En la Feria del Libro de Madrid, el visitante puede encontrar distintos grupos de escritores o, mejor dicho, de escribidores dispuestos a estampar su firma en cada ejemplar vendido. Curiosamente, no suele ser el más abundante de esos grupos el compuesto por los escritores de verdad (la gente que escribe porque le va la vida en ello, porque necesita escribir igual que comer, dormir, hacer el amor o ir al retrete: porque es algo inherente a sí misma y sin lo cual su vida pierde mucho de su sentido) sino el que incluye a todo tipo de diletantes de las letras que publican por otros motivos. No es la emoción interna lo que les mueve sino, generalmente, el dinero (creen que es fácil ganar dinero vendiendo libros..., ¡y en España!) o por prestigio personal (como si el hecho de poner tu opinión blanco sobre negro bastara para que le elevaran a uno a la categoría de "intelectual"). Ahí podemos incluir, entre otros especímenes, a los famosos televisivos de medio pelo, los profesores universitarios ávidos de hacer curriculum o los deportistas de nivel que aspiran a leer sus hagiografías aunque no hayan terminado su carrera, por ejemplo. También, a los políticos. Hay que ver la cantidad de árboles que son talados en balde cada año, sólo para generar el papel suficiente en el cual el político de turno pueda incluir -siempre muy seleccionados- los fragmentos de memoria que quiere publicitar o sus opiniones personales sobre los más variados temas que, por lo demás, ya son conocidas por su propia actividad pública... La inmensa mayoría de libros políticos son prescindibles y lo demuestra el hecho de que sus ediciones no soportan el paso de los años, a menudo ni siquiera el de los meses (la verdad es que pasa con la inmensa mayoría de libros, sin apellidos).
Por eso me ha sorprendido muy gratamente La república mediocre (Editorial Caligrama) de Diego Quintana de Uña, uno de los mejores libros sobre la materia que he leído desde hace años, entre otras cosas porque no se limita a analizar la teoría política, sino que la vincula con el sentido de la vida y con los grandes valores que parecen haber desaparecido hace mucho tiempo del día a día en nuestra decrépita sociedad contemporánea, echando mano de los grandes mitos, especialmente los de los antiguos griegos. Tengo que aclarar que conozco a Diego desde hace muchos años y que ya disfruté muchísimo con la obra que en la misma línea publicó en 2004: El síndrome de Epimeteo: Occidente, la cultura del olvido (Editorial Cuarto Propio). Entonces, analizó certeramente la decadencia occidental con la misma técnica. La novedad de su publicación actual, donde reaparece ese síndrome asociado al carácter decadente, epimeteico, de nuestra sociedad actual, radica en que se centra de manera especial en la política.
Para los recién llegados, aclaremos que Epimeteo es, por así decir, el hermano tonto de Prometeo, aquel titán que robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos y que éstos lograran salir adelante en la creación. Los dos hermanos eran beneficiarios de nuestra especie, a la que tenían aprecio, pero por sus respectivas cualidades los efectos de sus actos fueron muy diferentes. El nombre de Prometeo viene a significar, en griego, "pensamiento adelantado" y, de acuerdo con ello, era previsor, de inteligencia despejada, con gran ingenio y capaz de ayudar eficazmente a los hombres. Epimeteo, sin embargo, tiene el significado inverso: "pensamiento retrasado" porque tenía que reflexionar mucho sobre lo ocurrido y sólo entendía las cosas analizándolas a posteriori, era olvidadizo, cerril y poco despierto. Para entender la torpeza con la que se conducía Epimeteo, recordemos que se casó con Pandora, la de la famosa caja que contenía todos los males (en el mito original era un ánfora lo que destapaba, pero durante el Renacimiento se recreó esta historia adaptándola al mobiliario de la época: ¡ya nadie usaba las ánforas!). Como otros mitos de la antigüedad, los hermanos representan dos estados diferentes de la existencia humana, pues Prometeo se aproxima al espíritu vivo y dinámico mientras Epimeteo representa la materia bruta y lenta.
Ojo, La república mediocre no es un libro fácil de leer: son más de 600 páginas densamente maquetadas y con algunos pasajes exigentes para un lector poco instruido, pero aquéllos que acepten el reto de su lectura (y la posterior reflexión sobre lo leído) agradecerán la experiencia. Aprovecho para aclarar que la república a la que se refiere el título no tiene nada que ver con la segunda república española (lo de las publicaciones -ideologizadas, además- sobre la segunda república y la guerra civil de 1936/39 es un aburrimiento que supera incluso a las películas y series televisivas sobre este mismo tema) sino que se refiere a su sentido original, etimológico: la res publica (en latín, la cosa pública, el Estado, la administración ciudadana). Lo utiliza además en la mayor parte del libro como sinónimo de las democracias liberales contemporáneas. Y el adjetivo mediocre tiene que ver también con su significado literal, recogido por la Real Academia de la Lengua, "de calidad media o de poco mérito, tirando a malo", porque así es como el ciudadano europeo (el occidental) siente en este momento este tipo de régimen político bajo el cual nos conducimos todavía.
