.G. porque acabo de ver, tantos años después (y hacía mucho que no la revisitaba), una de las películas que más me impresionó en mis años mozos de esta reencarnación y que, salvando los hoy simpáticos, casi infantiles, efectos especiales y maquillaje, sigue conservando no sólo la frescura y el misterio que destilaban la primera vez que me sorprendió en una sala de cine sino las varias ocasiones que pude disfrutarla años después. Se trata de El tiempo en sus manos, traducción particular al español de su título original The time machine (La máquina del tiempo) y una de esas extrañas ocasiones en las que la manía de la industria del cine español de reinventar el título de las películas extranjeras en lugar de respetar su traducción resulta más afortunada que molesta. El largometraje lo rodó George Pal en 1960 y es sin duda el más atractivo entre las diversas versiones de la historia que se han rodado para cine y televisión.


Wells publicó por vez primera esta obra, siendo aún un joven prometedor, en 1888 en The Science School Journal y con el título de The Chronic Argonauts (Los argonautas crónicos). La versión definitiva, bautizada como hoy la conocemos, llegó en 1895. No había terminado todavía el siglo XIX y fue la primera de una larga serie de maravillas que incluyó La isla del doctor Moreau, El hombre invisible o Los primeros hombres en la Luna, entre otras; si bien no sólo escribió argumentos de Ciencia-Ficción sino también de otros géneros más realistas, de carácter social, en los que volcó sus preocupaciones por el mundo en el que le había tocado vivir, muy influido por las ideas de la Sociedad Fabiana, a la que perteneció.


La máquina del tiempo parte de la explicación del eternalismo, una corriente de la filosofía que describe el tiempo como la cuarta dimensión del universo físico. Según su hipótesis principal el ser humano se desplaza en un universo que posee cuatro factores determinantes: la altura (arriba y abajo), la anchura (a un lado y a otro), la profundidad (delante y detrás) y el tiempo (antes y después). En este caso, el tiempo no existe como corriente que fluye, según se acepta si uno cree en un mundo tridimensional, sino que todos los tiempos están constantemente ante nosotros, aunque no tenemos acceso más que a uno por vez (el presente en el que nos movemos). El protagonista de El tiempo en sus manos descubre la manera de desplazarse en esa cuarta dimensión con una máquina steampunk de su invención básicamente construida con un cuadro de mandos, un sillón de barbero, cuatro barras y un disco giratorio y, tras probarla con éxito, convoca a unos amigos para explicarles el éxito de su viaje.

El inventor aparece en un estado desastroso ante sus sorprendidos colegas, todos ellos ilustres, impertérritos e incrédulos caballeros británicos de la época victoriana. Entonces les cuenta que durante sus experimentos ha conseguido ir más allá del año 800.000 de nuestra era. En principio viajó hasta allí buscando encontrar el culmen de la civilización humana: una época de paz y felicidad de cuyas claves pretende apoderarse para importarlas a su época y mejorar ostensiblemente la vida de los ciudadanos del siglo XIX. Pero lo que encontró fue decepcionante: un mundo decadente, habitado por unos seres humanos que sólo piensan en pasarlo bien, carecen de fuerza, energía e iniciativa y se comportan casi como idiotas, sin escritura ni inteligencia... Son los Eloi, que en la película aparecen físicamente como jóvenes, rubios, hermosos y encima vegetarianos pero también cobardes, indolentes..., completamente tarados. Tanto, que en un momento de furia el protagonista llega a exclamar:  "¡Me vuelvo a mi tiempo para poder morir entre hombres!"


Pero antes de marcharse descubre que los Eloi tienen auténtico pánico a la oscuridad y también al subsuelo, donde vive una raza humana muy diferente: los Morlock. Condenadamente feos, feroces y muy fuertes (en la película se les muestra de color azulado, pelo largo blanco y cara -¡máscara!- inclasificable), los Morlock son los verdaderos dueños del planeta, aunque viven en cavernas bajo él, y emplean la noche para salir de caza. Sus piezas son, por supuesto, los Eloi, con los cuales se alimentan. Estos seres repugnantes roban la máquina del tiempo al viajero y la encierran bajo una extraña esfinge. En el libro, el protagonista logra recuperar su máquina y escapar (a través del tiempo, por supuesto) de los malvados Morlock hacia el futuro, donde aún podrá contemplar una nueva glaciación que destruirá los restos de lo que queda de Humanidad para entonces y, más tarde, el fin del mundo con un sol agotado en los cielos. Es todo lo que puede soportar y decide volver a su época para contar su peripecia a sus amigos. Como es lógico, ninguno cree su extraordinaria historia, pero al día siguiente uno de ellos vuelve a casa del viajero por curiosidad y es testigo de cómo ha tomado varias cosas de su laboratorio y, subiéndose de nuevo a su máquina, parte una vez más hacia el futuro. El asombrado testigo termina el libro afirmando que todo aquello sucedió hace tres años y desde entonces sigue esperando que el cronoviajero regrese...