Y digo todavía, porque soy de una opinión similar a la del autor respecto a la supervivencia del sistema en el que hoy vivimos, como refleja el primero de los sucesivos fragmentos del texto que incluyo a continuación, para que sirvan como aperitivo para los futuros lectores.
* "Mi percepción personal es que las democracias liberales no sobrevivirán al presente siglo XXI. Vivimos tiempos turbulentos y los estados nacionales no parecen sentirse lo suficientemente fuertes para afrontar las tensiones y los conflictos de esta actualidad tan cambiante (...) factores entrópicos parecen apuntar a una quiebra y una generalización de la demagogia con un punto final en la oclocracia, como previera la vieja teoría de la anaciclosis de Polibio." Aquí se refiere al viejo historiador griego que identificó las seis etapas políticas por las que según él atraviesa todo Estado en una evolución repetida hasta el infinito: comienza como monarquía, degenera a tiranía, continúa como aristocracia y sigue por este orden la oligarquía, la democracia y la olocracia o gobierno de la muchedumbre. Tras la crisis de esta última etapa, se volvería a la monarquía y comenzaría de nuevo el ciclo. Hemos hablado de todo esto no hace mucho en esta bitácora y hay una versión moderna que circula bastante por Internet últimamente que resume esta visión en cuatro etapas: 1) Los tiempos duros crean hombres fuertes. 2) Los hombres fuertes crean buenos tiempos. 3) Los buenos tiempos crean hombres débiles. 4) Los hombres débiles crean tiempos duros. Y vuelta a empezar. Parece bastante evidente en qué etapa nos encontramos en este momento.
* "El daño que algunos demócratas han hecho al sistema ha sido de consideración, al resaltar una y otra vez, y de mil maneras diferentes, que estamos abocados a aceptar la democracia por ser el menos malo de los regímenes políticos. Esta afirmación no es falsa ni verdadera, sino despectiva y miserable, y en estas consideraciones y otras semejantes suele latir el espíritu que los inspira, más propio del demócrata cínico que del demócrata republicano (se refiere al ciudadano verdaderamente preocupado por la administración pública y dispuesto a echar una mano para mantener su fortaleza) que hoy desgraciadamente hay que decir que es una rara especie en extinción (...) Si no se reactivan los engranajes y las estructuras de nuestras democracias, éstas mantendrán su caída libre hasta su declive definitivo. En la percepción actual que tienen los ciudadanos de sus democracias se manifiesta un notable desencanto y una decepción bastante generalizada por la política y también, como señala Pierre Rosanvallon, la constancia de los gobernados de que 'si bien nuestros regímenes son democráticos, no se gobierna democráticamente' (...) Ni se nos gobierna democráticamente, ni bien".
Uno de los pocos puntos en los que disiento de Diego es su defensa a ultranza de la democracia como el mejor sistema político. Al lector habitual de este blog no le resultará extraña mi decepción personal con el sistema democrático ya que, aunque teóricamente es el estado político ideal, en la práctica jamás funcionará porque requiere un nivel de educación, compromiso, responsabilidad y elevación moral del ciudadano medio que nunca ha estado (y, echando un vistazo a la Historia, me temo que nunca lo estará) a su alcance. El propio autor anota que "el mejor aval para una sociedad tolerante es la existencia de ciudadanos virtuosos, que son aquéllos que han profundizado en el conocimiento de sí mismos, luchado contra su pasiones y logrado fortalecer su carácter, adquiriendo la altura de miras necesaria para convivir con los demás en armonía. (...) es la filiación divina del hombre la que nos dota de dignidad." Desgraciadamente, carecemos de una masa crítica de esos ciudadanos. Por ello, sería mejor un gobierno de la aristocracia según la propuesta clásica de Platón en La República : es decir, de los aristos (los sobresalientes), personas sabias, justas y prudentes, que se encargaran de guiar al resto del pueblo, ubicado en un nivel inferior. El gran problema, por supuesto, es cómo se decide quién es lo bastante sabio, justo y prudente para integrar esta elìte.
* "La única lección que deberíamos aprender de una vez por todas es que la Historia nada enseña ni puede ser maestra de nada. Para Aristóteles, la Poesía era superior y más elevada que la Historia porque en tanto que ésta cuenta lo que ha sucedido, la Poesía es filosófica y apunta a lo que debería suceder (...) la poesía mítica enseña lo que le sucede al héroe que desafía el Cosmos ya que su Hybris es en este sentido transgresión y ruptura del equilibrio del universo, que ni siquiera los dioses pueden conculcar". Aquí apela a ir un paso más allá de la racionalidad material, del mero relato de hechos y de datos, que es en lo que se suele quedar la Historia, para apostar por las verdaderas profundidades del espíritu humano, que podemos rastrear mejor en sus sentimientos y sensaciones (Poesía) y en sus pensamientos íntimos (Filosofía). En ese sentido, los mitos nos enseñan lo que sucede cuando sus protagonistas rompen el orden, el equilibrio natural del mundo (el cosmos, en griego) por culpa de su desmesura (hybris) que se traduce en un descontrol de sí mismo con presencia de graves defectos como la soberbia o el orgullo. Así que de ahí sólo hay un paso más para percatarse de que la única salida pasa por trabajar sobre sí mismo ya que "nacemos con carencias originarias importantes, aunque portemos una potencia que, desarrollada, puede elevarnos a las alturas. El hombre en origen es un Epimeteo irredento, olvidadizo, torpe, superficial, débil e iluso, vive semidormido, cada cual en el mundo de sus sueños como sostenía Heráclito, y su situación personal respecto de la libertad es de hemidoulia o semiesclavitud como afirmaba el filósofo cínico Enamo. Por tanto, desde esta situación, la libertad sólo puede presentarse como una conquista que en rigor es personal e íntima (...) el resultado de una lucha interior, por lo que no todos los hombres pueden ser libres de igual manera y en el mismo grado."
Y ahí nos encontramos con uno de los principales tabúes de la democracia: la igualdad, uno de las mayores zanahorias jamás puestas ante las narices de la ciudadanía para conducirla hacia donde sus Amos desean. Ni siquiera en las democracias más avanzadas, o consideradas como tales, existe la igualdad (si acaso, la igualdad de oportunidades, aunque la mayoría de las veces desde un punto de vista meramente teórico) por dos razones. La primera es la insuficiente altura moral de muchos de los responsables del Estado en sus distintos niveles que, al alcanzar cierto grado de poder, caen en la corrupción personal y rompen esa igualdad de los ciudadanos, a menudo haciendo uso de bonitas palabras para disimularlo. Y la segunda y más importante, porque la Naturaleza es, por propia definición, antiigualitaria y exigente. Fija sus reglas y obliga a sus criaturas a competir de forma implacable de acuerdo con estas normas. La igualdad en la sociedad es como la objetividad en el periodismo: uno debe ser lo más honesto posible y tender hacia ella, pero sabiendo que es un objetivo que jamás alcanzaremos.
* El mal uso del igualitarismo y de otros conceptos por el estilo por parte de demagogos e ideólogos disfrazados de demócratas impolutos conduce al desastre. Lo vemos hoy día con conductas como el "buenismo" o "buen rollismo" que conduce a una injusta tolerancia (como, por ejemplo, la que lleva a defender esos "derechos humanos" que tan imprescindibles parecen en el caso de homicidas o terroristas, pero que se olvidan para las personas que fueron asesinadas por ellos y a las que se privó para siempre de esos mismos derechos) asumida por muchas personas a las que les da miedo la crítica ajena y les horroriza pensar que alguien pueda acusarles de "fachas" o dictadores o, peor, descubrir sus propias fallas. Y, así: "vivimos en gran medida un sueño de falsa tolerancia porque se asienta en la irresponsable complicidad de tolerar lo intolerable para que los demás nos toleren también nuestros errores, nuestras faltas y nuestra propia depravación. Sólo desde este perspectiva es posible entender la tolerancia de las sociedades actuales con la corrupción y con la maldad." De esta manera, "pretendemos acercarnos a la perversidad con la curiosidad de los ojos del científico, lo cual ni aclara la negrura del corazón humano ni nos sirve como admonición para evitar la influencia que pudiera tener sobre nuestras vidas. Al final, lo único que conseguimos con esta actitud es familiarizarnos con la perversidad, como si ésta fuera o debiera ser normal e inevitable, para finalmente transigir con ella y a veces incluso para solidarizarnos y exculpar a los criminales y malhechores. Plutarco recogió la historia de un espartano que al escuchar acerca de la extraordinaria magnanimidad del rey Cratilo con los malvados exclamó: ¿cómo puede ser bueno un hombre que ni siquiera es severo con los malos?"
* En la misma línea hay que entender otras operaciones de imagen (en verdad, operaciones de mucho mayor calado) como la invasión demográfica que sufre Europa en los últimos años con el visto bueno de sus dirigentes políticos, denunciada desde hace años (a veces con un humor sorprendente como se puede observar en esta portada de Der Spiegel, una de las principales revistas alemanas, que ya en 2015 se mofaba como podemos ver aquí al lado del "buenismo" de su canciller federal). Respecto al creciente problema de la inmigración ilegal pero consentida, recuerda el autor lo evidente. Es decir, que "en las democracias occidentales hemos logrado un clima aceptable de convivencia democrática, fruto de una larga historia en la que hemos convenido no imponer ningún dogma a los demás, descartando las costumbres, creencias y ritos más irracionales y dañinos para la dignidad de nuestros semejantes. De ahí que nuestras sociedades sean el refugio de muchos seres humanos, que llegan a las sociedades democráticas sin embargo sin intentar comprender que han de aceptar nuestros usos y principios, como la tolerancia, porque son los únicos que permiten una mínima paz social. Es absurdo, como señala Amelia Valcárcel que una persona prefiera vivir aquí porque tiene condiciones de habitabilidad mayores y no quiera comprender que las tiene porque hemos roto grandes normas que él o ella se obstinan sin embargo en mantener (...) Escapas de tu sociedad porque es inhabitable y la quieres reproducir en otra parte. El respeto a la diversidad de culturas y a todo lo que es diferente no puede llevarnos al disparate de tener que aceptar la homofobia, la ablación o la esclavitud y subordinación de las mujeres que las culturas y religiones de muchos inmigrantes tratan de mantener a toda costa en nuestras sociedades democráticas." Es una advertencia más que se suma a la larga lista de avisos en contra de la multiculturalidad, un invento concebido básicamente para dinamitar la sociedad occidental.