En la película, el final es parecido pero diferente. Interviene con fuerza el melodrama romántico cuando el protagonista se enamora de una muñeca sin cerebro llamada Weena a la que primero salva de un río, donde se estaba ahogando ante la indiferencia general de sus coetáneos, y más tarde salva de nuevo, esta vez de acabar convertida en filetes para los Morlocks. Al huir del ataque de los subseres, él no puede llevársela a su tiempo pero, tras recibir la incredulidad de sus colegas como pago al relato de su asombrosa aventura, decide regresar a la época del conflicto Eloi/Morlock para tratar de convertirse en fundador de una nueva civilización de la que resurja lo mejor del espíritu humano. Por cierto que para ese nuevo viaje se llevará tres libros, cuyos títulos no se revelan. Como le pregunta su amigo más fiel al ama de llaves de la casa: "Usted, ¿qué tres libros se habría llevado?"

Las tendencias políticas de Wells, antes apuntadas y desde luego más escoradas hacia la izquierda que hacia la derecha (con todo lo light que era la izquierda victoriana de su época), han llevado a los especialistas a analizar La máquina del tiempo como una simple crítica de la lucha de clases: los Eloi serían los indolentes descendientes de los capitalistas mientras que los Morlock, condenados a trabajar junto a las máquinas, lo serían de los proletarios. En este sentido, la novela sería una especie de advertencia respecto de al lugar donde podrían acabar desembocando las diferencias de clase: en dos especies humanas, cada cual más degenerada que la otra, y ambas trabajando activamente para enterrar el sueño de elevar al hombre hasta la más alta categoría de la Naturaleza. 

Sin embargo, Mac Namara me desveló un pequeño secreto cuando, una vez terminada de ver la película, le conté que me disponía a escribir sobre ella para este blog...

- Supongo que ya estás preparado para saberlo... Wells no era un escritor ni un filósofo corriente, sino que sabía ciertas cosas al alcance de unos pocos -me explicó con cierto misterio-. Era, ciertamente, uno de esos autores de finales del siglo XIX y principios del XX que, como Lovecraft o Howard, poseían algunos conocimientos concretos sobre la realidad del ser humano y empleaban sus obras para transmitirlos bajo la forma de simples aventuras fantásticas.

- Cuando empiezas con estos misterios, me desconciertas. Si tienes algo que comentarme, dímelo ya, hombre..., digo..., gato -le contesté, incómodo.
- Sólo te revelaré un par de secretos, para que empieces tú a tirar del hilo. Fíjate que, como otros escritores del momento y de acuerdo con ciertas teorías muy de moda en su época, Wells presenta la eterna lucha entre dos tipos de seres en el mundo: los representantes, digamos, del Bien o Eloi, cuyo nombre es tan similar al de Elohim, plural hebreo de "los dioses", contra los representantes, digamos, del Mal o Morlock, cuyo nombre también es muy similar al del diabólico dios Moloch. Las estatuas huecas de Moloch se utilizaban para sacrificar víctimas
 (incluyendo y especialmente víctimas humanas) que ardían en los fuegos que se encendían en su interior. En la película, las víctimas de los Morlock son atraídos al interior de su extraño templo, coronado por una cabeza y una especie de garras (las sirenas que ululan) donde morirán y serán devorados. El protagonista desatará un tremendo incendio en el interior de ese peculiar asentamiento para poder rescatar a los Eloi y finalmente escapar.


- Es cierto -reconocí asombrado- pero no deja de ser un final triste que los "buenos" se condenen más por su culpa que por la de los Morlocks. Ellos se rinden de hecho al mostrarse tan indolentes, tan egoístas, tan insolidarios, tan faltos de espíritu y 'sin sustancia', tan...


- ¿Exactamente como los seres humanos de la actualidad? -me cortó- Casi parece que Wells viajó de verdad hacia el futuro para echar un vistazo y..., decidió volverse corriendo a su época.

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