* La república mediocre está llena de anhelos por un tipo de ciudadano capaz de responsabilizarse de su condición de tal, con capacidad para moderarse y controlarse a sí mismo, apto para el sacrificio de sí mismo y no dispuesto a refugiarse un día sí y otro día también "en el placer, entendido sobre todo como aturdimiento e irreflexión." Sin esta clase de personas, todo el sistema a la postre está en peligro puesto que "tantos riesgos como corrían los antiguos sobre cualquier hipotética pérdida de su libertad corren también los modernos, aunque no lo parezca, como es el riesgo de terminar renunciando del todo a la participación efectiva en la cosa pública (...) Una ciudadanía desafectada respecto de los asuntos públicos que se limita a votar y a pagar los impuestos en el mejor de los casos" no puede conducir a nada bueno puesto que "si fallan los órganos de control, y no basta con unas elecciones periódicas (...) se termina asentando y legitimando el dominio de las olgarquías (que no el de la aristocracia) y alejando cada vez más a la ciudadanía de los procesos reales del poder". Es muy clara la observación de Antoine de Saint-Exupéry, recogida por el autor, en el sentido de que "había que haber construido la Estatua de la responsabilidad en Nueva York, al lado de la Estatua de la libertad."
* El ensayo contiene un breve apéndice en el que el autor recoge lo que denomina "metarrelatos de la realidad": un resumen de las líneas principales de las teorías conspiratorias, que reparte en tres niveles. El más básico es el clásico, el de las sociedades secretas malvadas acechando para apoderarse del mundo. El nivel intermedio, que se ha puesto bastante de moda en los últimos años, incluye a grupos de alienígenas malvados que controlarían a esas sociedades secretas. Y el tercero, aún más allá, implica a los mismos dioses -o a entidades cósmicas tan poderosas como para ser consideradas así, en comparación con el ser humano- que manejarían a los alienígenas que manipularían a las sociedades secretas. Un enigma dentro de un interrogante envuelto por una incógnita en medio de un arcano misterio, como quien dice. Cualquier día le presentaré a Mac Namara para que hablen largo y tendido porque uno de los párrafos del libro podría haber sido redactado por mi gato conspiranoico: "El miedo de esta élite mundial (que controla o aspira a controlar el mundo desde el anonimato) al crecimiento de la riqueza se basaría en que ésta facilita el aumento de la clase media culta, propicia la secularización de la sociedad, extiende la mentalidad crítica y generaliza el conocimiento y la información, todo lo cual dificultaría el control de las mentes necesario para mantener sometido al rebaño humano en la cárcel de frecuencias de la Matrix..." Lo que me recuerda el énfasis que en los últimos años están poniendo todo tipo de políticos, economistas y expertos internacionales en la "necesidad" de ir hacia el decrecimiento en lugar del crecimiento, en ahorrar de todo (energía, dinero, tiempo), en sustituir los actos reales por la impresión de hacer actos reales (desarrollo de las tecnologías virtuales) y, en general, en limitar las opciones y oportunidades de explorar el mundo a nuestro alrededor.
* La conclusión de Diego Quintana de Uña no puede ser, en apariencia, más desoladora: "Todo parece apuntar a que el futuro de la humanidad será tan oscuro y doloroso como sugieren estos metarrelatos, o tal vez peor porque la trágica deriva en la que consiste nuestra Historia, por las leyes de la estadística, no puede llevarnos a una conclusión diferente (...) la ignorancia sobre casi todo nos impide siempre diferenciar lo importante de lo accesorio, el bien del mal y en caso de conflicto algo elemental: tener una mínima certeza en caso necesario para distinguir a los buenos de los malos o a los malos de los perversos." No obstante, ¿alguna vez ha sido diferente? Entre los cuentos sin fundamento que se les repite a los homo sapiens una y otra vez, con especial insistencia en las últimas generaciones, figura esa leyenda azucarada de que tenemos derecho a ser felices (no que podemos ser felices sino que ¡tenemos derecho a ello! Nuestros ancestros deben partirse de risa cada vez que, desde el Otro Mundo, escuchan decir eso a alguno de nuestros contemporáneos), que lo ideal es vivir una existencia cómoda y sin sobresaltos, arropada por el entretenimiento y los placeres materiales... Pero los antiguos nos advirtieron de que Militia est vita hominis super terram o, lo que es lo mismo, La vida del hombre sobre la tierra es lucha. La frase está contenida en la versión bíblica de la Vulgata y subraya el Camino del Guerrero, del cual han hablado tantas tradiciones. Aunque, más que en el plano bélico, hay que entenderlo en el del aprendizaje. Tenemos la fortuna de estar matriculados en una de las mejores escuelas de humanidad del sistema solar: venimos a aprender humildad, compasión, coraje, amor y muchas otras cosas que, sin un cuerpo material y por tanto frágil, resultan inaprehensibles para nuestro ser.
Como apostilla el autor: "Los dioses hacen su trabajo y, si hemos de diferenciar sus promesas más fiables de las mas falaces, todo parece indicar que la primera piedra de toque para saberlo es el sufrimiento. En nuestro mundo-infierno no hay nada 'gratis et amore'. La moneda de pago en el universo es el dolor (...) el sufrimiento puede llevar al despertar y a forjar la conciencia, pero la mayoría de los héroes fracasan en su camino como le sucedió a Sísifo. Sin embargo, aquellos héroes, sabios y santos que lograron desarrollar su conciencia hasta llegar a la excelencia cumplieron estrictamente todos los requisitos establecidos para llegar a la iluminación con esfuerzo y aflicción, por lo que los dioses no pueden privarlos de esta ganancia imperecedera, al estar obligados por esas mismas leyes."
He aquí la clave: el ser humano que ha logrado conquistarse a sí mismo, no puede ser desposeído de su triunfo, ni siquiera a manos del más poderoso de los dioses.
Por eso me ha sorprendido muy gratamente La república mediocre (Editorial Caligrama) de Diego Quintana de Uña, uno de los mejores libros sobre la materia que he leído desde hace años, entre otras cosas porque no se limita a analizar la teoría política, sino que la vincula con el sentido de la vida y con los grandes valores que parecen haber desaparecido hace mucho tiempo del día a día en nuestra decrépita sociedad contemporánea, echando mano de los grandes mitos, especialmente los de los antiguos griegos. Tengo que aclarar que conozco a Diego desde hace muchos años y que ya disfruté muchísimo con la obra que en la misma línea publicó en 2004: El síndrome de Epimeteo: Occidente, la cultura del olvido (Editorial Cuarto Propio). Entonces, analizó certeramente la decadencia occidental con la misma técnica. La novedad de su publicación actual, donde reaparece ese síndrome asociado al carácter decadente, epimeteico, de nuestra sociedad actual, radica en que se centra de manera especial en la política.
Para los recién llegados, aclaremos que Epimeteo es, por así decir, el hermano tonto de Prometeo, aquel titán que robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos y que éstos lograran salir adelante en la creación. Los dos hermanos eran beneficiarios de nuestra especie, a la que tenían aprecio, pero por sus respectivas cualidades los efectos de sus actos fueron muy diferentes. El nombre de Prometeo viene a significar, en griego, "pensamiento adelantado" y, de acuerdo con ello, era previsor, de inteligencia despejada, con gran ingenio y capaz de ayudar eficazmente a los hombres. Epimeteo, sin embargo, tiene el significado inverso: "pensamiento retrasado" porque tenía que reflexionar mucho sobre lo ocurrido y sólo entendía las cosas analizándolas a posteriori, era olvidadizo, cerril y poco despierto. Para entender la torpeza con la que se conducía Epimeteo, recordemos que se casó con Pandora, la de la famosa caja que contenía todos los males (en el mito original era un ánfora lo que destapaba, pero durante el Renacimiento se recreó esta historia adaptándola al mobiliario de la época: ¡ya nadie usaba las ánforas!). Como otros mitos de la antigüedad, los hermanos representan dos estados diferentes de la existencia humana, pues Prometeo se aproxima al espíritu vivo y dinámico mientras Epimeteo representa la materia bruta y lenta.
Ojo, La república mediocre no es un libro fácil de leer: son más de 600 páginas densamente maquetadas y con algunos pasajes exigentes para un lector poco instruido, pero aquéllos que acepten el reto de su lectura (y la posterior reflexión sobre lo leído) agradecerán la experiencia. Aprovecho para aclarar que la república a la que se refiere el título no tiene nada que ver con la segunda república española (lo de las publicaciones -ideologizadas, además- sobre la segunda república y la guerra civil de 1936/39 es un aburrimiento que supera incluso a las películas y series televisivas sobre este mismo tema) sino que se refiere a su sentido original, etimológico: la res publica (en latín, la cosa pública, el Estado, la administración ciudadana). Lo utiliza además en la mayor parte del libro como sinónimo de las democracias liberales contemporáneas. Y el adjetivo mediocre tiene que ver también con su significado literal, recogido por la Real Academia de la Lengua, "de calidad media o de poco mérito, tirando a malo", porque así es como el ciudadano europeo (el occidental) siente en este momento este tipo de régimen político bajo el cual nos conducimos todavía.
Y digo todavía, porque soy de una opinión similar a la del autor respecto a la supervivencia del sistema en el que hoy vivimos, como refleja el primero de los sucesivos fragmentos del texto que incluyo a continuación, para que sirvan como aperitivo para los futuros lectores.
* "Mi percepción personal es que las democracias liberales no sobrevivirán al presente siglo XXI. Vivimos tiempos turbulentos y los estados nacionales no parecen sentirse lo suficientemente fuertes para afrontar las tensiones y los conflictos de esta actualidad tan cambiante (...) factores entrópicos parecen apuntar a una quiebra y una generalización de la demagogia con un punto final en la oclocracia, como previera la vieja teoría de la anaciclosis de Polibio." Aquí se refiere al viejo historiador griego que identificó las seis etapas políticas por las que según él atraviesa todo Estado en una evolución repetida hasta el infinito: comienza como monarquía, degenera a tiranía, continúa como aristocracia y sigue por este orden la oligarquía, la democracia y la olocracia o gobierno de la muchedumbre. Tras la crisis de esta última etapa, se volvería a la monarquía y comenzaría de nuevo el ciclo. Hemos hablado de todo esto no hace mucho en esta bitácora y hay una versión moderna que circula bastante por Internet últimamente que resume esta visión en cuatro etapas: 1) Los tiempos duros crean hombres fuertes. 2) Los hombres fuertes crean buenos tiempos. 3) Los buenos tiempos crean hombres débiles. 4) Los hombres débiles crean tiempos duros. Y vuelta a empezar. Parece bastante evidente en qué etapa nos encontramos en este momento.
* "El daño que algunos demócratas han hecho al sistema ha sido de consideración, al resaltar una y otra vez, y de mil maneras diferentes, que estamos abocados a aceptar la democracia por ser el menos malo de los regímenes políticos. Esta afirmación no es falsa ni verdadera, sino despectiva y miserable, y en estas consideraciones y otras semejantes suele latir el espíritu que los inspira, más propio del demócrata cínico que del demócrata republicano (se refiere al ciudadano verdaderamente preocupado por la administración pública y dispuesto a echar una mano para mantener su fortaleza) que hoy desgraciadamente hay que decir que es una rara especie en extinción (...) Si no se reactivan los engranajes y las estructuras de nuestras democracias, éstas mantendrán su caída libre hasta su declive definitivo. En la percepción actual que tienen los ciudadanos de sus democracias se manifiesta un notable desencanto y una decepción bastante generalizada por la política y también, como señala Pierre Rosanvallon, la constancia de los gobernados de que 'si bien nuestros regímenes son democráticos, no se gobierna democráticamente' (...) Ni se nos gobierna democráticamente, ni bien".
Uno de los pocos puntos en los que disiento de Diego es su defensa a ultranza de la democracia como el mejor sistema político. Al lector habitual de este blog no le resultará extraña mi decepción personal con el sistema democrático ya que, aunque teóricamente es el estado político ideal, en la práctica jamás funcionará porque requiere un nivel de educación, compromiso, responsabilidad y elevación moral del ciudadano medio que nunca ha estado (y, echando un vistazo a la Historia, me temo que nunca lo estará) a su alcance. El propio autor anota que "el mejor aval para una sociedad tolerante es la existencia de ciudadanos virtuosos, que son aquéllos que han profundizado en el conocimiento de sí mismos, luchado contra su pasiones y logrado fortalecer su carácter, adquiriendo la altura de miras necesaria para convivir con los demás en armonía. (...) es la filiación divina del hombre la que nos dota de dignidad." Desgraciadamente, carecemos de una masa crítica de esos ciudadanos. Por ello, sería mejor un gobierno de la aristocracia según la propuesta clásica de Platón en La República : es decir, de los aristos (los sobresalientes), personas sabias, justas y prudentes, que se encargaran de guiar al resto del pueblo, ubicado en un nivel inferior. El gran problema, por supuesto, es cómo se decide quién es lo bastante sabio, justo y prudente para integrar esta elìte.
* "La única lección que deberíamos aprender de una vez por todas es que la Historia nada enseña ni puede ser maestra de nada. Para Aristóteles, la Poesía era superior y más elevada que la Historia porque en tanto que ésta cuenta lo que ha sucedido, la Poesía es filosófica y apunta a lo que debería suceder (...) la poesía mítica enseña lo que le sucede al héroe que desafía el Cosmos ya que su Hybris es en este sentido transgresión y ruptura del equilibrio del universo, que ni siquiera los dioses pueden conculcar". Aquí apela a ir un paso más allá de la racionalidad material, del mero relato de hechos y de datos, que es en lo que se suele quedar la Historia, para apostar por las verdaderas profundidades del espíritu humano, que podemos rastrear mejor en sus sentimientos y sensaciones (Poesía) y en sus pensamientos íntimos (Filosofía). En ese sentido, los mitos nos enseñan lo que sucede cuando sus protagonistas rompen el orden, el equilibrio natural del mundo (el cosmos, en griego) por culpa de su desmesura (hybris) que se traduce en un descontrol de sí mismo con presencia de graves defectos como la soberbia o el orgullo. Así que de ahí sólo hay un paso más para percatarse de que la única salida pasa por trabajar sobre sí mismo ya que "nacemos con carencias originarias importantes, aunque portemos una potencia que, desarrollada, puede elevarnos a las alturas. El hombre en origen es un Epimeteo irredento, olvidadizo, torpe, superficial, débil e iluso, vive semidormido, cada cual en el mundo de sus sueños como sostenía Heráclito, y su situación personal respecto de la libertad es de hemidoulia o semiesclavitud como afirmaba el filósofo cínico Enamo. Por tanto, desde esta situación, la libertad sólo puede presentarse como una conquista que en rigor es personal e íntima (...) el resultado de una lucha interior, por lo que no todos los hombres pueden ser libres de igual manera y en el mismo grado."
Y ahí nos encontramos con uno de los principales tabúes de la democracia: la igualdad, uno de las mayores zanahorias jamás puestas ante las narices de la ciudadanía para conducirla hacia donde sus Amos desean. Ni siquiera en las democracias más avanzadas, o consideradas como tales, existe la igualdad (si acaso, la igualdad de oportunidades, aunque la mayoría de las veces desde un punto de vista meramente teórico) por dos razones. La primera es la insuficiente altura moral de muchos de los responsables del Estado en sus distintos niveles que, al alcanzar cierto grado de poder, caen en la corrupción personal y rompen esa igualdad de los ciudadanos, a menudo haciendo uso de bonitas palabras para disimularlo. Y la segunda y más importante, porque la Naturaleza es, por propia definición, antiigualitaria y exigente. Fija sus reglas y obliga a sus criaturas a competir de forma implacable de acuerdo con estas normas. La igualdad en la sociedad es como la objetividad en el periodismo: uno debe ser lo más honesto posible y tender hacia ella, pero sabiendo que es un objetivo que jamás alcanzaremos.
* El mal uso del igualitarismo y de otros conceptos por el estilo por parte de demagogos e ideólogos disfrazados de demócratas impolutos conduce al desastre. Lo vemos hoy día con conductas como el "buenismo" o "buen rollismo" que conduce a una injusta tolerancia (como, por ejemplo, la que lleva a defender esos "derechos humanos" que tan imprescindibles parecen en el caso de homicidas o terroristas, pero que se olvidan para las personas que fueron asesinadas por ellos y a las que se privó para siempre de esos mismos derechos) asumida por muchas personas a las que les da miedo la crítica ajena y les horroriza pensar que alguien pueda acusarles de "fachas" o dictadores o, peor, descubrir sus propias fallas. Y, así: "vivimos en gran medida un sueño de falsa tolerancia porque se asienta en la irresponsable complicidad de tolerar lo intolerable para que los demás nos toleren también nuestros errores, nuestras faltas y nuestra propia depravación. Sólo desde este perspectiva es posible entender la tolerancia de las sociedades actuales con la corrupción y con la maldad." De esta manera, "pretendemos acercarnos a la perversidad con la curiosidad de los ojos del científico, lo cual ni aclara la negrura del corazón humano ni nos sirve como admonición para evitar la influencia que pudiera tener sobre nuestras vidas. Al final, lo único que conseguimos con esta actitud es familiarizarnos con la perversidad, como si ésta fuera o debiera ser normal e inevitable, para finalmente transigir con ella y a veces incluso para solidarizarnos y exculpar a los criminales y malhechores. Plutarco recogió la historia de un espartano que al escuchar acerca de la extraordinaria magnanimidad del rey Cratilo con los malvados exclamó: ¿cómo puede ser bueno un hombre que ni siquiera es severo con los malos?"
* En la misma línea hay que entender otras operaciones de imagen (en verdad, operaciones de mucho mayor calado) como la invasión demográfica que sufre Europa en los últimos años con el visto bueno de sus dirigentes políticos, denunciada desde hace años (a veces con un humor sorprendente como se puede observar en esta portada de Der Spiegel, una de las principales revistas alemanas, que ya en 2015 se mofaba como podemos ver aquí al lado del "buenismo" de su canciller federal). Respecto al creciente problema de la inmigración ilegal pero consentida, recuerda el autor lo evidente. Es decir, que "en las democracias occidentales hemos logrado un clima aceptable de convivencia democrática, fruto de una larga historia en la que hemos convenido no imponer ningún dogma a los demás, descartando las costumbres, creencias y ritos más irracionales y dañinos para la dignidad de nuestros semejantes. De ahí que nuestras sociedades sean el refugio de muchos seres humanos, que llegan a las sociedades democráticas sin embargo sin intentar comprender que han de aceptar nuestros usos y principios, como la tolerancia, porque son los únicos que permiten una mínima paz social. Es absurdo, como señala Amelia Valcárcel que una persona prefiera vivir aquí porque tiene condiciones de habitabilidad mayores y no quiera comprender que las tiene porque hemos roto grandes normas que él o ella se obstinan sin embargo en mantener (...) Escapas de tu sociedad porque es inhabitable y la quieres reproducir en otra parte. El respeto a la diversidad de culturas y a todo lo que es diferente no puede llevarnos al disparate de tener que aceptar la homofobia, la ablación o la esclavitud y subordinación de las mujeres que las culturas y religiones de muchos inmigrantes tratan de mantener a toda costa en nuestras sociedades democráticas." Es una advertencia más que se suma a la larga lista de avisos en contra de la multiculturalidad, un invento concebido básicamente para dinamitar la sociedad occidental.
* El ensayo contiene un breve apéndice en el que el autor recoge lo que denomina "metarrelatos de la realidad": un resumen de las líneas principales de las teorías conspiratorias, que reparte en tres niveles. El más básico es el clásico, el de las sociedades secretas malvadas acechando para apoderarse del mundo. El nivel intermedio, que se ha puesto bastante de moda en los últimos años, incluye a grupos de alienígenas malvados que controlarían a esas sociedades secretas. Y el tercero, aún más allá, implica a los mismos dioses -o a entidades cósmicas tan poderosas como para ser consideradas así, en comparación con el ser humano- que manejarían a los alienígenas que manipularían a las sociedades secretas. Un enigma dentro de un interrogante envuelto por una incógnita en medio de un arcano misterio, como quien dice. Cualquier día le presentaré a Mac Namara para que hablen largo y tendido porque uno de los párrafos del libro podría haber sido redactado por mi gato conspiranoico: "El miedo de esta élite mundial (que controla o aspira a controlar el mundo desde el anonimato) al crecimiento de la riqueza se basaría en que ésta facilita el aumento de la clase media culta, propicia la secularización de la sociedad, extiende la mentalidad crítica y generaliza el conocimiento y la información, todo lo cual dificultaría el control de las mentes necesario para mantener sometido al rebaño humano en la cárcel de frecuencias de la Matrix..." Lo que me recuerda el énfasis que en los últimos años están poniendo todo tipo de políticos, economistas y expertos internacionales en la "necesidad" de ir hacia el decrecimiento en lugar del crecimiento, en ahorrar de todo (energía, dinero, tiempo), en sustituir los actos reales por la impresión de hacer actos reales (desarrollo de las tecnologías virtuales) y, en general, en limitar las opciones y oportunidades de explorar el mundo a nuestro alrededor.
* La conclusión de Diego Quintana de Uña no puede ser, en apariencia, más desoladora: "Todo parece apuntar a que el futuro de la humanidad será tan oscuro y doloroso como sugieren estos metarrelatos, o tal vez peor porque la trágica deriva en la que consiste nuestra Historia, por las leyes de la estadística, no puede llevarnos a una conclusión diferente (...) la ignorancia sobre casi todo nos impide siempre diferenciar lo importante de lo accesorio, el bien del mal y en caso de conflicto algo elemental: tener una mínima certeza en caso necesario para distinguir a los buenos de los malos o a los malos de los perversos." No obstante, ¿alguna vez ha sido diferente? Entre los cuentos sin fundamento que se les repite a los homo sapiens una y otra vez, con especial insistencia en las últimas generaciones, figura esa leyenda azucarada de que tenemos derecho a ser felices (no que podemos ser felices sino que ¡tenemos derecho a ello! Nuestros ancestros deben partirse de risa cada vez que, desde el Otro Mundo, escuchan decir eso a alguno de nuestros contemporáneos), que lo ideal es vivir una existencia cómoda y sin sobresaltos, arropada por el entretenimiento y los placeres materiales... Pero los antiguos nos advirtieron de que Militia est vita hominis super terram o, lo que es lo mismo, La vida del hombre sobre la tierra es lucha. La frase está contenida en la versión bíblica de la Vulgata y subraya el Camino del Guerrero, del cual han hablado tantas tradiciones. Aunque, más que en el plano bélico, hay que entenderlo en el del aprendizaje. Tenemos la fortuna de estar matriculados en una de las mejores escuelas de humanidad del sistema solar: venimos a aprender humildad, compasión, coraje, amor y muchas otras cosas que, sin un cuerpo material y por tanto frágil, resultan inaprehensibles para nuestro ser.
Como apostilla el autor: "Los dioses hacen su trabajo y, si hemos de diferenciar sus promesas más fiables de las mas falaces, todo parece indicar que la primera piedra de toque para saberlo es el sufrimiento. En nuestro mundo-infierno no hay nada 'gratis et amore'. La moneda de pago en el universo es el dolor (...) el sufrimiento puede llevar al despertar y a forjar la conciencia, pero la mayoría de los héroes fracasan en su camino como le sucedió a Sísifo. Sin embargo, aquellos héroes, sabios y santos que lograron desarrollar su conciencia hasta llegar a la excelencia cumplieron estrictamente todos los requisitos establecidos para llegar a la iluminación con esfuerzo y aflicción, por lo que los dioses no pueden privarlos de esta ganancia imperecedera, al estar obligados por esas mismas leyes."
He aquí la clave: el ser humano que ha logrado conquistarse a sí mismo, no puede ser desposeído de su triunfo, ni siquiera a manos del más poderoso de los dioses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario